jueves, 26 de julio de 2018

FEMICIDIO DE MICAELA GARCÍA: LOS CRÍMENES SEXUALES NO SON DELITOS MENORES

Así lo enfatizó la especialista Rita Segato, antropóloga, feminista, con una vasta producción en trabajos de investigación en el tema de género y sistemas carcelarios, en el jury contra el magistrado Juez Carlos Rossi.

                      victimario:Sebastián Wagner/  Víctima: Micaela García

Rita Segato abrió su exposición a la que calificó de “una reflexión crítica a la doctrina jurídica que el juez Rossi representa”.  Lo hizo en el inicio de la primera jornada del juicio que se le sigue al Juez Carlos Rossi, por haber liberado al femicida de Micaela García.

Segato participa por pedido de la Asamblea Participativa de Mujeres Lesbianas, Travestis y Trans, como expecialista en violencia de género junto a Enrique Stola.

Segato, antropóloga, feminista, con una vasta producción en trabajos de investigación en el tema de género y en particular en el sistema carcelario fue contundente: “Es necesario entender que los crímenes sexuales no son delitos menores”. 

Dijo que la justicia no considera a los delitos sexuales en una justa dimensión: “Son crímenes no instrumentales, sino expresivos, que expresan la capacidad de dominio y control masculino. Es un crimen territorial, si tiene una capacidad esa capacidad es expresiva, y expresa dueñidad y dirige ese enunciado a los ojos de sus pares masculinos y a toda la sociedad”.

La antropóloga también reflexionó sobre el rol que tiene la justicia y dijo: “La justicia es una oportunidad pedagógica y si no lo es, pierde absolutamente su posibilidad de transformar  y de obtener eficacia material. Y solo adquiere eficacia material cuando tiene eficacia simbólica y ha entrado en el discurso de la sociedad”.

Advirtió que su tarea se inscribe en la posibilidad de tener una capacidad reflexiva de los operadores del derecho. “Este es el teatro, este es el escenario, este es el momento de hacer llegar a destino, un pensamiento que necesita de más pensamiento, de más reflexión de más comprensión por parte de los integrantes de este recinto”, dijo.

Añadió que se debe entender que “las víctimas sexuales no se constituyen –no siempre- como una persona plena, no alcanza el estatus de ciudadana plena porque no adquiere el carácter de persona plena de derechos”.

Segato fue la primera de las testigos en sentarse frente a los integrantes del Jurado que -a excepción de una mujer-, está integrado exclusivamente por varones, que siguen el proceso del Jury a Rossi, quien se abstuvo de declarar antes de la exposición de Segato y de Enrique Stola.

La experta en violencia sexual se refirió a la necesidad imperiosa de que los operadores de la justicia, los jueces en particular, entiendan que los crímenes de género son “crímenes de exceso de poder” y puedan elevar su capacidad de análisis por encima del sentido común para poder entender que una violación no es un problema de libido sexual, sino que se trata de un tema de poder, de control, de mandato de la sociedad cuya escuela es el cuerpo de las mujeres. 

Mujeres que, además, –explicó Segato- no han alcanzado el estatus de ciudadanas porque aún les cuesta hacerse oir.

Y argumentó que, desde la Justicia, se tiene que indagar para que el “garantismo” en temas de género explique con precisión que el poderoso en estos casos es el “perpetrador que delinque para espectaculizarse en su posición”. El perpetrador del crimen de género es el que detenta el poder mientras que la vulnerabilidad se encuentra en el lado de la víctima.

“Tampoco fueron tenidas en cuenta las opiniones de las profesiones femeninas de los equipos de justicia, aquellas que recomendaron insistentemente no darle la libertad condicional a Wagner” sostuvo para remarcar que también en estas profesiones, mayoritariamente desempeñadas por mujeres, también se evidencia el desprecio hacia esas disciplinas a la vez que muestra la relación asimétrica de género en las mismas.

“Es necesario recordar que el juez Rossi con su sentencia en el caso de Sebastián Wagner, perjudicó a toda la masa carcelaria que busca las salidas condicionales porque se hizo más severa las condiciones para alcanzar la libertad condicional. Fue un golazo en contra a su propia doctrina, porque ahora el tema es utilizado por los sectores más reaccionarios y punitivistas y la imposibilidad fáctica a todas las progresividades de las penas” dijo Segato.

