domingo, 24 de octubre de 2010

VIOLENCIA....SEÑALES EN EL AULA


La Habana, agosto (Especial de SEMlac).- Gritos, expresiones peyorativas, amenazas, miradas acusadoras y algunas sanciones se incluyen entre las manifestaciones violentas que se pueden encontrar en las escuelas cubanas, aunque este es todavía un tema poco investigado y reconocido en la isla caribeña.
Escasos estudios aislados de los últimos 10 años revelan que, si bien son poco frecuentes y hasta raros los castigos y maltratos físicos en las aulas, sí son comunes otros más legitimados por la cultura y la tradición, que suelen pasar como naturalmente incorporados y poco reconocidos, incluso, por quienes los practican.
“Por lo general, el maestro no es quien pega; pero es duro de palabra o impone castigos de limitaciones de derecho al estudiantado a la hora de disfrutar del receso o ir al baño. Ambos hechos implican violencia psicológica”, comenta a SEMlac la profesora Yoanka Rodney Rodríguez, Doctora en Ciencias Pedagógicas.
A finales de la década de los noventa e inicios de la actual, aparecieron estudios, en diferentes provincias del país, reflejando la existencia de la violencia en la escuela y sus disímiles manifestaciones.
Esas indagaciones constatan también la falta de preparación del profesorado para enfrentarla. En la secundaria básica, entre otras razones por no reconocerla, no vincularla a un desequilibrio de poder y sólo ver su expresión en las manifestaciones físicas y en los abusos sexuales, o considerarla un problema de la propia institución escolar.
Definida como el uso inadecuado de poder que ejerce cualquier miembro de la comunidad educativa, la violencia escolar afecta la dinámica escolar, transgrede los derechos de la víctima o las víctimas, provoca daños a personas y bienes materiales, y atenta, sobre todo, contra el desarrollo de la personalidad del estudiantado.



“En esa comunidad se incluyen la familia, el profesorado, el personal no docente y el propio estudiantado, porque la escuela es un sistema de relaciones sociales donde hay una red circular para cada grupo y todas ellas se interrelacionan entre sí”, aclara la profesora.


Para Rodney, autora de una propuesta de Estrategia Pedagógica dirigida a la preparación del profesorado para la prevención de la violencia escolar, “la escuela siempre ha sido violenta, lo que ha variado es la forma en que esta violencia se manifiesta”.

En su opinión, se ha debilitado la disciplina escolar, la violencia ha dejado de ser sutil, ha habido un cambio en la posición social del maestro y se ha reducido la distancia entre profesores, maestras y estudiantes.

A ello se añaden comportamientos y actuaciones que van forzando un aprendizaje social negativo, muy evidente cuando los adultos aconsejan a los niños y niñas defenderse con sus propias manos, ante cualquier agresión: “Si te dan, tú también das y te defiendes, no te quedes con las manos cruzadas”, les dicen.

“Así se aprende, desde temprano, que hay que ser violento para defenderse a toda costa, sin respetar ningún nivel”, acota Rodney en diálogo con SEMlac.

Aunque los actos violentos pueden ocurrir en cualquier sentido, lo mismo en las relaciones jerárquicas que entre iguales, la investigadora señala que, en ocasiones, provienen del personal docente, investido de los mayores poderes en ese ámbito.
“La profesoras y maestros tienen el poder legítimo, institucional, que le proporciona su autoridad frente al aula; el de ser una referencia para el grupo; el ser sancionador, ya sea con castigos o premios; el de poseer la experiencia y el conocimiento”, enumera, entre otros.
“Sólo decir ‘maestro’ es disponer de todos esos poderes, y el uso inadecuado de esos poderes lleva muchas veces a emplear la violencia”, explica.
Investigaciones realizadas por Rodney en varios niveles de enseñanza le permitieron comprobar la existencia de problemas en la convivencia escolar y de violencia verbal, gestual, psicológica y, en menor medida, física.
En la secundaria básica “XI Festival”, en Alamar, una populosa comunidad ubicada en la periferia de la capital cubana, donde desarrolló su estrategia de intervención por más de un año, la especialista pudo constatar que, en ocasiones, algunos miembros del profesorado utilizan formas poco afectivas para dirigirse a sus estudiantes.
También que, por lo general, emplean estilos de comunicación autoritarios y las funciones de la comunicación que predominan son la informativa y la reguladora. Igualmente observó que los directivos no siempre prestan una adecuada atención a las formas de relacionarse entre profesores y estudiantes.

