lunes, 12 de mayo de 2014

CARMEN ARGIBAY ( Q.E.P.D.)



A Carmen Argibay le debemos la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema, el Mapa de Género,
las importantísimas capacitaciones en género a juezas y jueces, a equipos de asistencia en violencia de género del país!
Extrañaremos su palabra sensata, calma y a la vez transgresora. Una feminista irreemplazable.



Me llamaron para decirme que falleció Carmen Argibay. Fue un golpe al corazón, sólo mucho después al pensamiento.  Sabía que estaba internada. Estaba esperando  que mejorara para ir a verla, porque estaba segura de que iba a salir de esta también, como de tantas otras. En el verano nos vimos en su casa y pudimos conversar largamente, como no podíamos hacerlo a menudo por el intenso trabajo habitual. Conversamos sobre su muy próxima jubilación y lo que haría después, y sobre los avances enormes que significó la creación de la Oficina Mujer de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que ella creó y dirigía, con la que se puso al hombro una vieja idea de la que Carmen hablaba muchos años antes de que soñara siquiera con ser Ministra de la Corte: había que capacitar en género a toda la justicia del país.
Tuve el enorme orgullo de colaborar con ella en esa tarea, nos entendíamos con la mirada y sosteníamos esa complicidad feminista que nos hace hermanas en todas las situaciones. Compartíamos ideales de democracia, de ética pública, de igualdad y de justicia. Era la mejor de nosotras, la maestra, la que siempre estaba adelante pensando el paso siguiente. Así creó y dirigió la Asociación de Mujeres Juezas de la Argentina (AMJA) y también le donó el lugar donde hoy funciona su sede. Así nos abría las puertas con sencillez cada vez que necesitábamos una consulta o su respaldo.
En su despacho tenía flores, objetos hermosos y delicados, una foto de su madre, y le gustaba destacar que “ningún crucifijo”. Cuando iba a verla para hablar de cosas siempre tan lejanas a la coyuntura virulenta que le tocó en suerte, contrastaba mi sentimiento de culpa por sacarla de la concentración laboral, y su tono generoso y reflexivo, su palabra oportuna, su calidez y su sentido del humor.
Me acompañó cuando fui legisladora en una conferencia sobre despenalización de la tenencia de drogas para consumo personal, estuvimos juntas en muchas jornadas sobre los derechos de las mujeres,  el año pasado estuvo a mi lado dándome seguridad en la presentación del Observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires, y en marzo en un panel sobre Género y Derecho con el que abrimos el Programa de Actualización en Género y Derecho de la Facultad de Derecho de la UBA. Siempre estaba cerca, siempre nos alentaba, jamás eludía los temas difíciles, siempre expresaba sus posiciones con franqueza y con sencillez para que las ideas fueran claras y llegaran lejos. Fue un modelo de independencia y de ejercicio amoroso del poder.
Tuve la oportunidad de expresarle mi enorme admiración cuando como diputada de la Ciudad hice un proyecto para designarla Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. Fue un privilegio para mí, más que para ella, redactar esa ley y darle esa distinción frente a tanta gente que la quería y reconocía la fortuna enorme de tener una mujer de sus quilates en la Corte.  Ese día, en primera fila estaba Florentina Gómez Miranda, que fue la primera mujer designada como Ciudadana Ilustre por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Se abrazaron, y ese abrazo enternecedor quedó para siempre en una foto entrañable. Estábamos muy felices, con el Salón Dorado absolutamente repleto. Pude decirle tanto en público como en privado lo que mi razón, mi corazón y mis convicciones más profundas me dictaron, y eso me hace sentir ahora en paz.
Al organizar ese acto, cuando pensábamos quién quería ella que hablara (por cierto, eligió a la entonces diputada Marcela Rodríguez) le propuse para el final que elija el acompañamiento musical: una pequeña orquesta de cámara que tocaba música barroca, o una banda de chicas rockeras llamada “Las Taradas”. Eligió a Las Taradas.