Puntualizó que, en este sentido, “retirarle los fueros de juez podrá ser un ejemplo, por eso independientemente de los resultados de este tribunal, lo que importa más es la eficacia discursiva y performativa del mismo y que se le dé voz en los medios, a los que la sociedad tan herida por el caso de Micaela García, encuentre consuelo” 

Y advirtió “finalmente quiero señalar que en el juicio al juez Rossi, estamos juzgando a quienes están detrás de él, a quienes lo han colocado en ese camino, sus maestros y superiores, y a quienes sustentan sus decisiones en este caso”. 


fuente: Infonews -  Crónica de Sandra Miguez, desde Paraná.

martes, 24 de julio de 2018

VIOLENCIAS: LAS HERIDAS PSÍQUICAS EN EL TRANSCURRIR DE LA VIDA

título Original: "Sin procesar, se repite"

“El 100 por ciento de las mujeres había padecido violencia en la infancia. Algunas, abuso sexual. Esto de que hayan vivido violencia desde la infancia hace que tengan menos recursos para la salida o que sean más vulnerables o que estén naturalizadas y piensen que es así como se vive y que luego lo repitan con las parejas. Lo cual no significa que siempre que hayan vivido violencia en la infancia lo van a repetir con sus parejas, pero si no hay algún procesamiento en el medio que las ayude a salir de ese grado de vulnerabilidad o las ayude a pensar lo que vivieron, tienen muchas probabilidades de repetir la historia”, dice la trabajadora social Elisa Mottini, autora de la investigación “Reconocimiento del impacto de la violencia en la salud de las mujeres. Diagnóstico precoz. Prevención de enfermedades crónicas, discapacidad y riesgo de vida por femicidio”. En esta entrevista repasa los entramados de la violencia y sus secuelas corporales, psíquicas y sociales en la vida de mujeres arrasadas por esta situación.



El trabajo surgió con la idea de “registrar los conocimientos y las vivencias tenidas en estos años con grupos de mujeres”, dice su autora.

–¿Y cuál era la hipótesis?

–Enfermedades crónicas y discapacidad, y riesgo de vida por femicidio, que es lo que a mí me interesaba investigar.

¿Eso, sin cuantificar, lo veía en los grupos?




Exactamente. Hay muchos estudios desde hace muchos años de referentes muestras magníficas, que han escrito sobre las enfermedades de las mujeres por la violencia. En este caso me importaba registrar qué pasaba con esto. Habían padecido todos los tipos de violencia que conocemos. Algunas cosas interesantes: cómo el hospital público, digamos, como todos los servicios de salud, es un lugar preferencial para la detección de la violencia. Puede tenerse esta mirada de abordarlo de manera oportuna en cualquier consulta que hagan las mujeres, de cualquier especialidad médica: apunta a eso esta investigación, a detectar.






–Por ejemplo cuando llega a un traumatólogo o a una guardia.

–Sí, por ejemplo a una clínica porque le duele la cabeza. Es interesante ver en cuanto a salud física se detectaron todas las enfermedades que están en el CIE 10 –que es la Categorización Internacional de Enfermedades–. Entonces, aparecen ahí los distintos grupos de enfermedades posibles y en ellas generalmente aparecían todas: cefaleas, dolores estomacales, ACV, tumores, cáncer, dolores de... Fundamentalmente el tema del dolor, siempre el tema del dolor como un factor predominante.

–El 87 por ciento sufrió amenazas de muerte.

–Sí, con un incremento de esas amenazas de un 27 por ciento en quienes tenían armas de fuego en la casa. Corrían un riesgo mayor. Y el 15 por ciento tuvo un intento de femicidio al que sobrevivió: habían intentado asesinarlas adelante de sus hijas y sus hijos. En todos los casos, los hijos o las hijas fueron quienes las salvaron de la situación. Si bien estaban en otra habitación, al escuchar vinieron o llamaron a la policía. Es muy fuerte.

–¿Y eso fue determinante para ellas?

–Sí. Ellas van y reconocen que están viviendo una violencia extrema cuando pasa algún acontecimiento muy grave, ya sea un intento de femicidio; cuando se meten las parejas con sus hijos o hijas; o cuando padecen una enfermedad terminal o muy grave. Necesitan una situación límite como para reconocer la situación de violencia. Tardaron 11,5 años, promedio, en reconocer que estaban viviendo en violencia y pedir ayuda. Es mucho tiempo. 

–¿Tiene que ver con la idea de que las mujeres estamos criadas para “soportar”? 



