sábado, 6 de noviembre de 2010

LAS PALABRAS NO SON INOCENTES....


Por Felipe Rivas San Martín, Colectivo Disidencia Sexual*

La última campaña de la actual administración del Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM) ha provocado diversas reacciones que polemizan tomando posición de apoyo o rechazo, tanto desde la opinión pública común y corriente como de parte de personalidades nacionales u organizaciones de derechos gays o vinculados a las agendas académicas y políticas del género.
La razón que justifica el desarrollo de debates, foros virtuales, la elaboración de notas periodísticas, opiniones condenatorias o afirmativas y declaraciones públicas, se encuentra en la utilización dentro del spot o los afiches de la campaña, de una palabra que no genera indiferencia. La palabra es: "maricón".


La publicidad del SERNAM muestra a dos personajes, un árbitro de fútbol (Pablo Pozo) y el conocido comentarista de espectáculos y fotógrafo abiertamente homosexual Jordi Castell, asegurando que "un maricón es el que maltrata a una mujer". El sentido de la campaña parece ser el de mostrar a dos personas que habitualmente son objeto del insulto ("árbitro maricón" y "homosexual maricón"), utilizando ellos mismos la palabra con la que se los ha ofendido, para -esta vez- reafirmar una acepción del término referida a los "hombres que maltratan a las mujeres".

La estrategia publicitaria ideada desde el Ministerio -según asegura la propia ministra Carolina Schmidt- tiene como público objetivo "al hombre", "está dirigida al hombre". El spot y los afiches le hablan al hombre y le dicen a la cara: si tú maltratas a una mujer, dejarás de ser un hombre y te convertirás en un maricón. A fin de cuentas la posible eficacia de la campaña se basa en la violencia contenida en la palabra "maricón", su fuerza denigratoria y en el temor que pueda provocarle a "los hombres" el ser ubicados en ese lugar de denominación, un lugar que los alejaría -según Schmidt- de la "verdadera masculinidad", de la estabilidad misma de su género: "el que maltrata a una mujer es un poco hombre... digamos las cosas como son"[1].

¿Resignificación?
Quienes desde la política homosexual reivindicativa apoyan la propuesta mediática gubernamental, han insistido en que la campaña no sería homofóbica puesto que el uso del término "maricón", produciría una "resignificación" del mismo. Rolando Jiménez -y tras él la organización que preside, el MOVILH- señaló que la campaña da otro significado al término "maricón" y "lo adjudica a los golpeadores de mujeres, a alguien que no es transparente o a las malas personas".[2]

Para Jiménez entonces, en un primer momento, el gesto de enunciar la palabra "maricón" en el contexto del spot produce una resignificación, un cambio de significado desde un sentido predominantemente homofóbico hacia uno que remite tan sólo a las personas de conducta reprochable. Sin embargo, unas líneas más abajo, reconoce que "en Chile el adjetivo se utiliza, mayoritariamente, para referirse a una persona ‘poco leal o que no es capaz de decir las cosas de frente', y no tiene una connotación homofóbica tan significativa como en otros países".


Ahora la lógica argumentativa de Jiménez sufre un giro inesperado, puesto que si la palabra maricón "no tiene una connotación homofóbica significativa" en Chile, difícilmente el mecanismo lingüístico que opera en el spot puede denominarse "resignificación" (cambio del significado a uno diferente), toda vez que el sentido que se quiere dar se encuentra ya dentro del campo semántico del término y tan sólo podríamos reconocer el intento de reforzamiento de una de sus posibles acepciones: la del hombre que le pega a las mujeres o el sujeto cobarde y deshonesto.


Aún más, no sólo es posible poner en duda el hecho que la palabra "maricón" tenga en Chile un sentido homofóbico leve, sino que aún cuando el objetivo y operación de la campaña sea el de potenciar el significado no homofóbico (utilizando estratégicamente por ejemplo a Jordi Castell), las diferentes acepciones de una palabra no pueden entenderse jamás como aisladas e indiferentes unas de otras. Lo que parece otorgar la fuerza y violencia eficaz a insultos como "maricón", es precisamente el hecho que sus diferentes acepciones establezcan relaciones de contaminación y "ruido" entre sí, provocando dentro de su polisemia, efectos de potenciación del significado impreciso.


El marco cultural heteronormativo produce justamente binomios sexuales (homosexual-heterosexual), que se superponen y asocian a otros binomios que otorgan diferentes connotaciones a ambos términos. La heterosexualidad se asocia con lo normal y correcto, más aún con la estabilidad, el honor. Las sexualidades no heterosexuales se superponen a lo anormal, abyecto. No por nada la homosexualidad ha sido asociada a la deshonestidad, la cobardía, la incompletitud.

Todas esas acepciones que los representantes del MOVILH ven como fácilmente separables, están en rigor interrelacionadas entre sí de formas complejas y múltiples. Por eso mismo no es difícil suponer que uno de los sentidos que pueda otorgar soterradamente la eficacia publicitaria a esta campaña dirigida "a los hombres" (heterosexuales), esté precisamente en el temor de esos hombres heterosexuales a ser identificados como homosexuales, más aún cuando la carga del término sigue siendo insultante.


"La palabra maricón es fuerte"
La posición crítica al spot del SERNAM ha denunciado el carácter agresivo de la campaña, poniendo en cuestión -por ejemplo- la asociación de "la imagen de un homosexual declarado con la delincuencia (hombre que maltrata a una mujer)"[3].