Fuente: Diario femenino - Por Diana Maffía.-

SI HUBIERAN ESCUCHADO A KARINA NO ESTARÍAMOS CON LOS OCHO CAJONES

Lo dijo Julia, la mamá de Gastón Olivera, durante el entierro de su hijo, de Karina Flamenco y de los seis hijos de la mujer. La familia se quejó de que 600 policías no encuentren al ex marido de la mujer, Cristian Méndez, principal sospechosos del homicidio múltiple.




Diez motos encabezaron el cortejo fúnebre que trasladó los ocho féretros de los miembros de la familia asesinada ayer en Merlo. Las bocinas que tocaban rompieron el silencio del cementerio municipal Santa Mónica, de esta ciudad al oeste del conurbano bonaerense, donde fueron enterrados. Cristian el "Moma” Méndez, único sospechoso del hecho continúa prófugo.
Méndez fue pareja de una de las víctimas, quien lo había sido denunciado en numerosas oportunidades por agresiones y amenazas. También era padre del menor de los nenes fallecidos. Fuentes de la investigación confirmaron a Infojus Noticias que sobre el hombre, que es buscado por más de 600 policías de la bonaerense, pesa una orden de captura nacional e internacional y se dio alerta a Migraciones. La causa judicial está caratulada como “Homicidio agravado por violencia de género y utilizar medio idóneo para causar peligro común”. 
La calificación está englobada dentro del artículo 80 del Código Penal y prevé la condena a cadena  perpetua. “Ayer se hicieron varios allanamientos para dar con él pero todos dieron negativo”, explicó la misma fuente. En el caso interviene el fiscal, Sergio Dileo de la UFI N° 6 de Morón y el Juzgado de Garantías N° 4 de ese departamento, a cargo de Alfredo Meade.

Los coches fúnebres y el entierro de los ataúdes siguió el orden de las edades que tenían las víctimas: María Karina Flamenco, de 38, su pareja, Gastón Olivera, de 31, Yael, de 13, Briana, de 11, Shakira de 10, Alejo –discapacitado- de 7, Naila de 5 y el menor, Ian de 4. El nene es hijo de María Karina y Méndez. Los ocho estaban la noche del miércoles en la pequeña casa familiar de 7 metros de ancho por 4 de profundidad. “Ella la construyó chiquita y sin ventanas, salvo por un mínimo ventiluz, por el miedo que le tenía a él”, contó a Infojus Noticias Norma, una amiga de Rita, la mamá de María Karina. La mujer es chaqueña, como toda la familia Flamenco, y todavía no sale del horror. Por ese ventiluz entro la primera llamarada la madrugada de ayer e inició el incendio.
“Karina se cansó de denunciarlo, de ir golpeada, porque él donde la veía la arrastraba, la agarraba de los pelos. Su mamá, toda su familia, estaba al tanto de lo que ella vivía y la acompañaban a denunciarlo a la comisaria, pero fue lo mismo que la nada”, explicó la mujer.