Siempre hay múltiples causas. Pero en el caso de estas mujeres, el 100 por ciento había padecido violencia en la infancia. Algunas, abuso sexual. Esto de que hayan vivido violencia desde la infancia hace que tengan menos recursos para la salida o que sean más vulnerables o que estén naturalizadas y piensen que es así como se vive y que luego lo repitan con las parejas. Lo cual no significa que siempre que hayan vivido violencia en la infancia lo van a repetir con sus parejas, pero si no hay algún procesamiento en el medio que las ayude a salir de ese grado de vulnerabilidad o las ayude a pensar lo que vivieron, tienen muchas probabilidades de repetir la historia. Algo interesante en cuando al abuso sexual en la infancia, hay un tema que yo investigué en cuanto al riesgo de vida de estas mujeres. Esto me surge a mí como hallazgo en la investigación porque si bien yo investigaba riesgo de vida por femicidio, aparece un riesgo de vida por ideaciones suicidas –en un 70 por ciento– o por intentos de suicidio –en un 27 por ciento sufrieron uno o dos intentos–. En todos los casos de los que pasaron intentos de suicidio, ellas habían sufrido abuso sexual en la infancia que no había sido procesado, que no lo habían podido contar en muchos casos. Aun participando de los grupos, lo habían podido contar en estadíos bastante avanzados del grupo.

–¿Cuánto tiempo están en el grupo?

–Algunas un año y medio, algunas dos. Dependiendo de los procesos que puedan hacer, no es un tiempo fijado. 

–¿Qué es lo que el grupo permite para las mujeres víctimas de violencia?

El grupo es magnífico porque, si bien ellas son muy diversas, la problemática común es la violencia y la situación que vivieron. Y lo interesante es como el contar su historia, por espejo, se identifica la otra y se da cuenta que aún siendo tan diferente, teniendo realidades tan distintas, la situación es exactamente igual.

–¿Acelera los procesos?

–Exactamente, porque la elaboración de lo que están pasando viéndolo reflejado en otra mujer hace que tengan un reconocimiento mucho mayor. Sin embargo, cuando realicé técnicas además de analizar las historias clínicas, hicimos entrevistas y crónicas semi-estructuradas. En todas las entrevistas, ninguna de ellas había tenido registro de que las enfermedades físicas que padecían podían tener una raíz en la violencia padecida. Sufrían múltiples afecciones físicas.

–¿Lo característico de estas mujeres es que tienen muchas combinaciones de síntomas?


Exacto. Y que al no tomarse tiempo, los síntomas se van agravando y se cronifican, entonces comienzan a padecer enfermedades crónicas, disminución de sus capacidades porque ya no son las mismas mujeres que tenían tantas posibilidades de ser las mujeres que antes habían sido si no que comienzan a sentir que ya no van a poder conseguir trabajo; que no pueden salir; que están siempre cansadas; que no van a poder hacer frente a la separación de la pareja; el tema de los hijos o la justicia. Y también aparecen discapacidades de por vida, no solo las que fueron por intento de femicidio...

–¿Las discapacidades son producto de la violencia?

–Producto de la violencia específica.

–¿Por ejemplo, por un acuchillamiento?

–Exactamente, una mujer que nunca más volvió a ser la misma persona. Sin fuerza para enfrentar, a pesar de que salía a trabajar o trataba de hacerlo. Con dolores continuos en el cuerpo, con intervenciones quirúrgicas continuas, con amenazas porque “si bien él está preso, después sale”. Tumores en los oídos no solamente por golpes. Fijate que notable: una mujer que los tenía decía “ya no puedo oír más violencia” pero no relaciona los tumores que ella tenía con su discurso. Entonces, esto me parece que es muy importante tenerlo en cuenta porque si bien la persona que la atendía, si pudiera detectar con una sencilla pregunta –porque no se necesita una excesiva capacitación, no se necesita ser experto en violencia, aunque sí capacitación de los equipos de salud– con poder mirar a los ojos, poder ver qué pasa, poder dedicarle unos segundos para saber qué le está pasando y luego de eso, sí pueden abordarlo. Con simple recursos, la médica o médico puede hacer una red y ahí estamos evitando las enfermedades crónicas, la discapacidad.

Fuente: Página 12 - Por Sonia Santoro

viernes, 20 de julio de 2018

ABORTO NO PUNIBLE: ¡CRIMINALES!, NO UTILIZARON EL PROTOCOLO

Título original: " Pedí el aborto porque mi hijo se retorcía de dolor".





"Mamá, mamá, ¿quién es?". La voz de una niña de 3 años se escucha de fondo al otro lado del teléfono.

"Es una señora", le dice Fernanda Sandoval, su madre, a Renata.

"¿Cómo se llama?"

"Constanza. Llama de muy lejos".

"¿Por qué?", vuelve a preguntar. Está en la edad de los porqués.

Poco entiende Renata de la razón de esta conversación telefónica o por todo lo que ha pasado su madre durante los últimos tres meses. Sólo sabe que iba a tener un hermanito, pero de un día para otro este se convirtió en "un angelito" y el vientre de su mamá dejó de crecer.