Personajes como Pablo Simonetti, escritor homosexual fuera del clóset, han sido tal vez de las figuras públicas que más coherentemente han conformado una batería argumentativa en contra de la campaña de gobierno, poniendo énfasis en la necesidad de limitar la circulación pública del discurso del odio.

Según él, "la palabra maricón es una palabra que tiene una carga de discriminación y dolor que no debiera ser permitida en el ámbito público. Debiera desaparecer de la esfera pública. La campaña se alimenta de la carga de odio que esa palabra ha tenido y la transfiere a otro lugar de odio y violencia. A partir de la violencia que esa palabra ha significado, connota otro lugar de violencia. Es como apagar el fuego con bencina. Debiera ser desterrada"[4].

La posición de Simonetti parece nutrirse de ciertas teorías progresistas que han tratado de promover la creación de propuestas legales que restrinjan, limiten o sancionen el "discurso del odio", y que han elaborado argumentaciones en donde las palabras tendrían no sólo el poder de herir, sino además la fuerza performativa de fortalecer -y así de institucionalizar- discursivamente las situaciones de desigualdad social, racial o sexual con carácter sistemático, histórico o estructural.

En efecto, uno de los modos de operación de la violencia discursiva es la ubicación del destinatario de la injuria en un lugar abyecto, un lugar inhabitable desde el cual no es posible construir formas de agencia legítimas: el insulto te paraliza. A la vez, refuerza la posición del hablante -quien emite el insulto- como alguien que se encuentra dentro de la norma (sexual, racial, de género), posición que se ve fortalecida en esa misma relación de poder. Uno y otro se necesitan mutuamente para existir.

Sin embargo, el problema de planteamientos como los de Simonetti, es -en primer lugar- una excesiva confianza en el carácter totipotencial del discurso del odio (el discurso del odio tendría supuestamente la capacidad absoluta de efectuar la subordinación que señala), al mismo tiempo que su postura parece prescindir de cualquier consideración del contexto y de los lugares de enunciación. Siguiendo su análisis, la sola circulación del término -independientemente de quién lo enuncia y desde donde- reafirmaría la violencia con la que esa palabra ha sido usada contra los homosexuales.

Así, mientras el MOVILH ve una resignificación donde no la hay, para personas como Simonetti no existe posibilidad alguna de resignificación. Ideas como las que afirman que el lugar y el contexto no alteran el sentido del lenguaje, naturalizan la relación arbitraria entre significante y significado, al tiempo que pasan por alto las estrategias de sectores (pos)feministas, de los movimientos raciales críticos y de la disidencia sexual que han utilizado las tácticas de reapropiación del lenguaje injurioso como modo de autodenominación, provocando rupturas de sentido en esas relaciones de poder. Utilizar palabras como "maricón", "camionera", "puta", "indio", como palabras reivindicativas en primera persona y en esos contextos, ha servido como forma de expresión de una radicalidad política que se resiste a ajustar esas posiciones subalternas a procesos de normalización culturales, estéticos y de mercado[5].



Violencia de Género
La campaña en cuestión utiliza la figura de Jordi Castell para eludir posibles acusaciones de homofobia, al utilizar a un homosexual público, pero -a diferencia de las políticas de reapropiación- manteniendo la carga de violencia sexual del término, esta vez destinado a los hombres golpeadores. En cierto sentido el hecho que la campaña esté dirigida "a los hombres" heterosexuales, provoca también ciertos reforzamientos y naturalizaciones de estereotipos de género habituales en las políticas de violencia contra las mujeres, que no sólo muestran a los hombres como los sujetos privilegiados en el ejercicio de la violencia y a las mujeres como los objetos naturales de la agresión, sino que también -en el mismo gesto de "dirigirse a los hombres"- construyen retóricamente al hombre como sujeto (con capacidad de voluntad y agencia suficiente como para cambiar de conducta), y a la mujer como un no-sujeto, con quien no se puede renegociar una voluntad, sino apenas intentar proteger de la violencia del hombre.
Como forma de contrarrestar estos efectos de naturalización sexo-genérico propios de los discursos estatales (y de las agendas del género) contenidos en la lucha contra la violencia, determinados grupos posfeministas, queer y de Disidencia Sexual han elaborado propuestas alternativas y contraculturales que ponen el acento ya sea en la autodefensa, el empoderamiento y la administración o ejercicio de violencia por parte de las propias mujeres, rompiendo con el binomio "víctima/victimario".

Pero aún más, campañas publicitarias como las del SERNAM deben ser sometidas a cuestionamiento no sólo por su adecuación a esos modelos de género esencialistas. En el marco actual en que se realizan a nivel mundial demandas de despatologización de las identidades trans, habrá que sospechar también de cualquier iniciativa que -como ésta- recurra a los temores culturales de una posible incoherencia de sexo-género como forma de lograr el resultado publicitario esperado. Si el miedo a llegar a ser un "poco hombre" es un temor que puede movilizar cambios de conducta en ciertos sujetos, es sólo debido a que esa incompletitud del sexo y el género -que antes fue ocupada por la homosexualidad y hoy por las identidades trans-, configura una amenaza de incoherencia sexual que marca en forma radical los lugares hoy inhabitables e ilegítimos y que debe estar dentro de los intereses primordiales de las políticas actuales de Disidencia Sexual.

FUENTE: OBSERVATORIO DE GÉNERO Y EQUIDAD CHILE - SERNAM

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