sábado, 6 de septiembre de 2014

AUSENCIAS Y PREGUNTAS; LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS DETRÁS DE LOS FEMICIDIOS

Algunos vieron el momento en que sus madres eran asesinadas y otros naturalizaron años de agresión. Cómo se enfrenta el después del crimen. Necesidades económicas y de acompañamiento.




El  año pasado, en el país, 263 niñas, niños y adolescentes quedaron huérfanos como consecuencia de la violencia de género. Se trata de hijas e hijos cuyas madres fueron asesinadas por sus PAREJAS, ex o por alguien de su entorno. ¿Qué sucede con esos chicos? ¿Cómo enfrentan la situación? y ¿Cuáles son las dificultades que enfrentan el resto de los familiares para cuidarlos? Hace dos semanas, Carolina Giardino una santafesina de 44 años fue asesinada por su ex pareja, quien escapó del lugar con su hijo de siete años con síndrome de Down. El año pasado, Griselda Correa fue acribillada a balazos frente a su beba de nueve meses y sus hermanas de menos de 10 años. Y, en 2012, uno de los hijos de Wanda Taddei contaba en la cámara Gesell cómo había escuchado la agresión de Eduardo Vázquez (ex baterista de Callejeros y condenado por el crimen) a su mamá. No son pocos los casos en que niñas y niños presencian el momento exacto en que su madre es asesinada. Y son muchas más las situaciones en las que presencian insultos, golpes y amenazas que se convierten en parte del día previo a un femicidio. La ONG La Casa del Encuentro relevó que en 2013 fueron 405 las hijas e hijos que perdieron a sus madres a través de esos casos extremos de violencia de género. El 65 por ciento de ellos eran menores de edad al momento del crimen. A nivel nacional no está definido un protocolo de atención para esos chicos; y, aunque existe un proyecto provincial para otorgarles pensiones, hoy no reciben ninguna ayuda económica especial. Por lo tanto, terminan quedando a cargo, en el mejor de los casos, de un familiar y, en otros, hasta del propio femicida. “Los niños quedan no solo con el trauma psicológico que les ocasiona haber presenciado, en muchos casos, el asesinato de su madre sino que en la mayoría de los casos, por una cuestión económica, la familia ni siquiera puede tenerlos en el mismo lugar. O sea que terminan, además, separados de sus hermanas y hermanos, cambian de barrio y de colegio. Realmente es una cuestión muy dura”, analizó Ada Rico, presidenta de la ONG La Casa del Encuentro, en diálogo con Diario UNO. Y acotó: “Tampoco tienen una asistencia psicológica que les permita elaborar lo que les sucedió. Porque, además, hay que tener en cuenta que cuando asesinan a la madre no es el primer episodio de violencia que ven. El femicidio es el último eslabón de una cadena de violencias. Por lo tanto, esa criatura ya ha visto maltratos, insultos y, de pronto, su mamá ya no está, fue asesinada. Y ellos tienen que empezar nuevamente, a veces, uno en la casa de una tía, otro con una abuela o con otro pariente. Es muy difícil reconstruir, sin la asistencia necesaria, una situación tan compleja y el trauma que le genera. Estamos hablando de criaturas de todas las edades. Y cuanto más grande son, y entienden perfectamente lo que ocurrió, hay que trabajarlo muchísimo más”. En ese sentido, Rico lamentó que a nivel nacional no exista ningún plan de atención organizado para las familias de las víctimas de femicidio. “Por eso nosotras pedimos que una medida de protección para esas criaturas sería que se le brinde alguna ayuda a la familia directa para que pueda hacerse cargo de los chicos. Sería importante que los chicos tengan una obra social porque, de esa manera, podrían estar amparados desde la parte física y psíquica y eso hoy no existe. A lo largo de nuestro país hay distintos dispositivos pero a nivel nacional no existe nada”, manifestó. “Yo, dos mamás” Carmen García falleció el 8 de abril del año pasado, tras agonizar durante una semana, producto de las quemaduras que sufrió en un ataque de su entonces PAREJA Daniel Leonard. Los cinco hijos de la joven de 27 años quedaron desde ese día al cuidado de su abuela, una mujer mayor con problemas de salud y que también tiene que cuidar a un hijo con una discapacidad por el que no puede aún cobrar la pensión correspondiente. “Ramiro, que tenía menos de dos años cuando pasó todo, sigue teniendo presente a su mamá. Cuando encuentra una foto de Carmen le dice a la abuela «Yo, dos mamás» y señala la imagen y a mi mamá”, contó Claudia García, la hermana de Carmen. Y siguió: “El resto de los chicos –que tienen entre cinco y 13 años– va pasando etapas. El tiempo pasa pero no sana las heridas. Al contrario, se nota más el vacío, la ausencia de la mamá. Ellos ven en la escuela a sus compañeritos con sus mamás y sienten la falta. Hoy es mi mamá la que se encarga de ellos. Gracias a Dios es una relación que siempre fue fuerte y presente. Los chicos ya tenían una vida con su abuela y no tuvieron que mudarse ni nada”. La tía de los chicos contó que fue muy importante el acompañamiento y la atención de las maestras de los chicos en la escuela. Ellas estuvieron atentas a cada uno de los cambios en los niños para poder atender cuando surgían problemas. Y también destacó el acompañamiento del municipio en el momento del crimen de su hermana porque le brindaron la contención psicológica que los chicos necesitaban. Ellos no estuvieron en el momento del ataque pero sí atravesaron junto a sus familiares la semana en el hospital, el velatorio en su casa y todo el proceso judicial. “Lo que pasó era algo que no se podía ocultar. La indignación