"El hermanito se fue al cielo", le dijo Fernanda a su hija. Y a BBC Mundo le relató el infierno por el que pasó el fin de semana cuando todo sucedió.


Camino al infierno

Javier Lagos siempre supo que su hijo sería varón, aunque ninguna ecografía lo mostrara aún.

De hecho, él y Fernanda ya le tenían nombre: León. Pero, finalmente, no fue una ecografía la que les confirmó el sexo de su hijo; solo supieron que era niño el día en que Fernanda, acostada en la cama de una sala común en un hospital público chileno, lo expulsó entre sus piernas, sin doctora ni matrona asistiéndola, según su testimonio.

Tenía casi cuatro meses de embarazo y la pesadilla había empezado 60 horas antes.


El jueves 5 de abril había sido uno más de los monótonos días que Fernanda estaba viviendo desde la indicación de reposo. Como quedó embarazada con un dispositivo intrauterino, su embarazo era de alto riesgo.

Ese día fue a dejar a su hija al jardín infantil, volvió a la casa y se acostó a ver televisión. En la tarde llegó su novio y, como todos los días, se fue a dormir asumiendo que el viernes nuevamente haría lo mismo. Pero no fue así.

Esa madrugada, Fernanda despertó de dolor. "Fui al baño y vi que estaba sangrando". De inmediato su novio la llevó al hospital público de Quilpué, la ciudad vecina al pueblo en el que vive la pareja, en la zona central de Chile.




"Cuando llegamos al hospital la ginecóloga me dijo que se estaba empezando a desprender el huevo", relata Fernanda.

La hospitalizaron y la mañana siguiente, tras varios exámenes, los médicos encontraron una infección que fue la que provocó el desprendimiento.

Le dieron antibióticos y reposo absoluto. "No podía pararme ni al baño". Sin embargo, esa misma tarde sintió un líquido entre sus piernas. Había roto membranas y ya no tenía líquido amniótico, según confirmaron los exámenes.


Con el conocimiento básico de cualquier mujer que escuchó sobre la ley de "aborto tres causales" (peligro de vida de la madre, inviabilidad del feto y violación) que se aprobó el año pasado en Chile, Fernanda habló con el doctor y le pidió interrumpir su embarazo ya que sin líquido amniótico, su bebé no tenía posibilidades de sobrevivir.

"Me dijo que no, que era objetor (de conciencia) y que en estos casos había un 18% de posibilidades de que el bebé sobreviviera, así que no aplicaba la ley, y me ofreció un calmante", recuerda Fernanda.

"Había rotura de membrana, pero la ecografía mostraba un embrión viable", le dice a BBC Mundo Javier Pérez, director subrogante del Hospital de Quilpué.

Fernanda iba a pasar nuevamente la noche en una pieza común de maternidad. Mientras ella perdía lentamente a su bebé, sus vecinas estaban a punto de tener los suyos o los tenían en sus brazos.

El derecho a objetar 

La recién estrenada ley de aborto chilena le da la posibilidad a cualquier persona que intervenga directamente en el quirófano de apelar a la objeción de conciencia si no está de acuerdo con realizar un aborto.

Esta facultad "está sujeta a dejarla por escrito de manera previa al director del establecimiento de salud", le explica a BBC Mundo Camila Maturana, abogada de Fernanda y representante de la Corporación Humanas, una institución dedicada a la defensa de los derechos humanos y justicia de género.

Sin embargo, al objetor no se le pide ningún tipo de justificación, critica la profesional. "En la práctica se limita a llenar un formulario sin necesariamente que ese profesional tenga que explicar o dar cuenta de la seriedad de su decisión".

Si una paciente pide interrumpir su embarazo por una de las tres causales establecidas, el médico objetor tiene el deber de informar al director del hospital y este, a su vez, tiene la obligación inmediata de asignar otro médicoque no sea objetor para que realice el procedimiento y, si no hay ninguno, derivar a la paciente a otro establecimiento.

Sin embargo, en el caso de Fernanda, eso nunca pasó.

El director subrogante del hospital le confirma a BBC Mundo que nunca recibió la llamada de ese médico. "En ese momento no se hizo la comunicación", pero lo justifica. "La primera medida a aplicar ante una rotura de membrana es partir con el tratamiento antibiótico, antes de pensar en inducir el aborto".

"Hubo un problema de comunicación", asegura. "No era el minuto más adecuado para que el doctor se presentara ante la paciente como objetor de conciencia".