El cementerio Santa Mónica es el más nuevo de los dos que hay en Merlo. Es chico, arbolado y está repleto de tumbas con ritos paganos, flores de plástico, fotos, juguetes y platos de comida. En el costado izquierdo a metros de un paredón, enterraron a los ocho. Fue en un espacio amplio en el que pusieron a cuatro de un lado y a los otros cuatro, del otro. Karina, Gastón, Alejo y Yael a la izquierda, Briana, Ian, Shakira y Naila, ala derecha. Las cruces de unos se apoyaban contra la de los otros.
Cada vez que se bajaba un féretro a la tierra, los familiares, amigos y vecinos, que ascendían a más de doscientos, aplaudían. Una vez que estuvieron todos ahí, formados en dos filas, y antes de que empiecen a arrojar la tierra, Julia la mamá de Gastón pidió la palabra. “Señor juez, señor fiscal, si hubiesen escuchado a Karina hoy no estaríamos acá, con los ocho cajones de mi familia”, dijo la mujer. “Queremos justicia, eso queremos”, agregó llorando pero entera. Cuando una amiga quiso agarrarla, ella le dijo: “estoy, estoy” y se mantuvo en pie. Habían pasado treinta minutos de las dos y media de la tarde cuando comenzó el entierro y la mujer respiraba entrecortado. Después habló su marido y tras un pequeño responso empezaron a tirar tierra sobre los ocho cajones de madera oscura, idénticos excepto por el largo de cada uno.
“Que lo encuentren, quiero que lo encuentren”, dijo a esta agencia, Rita la mamá de María Karina. “No puede ser que nadie lo encuentre, mi hija y su familia muertos,  mi otra hija esté con custodia y él por ahí”, dijo la mujer que hace dos años enterró a una tercera hija y hace ocho meses sufrió un ACV. “Fue por el disgusto de ver lo que Karina vivía con este hombre”, dijo Norma.
“No puede ser que tantas horas después no lo hayan encontrado, es un hombre en situación de calle y 600 policías de la bonaerense no lo encuentran. Es increíble”, dijo Emanuel, el padrastro de Gastón. El hombre planea hacer una presentación ante la justicia, “tenemos las siete denuncias que simularon tomarle a Karina, pero que no las firmaban ni sellaban. Eso pasaba en la comisaría del barrio, ella iba golpeada y no le llevaban el apunte. Hacían que se la tomaban y nunca hicieron nada con eso. No la asentaban, ni le ponían horario de entrada, nada. Una sola le tomaron –la del 7 de marzo, por una agresión en vía pública- y nada más. Por esa denuncia le dieron una orden de restricción que nunca vigilaron que la cumpliera o no”.

Emanuel crio a Gastón como hijo propio y a los chicos, como sus nietos. “A nosotros Karina siempre nos contó lo que pasaba. Méndez se hacía el vivo con ella y le pegaba y la amenazaba, pero cuando Gastón se aparecía arrugaba. Le pegaba a ella, no a un hombre”, agregó. Karina y Gastón habían estado en pareja y después de varios años e hijos en común, se separaron. Ella después formó pareja con Méndez y tuvo a Ian. En enero de este año, separada desde noviembre de Méndez, le contó a Gastón el infierno que vivía y él volvió a vivir con ellos. Volvieon a formar pareja y compartían el trabajo como vendedores ambulantes. Él iba todos los días y vendía a bordo del tren Sarmiento, comida y artículos de limpieza. Ella también lo hacía cuando el tiempo le daba. Entre los seis hijos que tenía y el cuidado que demandaba Alejo, porque no podía caminar por su discapacidad, no le quedaba mucho tiempo libre.
Ya en 2011 Karina  tenía problemas con Méndez. “Sobre el final de ese año ella nos contó lo que le pasaba, la violencia que vivía”, dijo Cinthia, la maestra de sala amarilla de Shakira, durante aquel año en el jardín 904. “Era una nena buena, dulce, inocente, súper tímida. Era muy unida con sus hermanitos y su mamá estaba siempre presente, la acompañaba un montón”, recordó en voz baja. Junto a otras maestras, Cinthia estuvo en el entierro con los ojos llenos de lágrimas y un ramo de flores que dejó delicadamente sobre la tumba de la nena.

Fuente: Infojus Noticias







sábado, 10 de mayo de 2014

¡ LIBEREN A LAS NIÑAS NIGERIANAS !


Han transcurrido más de tres semanas desde que las niñas fueran secuestradas en una escuela de enseñanza secundaria de una población del noreste de Nigeria, continúa sin conocerse su paradero y aumenta la frustración.

Las únicas detenciones practicadas hasta ahora en relación con los secuestros han sido las de dos mujeres que protestaban por la lentitud de la respuesta gubernamental.



SUMATE A LA CAMPAÑA. DIFUNDILO.


viernes, 9 de mayo de 2014

POR PRIMERA VEZ, EL ESTADO FRANCÉS DEBERÁ PAGAR POR UN CASO DE VIOLENCIA DE GÉNERO





El Estado francés ha sido condenado por “falta grave”en el caso de una mujer fallecida por violencia de género en 2007,  por no haber adoptado las medidas necesarias para evitar el crimen.




