lunes, 3 de agosto de 2009

Convivir con el maltrato y los golpes


Fuente:
http://www.lmneuquen.com.ar/noticias/2009/8/2/35769.php
Dos mujeres que viven en tomas en Neuquén se animaron a contar el calvario que sufren a diario, producto del abuso de sus parejas.

Por Pablo Montanaro

Apenas dos historias de las numerosas que suceden a diario en cualquier otra parte de la provincia.

Neuquén > María tiene 25 años, nació en Neuquén, vive en una de las tantas tomas que se despliegan en el sector oeste de esta ciudad. Llega a la entrevista, después de haber mentido en su casa que salía a hacer un trámite, con uno de sus hijos, el más pequeño, de 1 año; y tiene dos más, un varón de 5 y una nena de 7 años, que es hija de un matrimonio anterior de su actual marido con quien convive desde hace más de 6 años.
Esta mujer asegura que a pesar de su corta edad tuvo una vida “muy difícil”, que “pasó las mil y una” porque desde pequeña fue abusada sexualmente por su padre. Se enteró cuando ya su padre había muerto, de boca de su propia madre, antes de que ésta falleciera. “Yo lo amaba a mi papá hasta que me enteré de eso, y hasta el día de hoy no lo puedo creer”, balbucea entre lágrimas y dedos que se entrelazan como si quisieran atemperar tanta angustia, tanto dolor, tanta bronca.
María cuenta que su marido, de 33 años, es obrero, que cobra un “buen sueldo, digamos”, mientras ella recibe “los tickets del comedor del barrio y del plan, con lo que junto un poco más de 300 pesos”.
El tema del dinero ha generado disputas con su pareja porque “la plata la maneja él, a mí me da por día para que haga las compras necesarias pero después comienza a recriminarme diciéndome que ‘por mí estas comiendo, por mí te estás vistiendo, yo te mantengo’”.
Expresiones que están muy lejos de lo que puede reflejar a través de su vestimenta, su pelo corto y desaliñado a pesar del pañuelo que intenta corregirlo, sus uñas comidas y despintadas. “No me compro nada para mí, todo es para los chicos, yo puedo estar sucia o con ropa gastada pero mis hijos no”, aclara.

Primero una palabra, después un golpe
Sin hacerle pregunta alguna, los ojos de María se llenan de lágrimas al revivir las escenas de violencia por las que, finalmente, después de tantos intentos fallidos, generó que se acercara a solicitar ayuda al organismo municipal que recepciona los casos de violencia familiar.
“Primero comenzó agrediéndome verbalmente, luego pasó a la agresión física. La primera vez me agarró del cuello, me golpeó, hasta que me dejó sangrada la nariz. Fue cuando supe que estaba embarazada. El quería que yo abortara. Yo no, prefería irme a vivir debajo de un puente porque yo a mi hijo lo quería tener y lo tuve. Después cuando nació me pidió disculpas pero yo perdí la confianza en él y hasta hoy no la volví a recuperar”, relata.
La memoria, en estos casos, no suele perderse, porque de inmediato agrega: “el día que me fui a hacer el primer estudio me dio una patada en la espalda y también me amenazó con un cuchillo”.
María posa su mirada en la infinitud de este generoso cielo celeste que envuelve el relato entrecortado por el llanto y esa sensación de incertidumbre por su vida y la de sus hijos. Gestos, silencios y lágrimas enhebran esta trágica historia.
Muy atrás quedaron aquellas cosas “que nunca debí hacer”, la relación “con gente con la que no tenía que meterme”, y el consumo de drogas “que gracias a Dios no me ganó”. “Consumí cocaína y marihuana con él, porque quería olvidarme de las cosas que mi marido me decía, incluso de sus familiares que hasta el día de hoy me indican cómo tengo que criar a mis hijos, cómo tengo que tratarlos, cómo tengo que vestirlos. Si vivo en una toma, ¿cómo quieren que los nenes no tengan la ropa sucia, qué chico no se golpea, qué hermanos no se pelean?” se pregunta.

Sin red
El dolor también se instala en esta sufrida mujer cuando resignada dice: “yo esperaba de mi pareja más contención, más apoyo, que cuando me despertara me preguntara cómo dormí, cómo me siento, y esas cosas que a toda mujer le gusta que su pareja le pregunte”. “Y hasta el día de hoy eso nunca pasó y siento que nunca va a pasar”, se resigna.
A tanto llega la bondad de María, muy a su pesar, que le juró a su marido que nunca lo va a denunciar. “Si me llego a separar me quiero ir con lo que vine”.
“Quiero irme con la cama, la cocina, mi ropa y mis hijos. Espero que no me los quite, es por lo que tengo miedo”, explica, y de inmediato se corrige: “por eso sigo con él, porque no quiero que me quite a mis hijos”.
La confesión de María refleja la tragedia de alguien que no sólo sufre violencia, humillaciones, degradaciones sino también que ha perdido la autoestima al continuar sus días con su marido por miedo a que éste la separe de sus queridos hijos.
“Vivo con miedo”, grita María pero sólo son testigos el periodista y las cuatro paredes donde se desarrolla la charla. Le pregunto por las cosas que quisiera hacer y de inmediato María suelta sus deseos como si estuvieran a sólo un paso. “Quiero terminar la escuela, dejé en el secundario cuando me junté con él y me quedé embarazada del primero. Después quiero ser repostera y mientras tanto trabajar en algo, ya sea limpiando, planchando”, enumera.
Ser creyente ayuda a María para fortalecerse cada día, ante el maltrato y los golpes, y seguir criando a sus hijos. Aconseja, como lo hace con algunas vecinas de su barrio que están pasando por la misma situación que ella, “a que se animen a hablarlo, a acercarse a pedir ayuda a los organismos, porque no están solas hay gente que ayuda en serio. Las mujeres que sufrimos violencia tenemos que saber que hay otra forma de vida, por eso hay que animarse y con más razón si se tienen hijos porque es horrible vivir con una persona que elegiste y que encima te pega”.