"Mi hijo se retorcía de dolor"

La mañana siguiente a Fernanda le hicieron una ecografía y le preguntaron si quería escuchar los latidos del bebé. "No los quise escuchar, ¡si me estaban diciendo que se iba a morir!".

Tenía latidos débiles y el resultado era inminente. "Me dijeron que se estaba retorciendo producto de la infección".

Entonces una matrona se acercó. Le comentó a Fernanda que sabía que había solicitado interrumpir el embarazo y que sí calificaba para hacerlo. Si todavía quería, podía llamar a la matrona jefa -quien por ser sábado estaba en su día libre- para comenzar el protocolo.

"Con el dolor de mi corazón, dije que sí. La guagua (bebé) estaba sufriendo y a mí me empeoraba la infección. Yo tengo una hija que me necesita y no podía quedarse sin mí", relata Fernanda.

Cuando llegó la matrona, la doctora de turno, que no era objetora, aprobó la administración de una primera dosis de medicamentos para comenzar el proceso. Eran alrededor de las 3pm del sábado y la segunda dosis debía ser administrada 24 horas después.


Pero al día siguiente, la montaña rusa de decisiones médicas en la que habían subido a Fernanda volvió a dar un giro, esta vez radical.

"Sentí que algo caía entre mis piernas"

El domingo, cuando llegó la hora de tomar la segunda dosis, no había receta.

Una nueva doctora se negó a firmarla. "Me dijo que era objetora, que todavía habían latidos, así que no me podía administrar el remedio".

Amparada en que este podía ser administrado entre 24 y 48 horas después del primer medicamento, la doctora le dijo que esperara el turno de otro médico para que se lo prescribiera.

El director del hospital le confirma a BBC Mundo que tampoco recibió ninguna llamada de esta profesional, pero nuevamente lo justifica. "El medicamento que se aplica por segunda vez se aplica a las 48 horas (…) la doctora estuvo en el periodo intermedio".

Fernanda cuenta que la segunda dosis no fue lo único que no le recetó.

Esa misma tarde comenzó con contracciones "muy dolorosas y sangrado" y su novio fue a pedir que le dieran algo para el dolor. "No sabíamos qué hacer", cuenta Javier.

Pero las enfermeras le dijeron que era normal, que se quedara tranquila y que no podían darle ningún analgésico porque la doctora no había dejado nada indicado. Al preguntar si podían llamar a la doctora la respuesta fue categórica: "está ocupada", aseguran Fernanda y Javier en entrevistas por separado con BBC Mundo.

A esa altura, Fernanda ya gritaba y lloraba de dolor. Tanto, que fue la propia paciente de la cama del lado la que se paró a pedir ayuda, según cuenta Javier.

"Sentí que algo caía entremedio de mis piernas. Pegué un grito", recuerda Fernanda.

"Ahí entró la doctora con parte del equipo… me dijeron que me acostara porque estaba sangrando. Cortaron el cordón [umbilical] y [al feto] lo metieron en una chata [instrumento de metal donde orinan o defecan los pacientes que no pueden pararse al baño]", recuerda Fernanda.

"Era un caos. La señora de la cama del lado salió llorando. Yo fui quien cerró la puerta", complementa su pareja.

En medio del caos y con Fernanda aún sangrando, la doctora les preguntó si querían o no llevarse al bebé.

"Le dije que primero atendieran a Fernanda, que de ahí veíamos eso", cuenta Javier. Pero la doctora insistió. "La segunda vez ya me enojé". Fue entonces cuando les dijo que se lo llevaran con cuidado.

La versión del hospital no coincide con la de Fernanda. Según el doctor Pérez la doctora sí estaba en la sala cuando ocurrió el alumbramiento. "Hicimos el análisis de los registros que tenemos. La matrona estaba en otras actividades atendiendo un parto, pero en la sala estaba el médico y un técnico paramédico que le administraron analgésicos y la pasaron a pabellón [quirófano]".

Quirófano indeciso

Mientras era trasladada al quirófano y sin perder nunca la conciencia, Fernanda escuchó cómo el equipo médico, en vez de comenzar el procedimiento de legrado -comúnmente conocido como raspado o raspaje- lo antes posible, discutía si debían o no realizarlo, por ser objetores.

Según lo que recuerda, el anestesista no dijo nada y procedió, mientras una paramédico le decía que estuviera tranquila. Todos los demás objetaban el procedimiento.

"Finalmente la doctora les dijo que por la infección estaba en riesgo vital. Que o me intervenían o me moría". Solo entonces procedieron. La doctora era la misma que se había negado a recetarle la segunda dosis de medicamentos.

Fuente: BBC - Tiempo Sur