La Administración francesa, según una sentencia pionera en el país emitida ayer,deberá pagar 150.000 euros a los familiares de la víctima. Según se refleja en la sentencia, la mujer acudió en varias ocasiones a comisaría para denunciar que estaba siendo acosada por su ex pareja, pero los agentes hicieron caso omiso y no establecieron ninguna medida de protección
Los hechos ocurrieron el 23 de marzo de 2007, cuando Audrey Vella fue asesinada por su ex pareja, Hervé Vincent Sully, quien le asestó nueve puñaladas. Dos años más tarde, Sully fue condenado a 25 años de prisión. Pero los familiares de Audrey siguieron insistiendo en los tribunales por considerar que la muerte podría haberse evitado.En esta sentencia pionera, emitida ayer, el Tribunal de Gran Instancia de Paris considera que existe una responsabilidad de la administración por un “fracaso repetido de gendarmería”. El caso, según los jueces, evidencia “la incapacidad del servicio público de la justicia para cumplir con al misión fundamental de proteger a los ciudadanos”. Los magistrados recuerdan, además, que “la violencia contra la mujer es una prioridad nacional”.

El caso de Audrey es la crónica de una muerte anunciada

 En enero de 2006, la joven, que era madre de una niña de siete años, acudió a comisaría para denunciar que recibía golpes y amenazas de su ex compañero, de manera repetida. Unos meses después, en octubre, presentó una nueva denuncia por amenazas, y sólo unos días más tarde, se presentó de nuevo ante los agentes, esta vez acompañada por su hermana, que también estaba siendo acosada. De hecho, según publica el diario Le Monde, mientras las mujeres estaban poniendo la denuncia, ésta recibió nueve llamadas y mensajes de texto amenazantes. En ninguna de estas ocasiones, Audrey recibió protección. Ella, en cambio, siguió insistiendo en los malos tratos que recibía diariamente. Lo hizo el 23 de noviembre, día en que recibió 83 llamadas y 19 mensajes con insultos que presentó ante los policías.

 Los datos son de escándalo

Según se demuestra en los informes policiales, entre octubre de 2006 y marzo de 2007, mes en que fue asesinada, Hervé Vincent Sully llamó 352 veces a su ex novia y en este tiempo le dejó también 168 mensajes acosándola.A pesar de las evidencias de violencia de género, la policía únicamente cursó una petición a la compañía telefónica para comprobar la identidad del autor de las llamadas. Pero la compañía cometió un error en la transmisión de los dígitos y se decidió cerrar la investigación.El tribunal determina que la inacción de la policía y la “sensación de impunidad” dio lugar a una “violencia más grave”, que acabó con la muerte de la joven. El año pasado, 121 mujeres fueron asesinadas en Francia por sus parejas o exparejas, 53 menos que el año anterior. En nuestro país, 24 mujeres han muerto víctimas de violencia de género, según el balance del ministerio de Sanidad. 

Fuente: La información.com

EL MACHISMO MATA










Todavía no hay certezas, pero existen fuertes sospechas de que el fuego que terminó con la vida de María Karina Flamenco y su familia pudo haber sido provocado por su ex pareja, a quien ella venía denunciando por violencia de género, sin que su pedido desesperado de ayuda hubiera tenido alguna respuesta efectiva para protegerla a ella, a sus hijos y a su compañero. ¿Cuántas María Karina más tendrán que morir quemadas, asfixiadas, estranguladas, acuchilladas, a martillazos o con algún disparo a manos de sus parejas o ex parejas para que se ponga en marcha un plan nacional para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres? Ese plan está previsto en la Ley 26.485, sancionada por el Congreso en 2009, con el objetivo de que se puedan articular políticas a nivel nacional, de los gobiernos provinciales y municipales. Para que ninguna María Karina tenga que vivir en el infierno de saber que él puede volver a amenazarla, a hostigarla, como contaron varias vecinas que le ocurría asiduamente.

“Tenía muchas denuncias. Cuando él venía a molestarla, llamábamos a la policía, que a veces venía y a veces no. Todos los vecinos la ayudábamos”, contó una mujer del barrio. Otra vecina recordó que el miércoles, un día antes de la tragedia, la ex pareja de Karina le dijo: “Mañana vas a tener noticias de tu amiga y sus hijos”. El vecindario estaba atento a los ataques que recibía María Karina de su ex pareja: “Siempre los chicos del barrio salían a defenderla. Esta vez no los pudimos salvar”, se lamentó la mujer.