El profesorado identificó la violencia verbal como la más frecuente. El 59,37 por ciento del personal docente entrevistado refirió que en la escuela se grita; 28,12 por ciento dijo que se amenaza y 21,87 por ciento reconoció que se ridiculiza a las personas.


A su vez, admitieron no estar preparados para evitar los problemas que pueden producirse en la escuela: 52,5 por ciento se consideró incapaz de controlar y evitar los conflictos y agresiones que se producen en el aula y todas las personas entrevistadas en el grupo afirmaron que sin la ayuda de otros profesionales no pueden resolver esos problemas.
A su vez, 47,5 por ciento del profesorado expresó resolver los conflictos de manera inadecuada con respecto al estudiantado, 30 por ciento en relación con sus colegas y 55 por ciento con la familia.

Manifestaron, además, que la acción frente a la violencia escolar se efectúa más como respuesta a hechos violentos que allí se producen que como una acción contemplada dentro del trabajo de prevención.
El lugar donde hay un mayor riesgo de que se produzcan episodios de violencia es el aula, según señalaron 62,5 por ciento de las profesoras y 50 por ciento de los profesores entrevistados. Entre los comportamientos estudiantiles que les hacen perder el control, están la falta de respeto, la rebeldía, la desobediencia, la grosería y la indisciplina.

De los criterios vertidos por alumnas y estudiantes, en la misma escuela, se concluye que la función comunicativa que predomina en el profesorado es la informativa; mientras en el aula predomina “la imposición de criterios entre los sujetos”, lo que hace del proceso comunicativo “un acto violento, debido a que unos enmudecen a la voz de otros”, afirma la autora en su estudio.

Concluye, además, que 21,91 por ciento del estudiantado entrevistado respeta al profesorado, en primer lugar, porque este “al final es quien los evalúa”, 26,71 por ciento lo hace porque “así lo establece la disciplina escolar” y 25,34 por ciento debido a que con los maestros “se aprende”.
“El poder que más se utiliza es el sancionador, por encima del referente y el capacitativo, que es el que estamos buscando y deseando”, acota Rodney a SEMlac.

La propuesta de Rodney contempla incluir los temas de prevención de la violencia escolar, la educación para la paz y los derechos humanos en la formación inicial del profesorado, en los cursos de superación, y para las estructuras provinciales de educación.

La estrategia pedagógica en las escuelas parte de un diagnóstico. “Ninguna es igual a otra y, en el caso de la violencia, necesitas conocer realmente lo que sucede para luego proyectarte. Partimos de talleres de diagnóstico y sensibilización, como primer paso para poner a las personas en situación, comenzar por reconocer el problema y movilizar el pensamiento”.


En su opinión, se trata de un problema en el que influyen muchos factores, entre los cuales identifica la preparación del personal docente, los estilos de dirección en la escuela y el tratamiento a la diversidad en el aula. “Se sabe que hay una diversidad en el estudiantado, pero tendemos a homogeneizarlo”, precisa.

Estudiosos del tema no descartan, a la vez, el peso que tienen los mitos en la reproducción de la violencia escolar. “Hay una creencia de que el niño, la niña y los estudiantes en general sólo aprenden cuando se les grita y que por eso el maestro tiene que gritar”, explica Rodney.

“Siempre invito a pensar en el tiempo que dura el resultado al trabajar con esos métodos. Si gritas, pero no resuelves el problema, entonces estás demostrando que el grito no sirve. Si lo tienes que usar frecuentemente, entonces ese recurso no funciona”, reflexiona.
FUENTE. Servicio de Noticias de la Mujer de Latinoamérica y el Caribe-SEMlac - Por Sara Más

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