“Quiero ser policía para vengarme”
“Cuando nací mi papá no se hizo cargo, mi vieja era muy jovencita cuando me tuvo, estudiaba en el secundario, y a los seis meses me regaló porque no tenía adónde ir y entre comer ella o hacerme cagar de hambre a mí decidió comer ella”, cuenta Cristina, nacida hace 25 años en una provincia del norte de la Argentina y desde hace cinco años viviendo en una toma del Oeste de esta ciudad con su pareja con quien convive desde que tenía 16 años.
Dice que conoce lo que es haber sufrido la violencia no sólo física sino también sexual porque “desde los 9 y hasta los 12 años fui abusada sexualmente por mi padre adoptivo y también por otros miembros de esa familia. Su mujer, es decir mi mamá adoptiva, hizo la denuncia y cuando íbamos a tener una entrevista cara a cara con él se murió. Y todo quedó en la nada”, explica al tiempo que recuerda cada episodio sufrido “como si fueran ayer”.
Conoció a su actual pareja, que le dobla la edad, y desde siempre comprendió que lo que buscó “fue ese padre que nunca fue padre”. “Yo sentía que no me había enamorado de él sino que era quien me iba a rescatar de toda esa situación vivida”, comenta.
Juntos llegaron a Neuquén por las dificultades económicas que atravesaban allá en el norte del país y al poco tiempo nació su única hija y con ella empezaron a surgir los problemas, más precisamente hace cinco años.
“Los fines de semana él se dedicaba a escuchar música tirado en la cama o sentado en el comedor de la casilla y tomando alcohol. Yo le empecé a cuestionar esto que repetía la mayoría de los fines de semana. Mientras tanto yo con mi hija tenía que estar en la otra pieza durmiendo o con ella sin poder hacer nada. Era entonces que discutíamos, empezaba a golpearme, incluso yo me defendía también golpeándolo, mientras tanto a la nena la teníamos que encerrar en la pieza o le ponía a todo volumen el televisor”.
Resalta que su pareja es un buen padre, “la nena es su debilidad”, confiesa sonriéndose, “pero una cosa es cuando está sin tomar y otra cuando está alcoholizado”, aclara.
Después de vivir infinidad de situaciones extremas, de haber sufrido más de un golpe y amenazas, “le dije que ya no quería vivir de esa manera y que se vaya de la casa. Estuvo a punto de irse pero la utilizó a la nena diciéndole que se iba, haciéndola llorar. Y ese llanto de mi hija me partió y cedí sabiendo que no era lo mejor”.
También recuerda una situación “re-heavy” cuando lo amenazó con clavarle un cuchillo. “Me había golpeado muchísimo y estaba muy sacada, no pensé en nada, fue una situación muy traumática y luego tomé conciencia de lo que podía llegar a hacer. Alguna vez pensé en matarlo porque en una situación así no medís las consecuencias”, explica sin arrepentimiento.
Como un animal acorralado, luego de uno de los tantos episodios de violencia sufridos, Cristina decidió acercarse a la organización feminista “Las Juanas” para comentar su caso y ponerse a disposición para colaborar con otras mujeres que están atravesando por la misma realidad. Con esa voluntad y solidaridad, se convirtió en referente de la mencionada organización en su barrio.
“Siempre él trató de denigrarme, y yo ahora me siento útil, siempre quise tener tiempo para hacer algo, y ahora puedo compartir mi experiencia ayudando a otras mujeres, transmitiéndoles que se puede salir”, dice.
Cristina opina que, a diferencia de las mujeres de su generación, ahora las jóvenes de 18 a 20 años que sufren violencia “saben muy bien que eso no está bien, yo antes no lo sabía. Creo que ahora son más concientes, hay más información al respecto”.
Aunque nunca denunció a su marido, comenta que en el último tiempo “las cosas se han calmado, pero uno nunca sabe cuando viene el golpe”.
Cristina ha acompañado a otras mujeres a realizar la denuncia y comenta que le parece muy bueno el reciente proyecto de capacitar personal policial para atender los casos de violencia familiar que llegan a las comisarías.
Entre lágrimas que hacen desaparecer la pintura de sus ojos como si quisiera borrar los malos recuerdos que reflotan a cada segundo, Cristina no deja de lado su deseo que tiene desde muy chica: ser policía. “Quiero terminar la secundaria y después ser policía para poder ayudar a las demás y vengarme de los tipos violentos”.

(Aclaración: Los nombres, edades y lugares han sido cambiados para resguardo de las personas que dieron su testimonio).

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