La casilla en la que vivía la familia no tenía ventanas: estaban tapiadas. Tal vez –y es sólo una suposición– porque vivía aterrorizada de que él pudiera volver para agredirlos una vez más, como la amenazaba. Y como les pasa a tantas otras mujeres que, como María Karina, sufren violencia de parte de su pareja o ex pareja. A veces ellas demoran en pedir ayuda o denunciar. A veces denuncian y las respuestas de la Justicia demoran. A veces consiguen medidas cautelares de exclusión del hogar o una orden para que el agresor no se acerque a ellas. Pero a veces ellos –los hombres que ejercen violencia contra su pareja o ex pareja– no las cumplen. Y no reciben ninguna sanción por violar esas medidas judiciales. Y las María Karina, aterradas, quedan expuestas a un próximo ataque que, a veces, puede ser mortal.

No se trata de casos aislados. Los hombres que maltratan a su pareja o ex pareja no son violentos por naturaleza, ni locos, ni enfermos. El caldo de cultivo para que agredan a esa mujer que dicen amar o quieren reconquistar es la histórica discriminación a las mujeres en la sociedad; esa matriz es la que habilita que haya algunos hombres que consideren a su pareja o ex pareja como parte de sus posesiones, al punto de querer controlarlas y dominarlas y, en los casos más extremos, apropiarse de sus vidas hasta matarlas. Esa matriz se debe atacar trabajando en las escuelas, desde el marco de la Ley de Educación Sexual Integral –que cuesta tanto que llegue a las aulas– para desarmar estereotipos de género, para promover relaciones más igualitarias entre varones y chicas, para prevenir los noviazgos violentos entre adolescentes.

Sin embargo, se habla poco de esta inseguridad que afecta a muchas mujeres, para las cuales su propio hogar resulta más inseguro y riesgoso que la calle. En 2013, en la Argentina, 295 mujeres y niñas fueron asesinadas por el hecho de ser mujeres, de acuerdo con el registro que lleva adelante el Observatorio de Femicidios en la Argentina de la Casa del Encuentro. La cifra fue un 15 por ciento mayor que el año 2012. En el 63 por ciento de los casos, los femicidios fueron perpetrados por el esposo, el novio, un amante o la ex pareja de la víctima.

Desde que comenzó este año hubo al menos dos casos parecidos al de Merlo. El 15 de enero, en Santiago del Estero fue rociada con combustible Emilse Yanet Maldonado, de 23 años, en el barrio Arquitecto Luis Bontempo. Murió quemada junto a su pequeño hijo. El principal sospechoso de provocar la llamas fatales fue su pareja, Exequiel Hernán González, de 33 años, quien también se prendió fuego y murió. Dos meses y medio después, en el barrio porteño de Pompeya, otra mujer y otro hijo, Lorena Vargas, de 36 años, y su nene de 12, fueron encontrados muertos al apagar un incendio, en la vivienda que la familia compartía. Como principal sospechoso de provocar las llamas fue detenido su pareja y padre del niño. “No serás mía, pero no serás de nadie”, es el mensaje que escriben con fuego los femicidas.

La violencia de género es un problema social, de salud pública y de derechos humanos, que debe estar en la agenda política prioritaria. Hoy, tal vez, el hecho de que hayan muerto seis niños, además del matrimonio en Merlo, genera más horror y espanto. Pero son miles las mujeres que diariamente sufren este flagelo, tal vez sin llegar al límite de la muerte. Debemos reaccionar y decirle basta a la violencia machista, por las María Karina, por todas, por nosotros como integrantes de una sociedad que viene ampliando derechos para ser más igualitaria y solidaria. Nunca más.