y el dolor por lo que estaba pasando mi hermana y la esperanza de que ella quedara con vida eran sentimientos que no podíamos ocultarles”, recordó Claudia. Los 16 meses que pasaron desde el femicidio de Carmen fue vivido de diferente manera por los chicos. “Cada uno a su tiempo fue haciendo preguntas. El último fue el nene de cinco años que preguntó quién le había hecho eso a su mamá y por qué. Mi mamá trató de buscar una respuesta que no le chocara tanto. Uno trata de evitar enfrentarlos con la realidad de que una persona mala mató a su mamá”, explicó la tía del niño y siguió: “El cambio en ellos es grande. Están constantemente pegados a mi mamá como si tuvieran miedo de que se les vaya. Mi hermana era una mamá muy presente y ellos sienten como un golpe que ella no esté más. Nada ni nadie les va a sacar esa ausencia”. Sobre la relación de los chicos con Leonard, Claudia contó que todos lo conocían y salían a pasear con él y Carmen pero que los más grandes nunca quisieron quedarse a dormir en la casa que la PAREJAcompartía. Sólo los dos más pequeños lo hacían cuando Carmen los llevaba con ella. “Tenían relación con él pero nunca quisieron ir a vivir con él. Prefirieron quedarse con mi mamá. Así que mi hermana estaba repartida. Llevaba y buscaba a los chicos en la escuela, les cocinaba, estaba con ellos, los hacía dormir y después se iba a la casa de él con los más chiquitos”, recordó. Hoy la situación de la familia García es difícil pero la llevan adelante apoyándose entre sí. Es que la abuela de los chicos se hizo cargo de todos pero no cuenta con ningún ingreso extra. Además, tiene un hijo con una discapacidad visual que está tramitando hace tiempo una pensión, que sería de gran ayuda a la economía familiar, pero que no se la otorgan. Más acompañamiento En Santa Fe distintos estamentos oficiales y no gubernamentales trabajan en el acompañamiento de las víctimas de violencia de género y de los familiares que perdieron a un ser querido producto de la desigualdad de entre varones y mujeres. Liliana Loyola –directora de la asociación civil Generar y ex defensora adjunta del Pueblo de la provincia– explicó que, en su experiencia, la manera en que niñas, niños y adolescentes pueden lidiar con lo que vivieron depende de la edad y, sobre todo, del contexto familiar. “Es bastante determinante el tipo de familia al que pertenecen. Es su entorno el que los va a acompañar y contener”, indicó. Y agregó que “hoy la niñez está desamparada. Hay una situación de terrible soledad. Generalmente quedan a resguardo de una abuela o una tía. Pero requieren una asistencia integral que no ve que se les esté dando”. Al respecto mencionó que se debe avanzar en normativas que reglamenten un apoyo específico para que se pueda hacer frente a los gastos que suponen esos niños. Cabe recordar que a principios de este mes la diputada Mariana Robustelli (PJ) presentó un proyecto para definir una pensión no contributiva para los hijos de las víctimas de femicidio a fin, justamente, de que cuenten con una protección del Estado frente a una situación de desamparo tan grave. Desnaturalizar Más allá de la urgencia que puede suponer contar con los recursos económicos para poder mantener a los hermanos unidos, la referente de la Casa del Encuentro explicó que hay que trabajar en cómo los chicos pueden elaborar lo que vivieron. “El tema es cómo trabajamos para que desnaturalicen la violencia. Estas criaturas, al haber vivido años de violencia hacia su madre, lo tienen incorporado. Hay que trabajar en eso”, evaluó Ada Rico y siguió: “Por eso apuntamos mucho al trabajo con psicólogos con perspectiva de género. Más allá de las necesidades básicas que tienen que ser cubiertas, como la alimentación, el hogar y la escuela, es imposible pensar en que los chicos salgan del trauma que les generó el asesinato de su madre sin otro tipo de acompañamiento”. A su turno, Fabiana Tuñez –directora ejecutiva de La Casa del Encuentro– se refirió a lo que ocurre cuando el femicida cumple su condena y quiere recomponer el vínculo con sus hijos. “Cuando las sentencias no son muy amplias, porque todavía le cuesta mucho a los jueves aplicar el agravante por violencia de género, se ve que el condenado utiliza la existencia de hijos e hijas para morigerar su condena o para lograr algún beneficio. Eso con el argumento de no querer disolver el vínculo. Entonces piden que el niño lo visite en la cárcel o los utilizan para conseguir las primeras salidas transitorias. Los usan, desde lo afectivo, como objetos y no como personas”. Por último, se refirió al impacto que esa situación tiene en las niñas y niños y habló del caso particular de la hija de Adriana Marisel Zambrano –en cuyo recuerdo se creó el Observatorio de Femicidios–. “La nena tiene siete años y la jueza acaba de obligarla a ver al padre, que ya salió libre, dos veces por semana. Pero cuando hablás con ella, la niña dice que su papá es un maligno, que ella le tiene miedo pero que le dice a todo que sí para que no le haga nada. Esa niña todavía no fue escuchada por la jueza. Ella dice que le tiene miedo al padre pero la Justicia la obliga a verlo. Es una doble violencia de género. La que sufrió por la pérdida de su madre y la que padece cada vez que la obligan a ver al padre. Es un ejemplo pero en todos los casos pasa lo mismo. Los niños no son tomados por la Justicia como personas que pueden decidir y opinar sobre su propia vida”, concluyó. 


FUENTE; Por Victoria Rodríguez / Diario UNO de Santa Fe

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