Fuente: Página 12  - Por Mariana Carbajal.

sábado, 3 de mayo de 2014

MUJERES CUIDADORAS: ENTRE LA OBLIGACIÓN Y LA SATISFACCIÓN





Marcela Lagarde.
Cuidar es en el momento actual, el verbo más necesario frente al neoliberalismo patriarcal y la globalización inequitativa. Y, sin embargo, las sociedades actuales, como muchas del pasado, fragmentan el cuidado y lo asignan como condición natural a partir de las organizaciones sociales: la de género, la de clase, la étnica, la nacional y la regional-local.
Así, son las mujeres quienes cuidan vitalmente a los otros (hombres, familias, hijas e hijos, parientes, comunidades, escolares, pacientes, personas enfermas y con necesidades especiales, al electorado, al medio ambiente y a diversos sujetos políticos y sus causas). Cuidan su desarrollo, su progreso, su bienestar, su vida y su muerte. De forma similar, mujeres y hombres campesinos cuidan la producción y la tierra y las y los obreros la producción y la industria, la burguesía cuida sus empresas y sus ganancias, el libre mercado y hasta la democracia exportada a países ignorantes.
La condición de cuidadoras gratifica a las mujeres afectiva y simbólicamente en un mundo gobernado por el dinero y la valoración económica del trabajo y por el poder político. Dinero, valor y poder son conculcados a las cuidadoras. Los poderes del cuidado, conceptualizados en conjunto como maternazgo, por estar asociados a la maternidad, no sirven a las mujeres para su desarrollo individual y moderno y tampoco pueden ser trasladados del ámbito familiar  y doméstico al ámbito del poder político institucional.
La fórmula enajenante asocia a las mujeres cuidadoras otra clave política: el descuido para lograr el cuido. Es decir, el uso del tiempo principal de las mujeres, de sus mejores energías vitales, sean afectivas, eróticas, intelectuales o espirituales, y la inversión de sus bienes y recursos, cuyos principales destinatarios son los otros. Por eso, las mujeres desarrollamos una subjetividad alerta a las necesidades de los otros, de ahí la famosa solidaridad femenina y la abnegación relativa de las mujeres. Para completar el cuadro enajenante, la organización genérica hace que las mujeres estén políticamente subsumidas y subordinadas a los otros, y jerárquicamente en posición de inferioridad en relación a la supremacía de los otros sobre ellas.
Las transformaciones del siglo XX reforzaron para millones de mujeres en el mundo un sincretismo de género: cuidar a los otros a la manera tradicional y, a la vez, lograr su desarrollo individual  para formar parte del mundo moderno, a través del éxito y la competencia. El resultado son millones de mujeres tradicionales-modernas a la vez. Mujeres Atrapadas en una relación inequitativa entre cuidar y desarrollarse.
La cultura patriarcal que construye el sincretismo de género fomenta en las mujeres la satisfacción del deber de cuidar, convertido en deber ser ahistórico natural de las mujeres y, por tanto, deseo propio y, al mismo tiempo, la necesidad social y económica de participar en procesos educativos, laborales y políticos para sobrevivir en la sociedad patriarcal del capitalismo salvaje.
Así, el deseo de las mujeres es contradictorio: lo configura tal sincretismo.
Los hombres contemporáneos no han cambiado lo suficiente como para modificar ni su relación con las mujeres, ni su posicionamiento en los espacios domésticos, laborales e institucionales. No consideran valioso cuidar porque, de acuerdo con el modelo predominante, significa descuidarse: Usar su tiempo en la relación cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con  los otros. Dejar sus intereses, usar sus recursos subjetivos y bienes y dinero, en los otros y, no aceptan sobretodo dos cosas: dejar de ser el centro de su vida, ceder ese espacio a los otros y colocarse en posición subordinada frente a los otros. Todo ello porque en la organización social hegemónica cuidar es ser inferior.
Algunas tendencias minoritarias se abren paso pero incluso hombres que se pronuncian por relaciones equitativas están más dispuestos a ser amables con las mujeres o sumarse al algunas de las causas políticas del feminismo, que a hacer política feminista.
El  cuidado  pues  está  en  el  centro  de  las  contradicciones  de  género  entre  mujeres  y hombres y, en la sociedad en la organización antagónica entre sus espacios. El cuidado como deber de género es uno de los mayores obstáculos en el camino a la igualdad por su inequidad. De ahí que, si queremos enfrentar el capitalismo salvaje y su patriarcalismo global, debemos romper con la naturalidad del cuidado por género, etnia, clase, nación o posición relativa en la globalización.

El feminismo del siglo XX ha realizado la crítica del modelo “superwoman” y ha denunciado la explotación de las mujeres  a través del trabajo invisible y de la desvalorización de muchas de sus actividades, incluso del trabajo asalariado, de la relativa exclusión de la política y de la ampliación de una cultura misógina simbólica e imaginaria. Ha logrado llevar a la agenda de las necesidades sociales, la violencia contra las mujeres y ha realizado pequeñas modificaciones jurídicas y legislativas en el Estado. Algunas corrientes contemporáneas  ya no reiteran la desigualdad ni la violencia de género y, en cambio acuerdan con la igualdad entre mujeres y hombres y por un mundo equitativo.

Sin embargo, nos queda por desmontar el deber ser, el deber ser cuidadoras de las mujeres, la doble jornada y la doble vida resultante. Y eso significa realizar cambios profundas en la organización socioeconómica: en la división del trabajo, en la división de los espacios, en el monopolio masculino del dinero, los bienes económicos, y en la organización de la economía, de la sociedad y del Estado. El panorama se vuelve complejo si se traslada el análisis con perspectiva de género a las relaciones entre clases sociales y entre países, por ejemplo entre países del norte y del sur, entre los 21 y los otros, etcétera.
Se requieren a la vez, cambios profundos en las mentalidades. Es extraordinario observar cómo la mayoría  de las mujeres, aún las escolarizadas y modernas, las políticas y participativas, las mujeres que generan ingresos o tienen poderes sociales diversos, aceptan como un destino,  con sus modalidades, la  superwomen– empresarial, indígena, migrante, trabajadora, obrera-.
Con esa subjetividad de las mujeres subordinada a la organización social, a las instituciones como la familia, la iglesia y el Estado, y a los hombres, no estaremos en condiciones de desmontar la estructura  sincrética de la condición de la mujer, imprescindible para eliminar las causas de la enajenación cuidadora y dar paso a las gratificaciones  posibles del cuidado.
La vía imaginada por las feministas y las socialistas utópicas desde el siglo XIX y puesta  en  marcha  parcialmente  en  algunas sociedades tanto capitalistas como socialistas y tanto en países del primer y del tercer mundo, ha sido la socialización de los cuidados, conceptualizada como la socialización del trabajo doméstico y de la transformación de algunas actividades domésticas, familiares y privadas en públicas.
Haberlo hecho ha significado mejoría para la vida de las mujeres, liberación de tiempo para el desarrollo personal, la formación, el arte,  el amor y las pasiones, la amistad, la política, el ocio, la diversión, el deporte y el autocuidado, incluso, una mejoría en la calidad de vida y en la autoestima. Es evidente el desarrollo social, cultural y político de las sociedades que así se han estructurado.
Una de las mayores pérdidas de las mujeres de los países que antes fueron socialistas y se han convertido de manera drástica al capitalismo en tiempos neoliberales ha sido la de el sustento social que significaba el Estado social para sus vidas. En la actualidad han vuelto a ser su responsabilidad un conjunto de actividades que la transformación socioeconómica ha tornado domésticas, privadas y femeninas. Y lo mismo está sucediendo aún en países capitalistas de alto y medio desarrollo en los cuales se ha adelgazado al Estado de una manera violatoria de los derechos sociales construidos con muchos esfuerzos en gran medida por los movimientos socialistas, obrero y feminista.
La alternativa feminista contemporánea que se abre paso en gran parte del mundo en el siglo XXI tiene sus ojos puestos en la crítica política de la globalización dominada por el neoliberalismo patriarcal de base capitalista depredadora. La opción que busca avanzar en el desarrollo de un nuevo paradigma histórico cuya base sea un tejido social y un modelo económico que sustente el bienestar de las mayorías, hoy excluidas, marginadas, expropiadas,  explotadas y violentadas.
Pensamos que sólo una alternativa de este tipo  será benéfica para la mayoría de las mujeres, sus otros próximos, sus comunidades y las regiones y los países en que viven.
Estas transformaciones de género están circunscritas e íntimamente ligadas a transformaciones equitativas de clase, étnicas y nacionales, enmarcadas en la construcción de naciones con derecho al desarrollo sustentable y en una globalización solidaria y democrática.
De no articularse las transformaciones de género con estas últimas pueden observarse distorsiones significativas como las que se dan en la actualidad: mujeres dotadas de recursos y derechos de género que son ciudadanas de naciones hegemónicas, militaristas y depredadoras de otras naciones y pueblos donde habitan mujeres con las que se identifican en la construcción de sus derechos y oportunidades.
También hay hombres cuya identidad es la de ser avanzados, democráticos y progresistas que no consideran importante la emancipación de las mujeres. Estados que colocan a las mujeres entre los grupos vulnerables y no las miran como sujetos
políticos. Países en los que, a través de las acciones afirmativas, por ejemplo las cuotas, todavía negociamos el grado de exclusión política de las mujeres, y se consideran democráticos. Mujeres que piensan que ya lograron todas las metas de transformación de género y no se percatan que “el género” es su categoría social y a ella pertenece la mayoría pobre y cuidadora del mundo: las mujeres.
Por eso, la otra dimensión de esta alternativa feminista es el empoderamiento de las mujeres  como producto de la construcción de un nuevo paradigma histórico. El empoderamiento es el conjunto de cambios de las mujeres en pos de la eliminación de las causas de la opresión, tanto en la sociedad como, sobre todo, en sus propias vidas.
Dichos cambios que abarcan desde la subjetividad y la conciencia, hasta el ingreso y la salud, la ciudadanía y los derechos humanos, generan poderes positivos, poderes personales y colectivos. Se trata de poderes vitales que permiten a las mujeres hacer uso de los bienes y recursos de la modernidad indispensables para el desarrollo personal y colectivo de género en el siglo XXI.
Todos esos poderes se originan en el acceso a oportunidades, a recursos y bienes que mejoran la calidad de vida de las mujeres, conducen al despliegue de sus libertades y se acompañan de la solidaridad social con las mujeres. La participación directa de las mujeres en la transformación de su mundo y de sus vidas es fundamental y conduce también a la construcción de un mayor poder político y cultural de las mujeres que crean vías democratizadoras para la convivencia social.
El cuidado, ha dejado de ser para otros y se ha centrado en las mujeres mismas. La sociedad, en un compromiso inédito cuida a las mujeres, es decir, impulsa su desarrollo y  acepta y protege su autonomía y sus libertades vitales. En ellas va incluida la libertad de elecciones vitales, de actividades, dedicación e identidad: Es el fin del cuidado como deber ser, como identidad.
En el siglo XXI ha de cambiar el sentido del cuidado. Hemos afirmado muchas veces que se trata de  maternizar a la sociedad y desmaternizar a las mujeres. Pero ese cambio no significará casi nada si no se apoya en la transformación política más profunda: la eliminación de los poderes de dominio de los hombres sobre las mujeres y de la violencia de género, así como de la subordinación de las mujeres a los hombres y a las instituciones. Es decir, el empoderamiento de las mujeres es un mecanismo de equidad que debe acompañarse con la eliminación de la supremacía de género de los hombres, la construcción de la equidad social y la transformación democrática del Estado con perspectiva de género.
Para la mayor parte de las corrientes feministas contemporáneas la articulación de lo personal con lo social, lo local y lo global conforma la complejidad de nuestro esfuerzo.
La idea fuerza en torno al cuidado es la valoración de la dimensión empática y solidaria del cuidado que no conduce al descuido ni está articulado a la opresión.
De ahí la contribución de las feministas: primero, al visibilizar y valorar el aporte del cuidado de las mujeres al desarrollo y el bienestar de  los otros; segundo, con la propuesta del reparto equitativo del cuidado en la comunidad, en particular entre mujeres y hombres, y entre sociedad y Estado. Y, tercero, la resignificación del contenido del cuidado como el conjunto de actividades y el uso de recursos para lograrque la vida de cada persona, de cada mujer, esté basada en la vigencia de sus derechos humanos. En primer término, el derecho a la vida en primera persona.


Fuente: Mujeres del Meditarráneo.