título original: " si la prostitución no fuera acompañada del rechazo social , podría resultar atractiva para más personas".
Dolores Juliano (Necochea, Argentina, 1932) ha investigado a fondo las estrategias culturales y de dominación de género contemporáneas y también los saberes y las prácticas de los colectivos oprimidos que les plantan cara. El juego de las astucias. Mujer y construcción de mensajes sociales alternativos (1992); La prostitución: el espejo oscuro (2002); o Excluidas y marginales: una aproximación antropológica (2004) dan buena cuenta de ello. Esta doctora en Antropología y profesora en la Universidad de Barcelona hasta su jubilación formó parte del proyecto ‘Mujeres bajo sospecha. Memoria y sexualidad (1930-1980)’, impulsado por Raquel Osborne. En él, Juliano analiza los modelos de sexualidad vigentes durante el franquismo y cómo la homosexualidad femenina estaba condenada al silencio y a la invisibilización.
¿Los modelos de sexualidad femenina han cambiado respecto a los de la época de la dictadura o son los mismos perros con distintos collares?
Se ha modificado la sociedad. La iglesia católica mantiene los modelos sexuales tradicionales. La idea de pecado o desviación está muy presente en ella y en las religiones monoteístas. En el protestantismo hay patrones puritanos absolutamente fundamentalistas. El enunciado de las leyes religiosas parece igualitario, pero en la práctica nunca es ni fue así.
¿Esas religiones son más permisivas con la sexualidad masculina?
Sí y tiene que ver con los modelos religiosos y con la organización social. Las sociedades patrilineales y patrilocales son muy restrictivas respecto a la sexualidad femenina.
¿Patrilineal y patrilocal?
Quiero decir que la herencia, los bienes, la pertenencia al grupo y el apellido se transmiten por línea masculina y la patrilocalidad, por su parte, significa que las nuevas parejas se establecen, trabajan o conviven con el grupo del hombre y no con el de la mujer. Es el modelo que se ha impuesto a través de conquistas y colonizaciones. El estatus sexual de la mujer siempre es sospechoso y está sujeto a control. De su fidelidad depende, por ejemplo, que el título nobiliario vaya a parar al hijo biológico del marido. A través de la mujer se transmiten los recursos y la pertenencia, pero es siempre una extranjera sospechosa, una mujer ajena que se ha incorporado a la familia del hombre. Se da un doble patrón de moralidad.
“Mantener la separación entre mujeres buenas y malas es un elemento de control social importante, de estabilidad al sistema.”
“Déjale hablar antes, recuerda que sus temas son más importantes que los tuyos”, “Hazle sentir en el paraíso”, “Cuida a los niños”… El manual de la buena esposa ha cambiado poco más que la portada.
Ahora, lo importante es un estatus individual en vez de uno familiar, la cantidad de dinero que se acumula o que las personas se ubican socialmente no tanto por sus grupos familiares como por sus logros o sus conquistas personales. Factores de este tipo tienden a hacer menos vigentes los antiguos marcos. Sin embargo, estos no han sido cuestionados. Se mantienen explícitamente en algunos casos y de forma implícita en la mayoría de la sociedad.
¿Y a las lesbianas qué les deparaba el franquismo?
La homosexualidad estaba castigada legalmente y muchos gays eran encarcelados. Con las lesbianas, la estrategia social era negar su existencia. Se consideraba que la conducta violenta y delictiva era propia de los hombres, así que una mujer con caracterísiticas o aspecto masculino, o que no asumía sus roles tradicionales de género, era sospechosa de delinquir. Se castigaba a las lesbianas, no por la práctica sexual misma, sino por la atribución social de desajuste, por apartarse de la norma.
¿Cuál de los recursos para hacer buenas mujeres funciona mejor hoy?
El cine, la televisión o las revistas del corazón son muy significativas porque tienen mayor peso social que antes. Generan modelos de mujer y de hombre muy poco cuestionadores y, en ellos, los mensajes alternativos tienen un alcance escaso. Aunque haya algún ejemplo que escapa a la norma, es abrumador el bombardeo de imágenes e información que refuerzan los estereotipos tradicionales, tanto femeninos como masculinos.
Y esos canales contribuyen a construir “medias personas”, según tus palabras.
Carol Gilligan tiene una fundamentación muy bonita al respecto. Ella habla de cómo el sistema funciona a partir de mutilar a cada persona de la mitad de sus capacidades: a los hombres, de las empáticas y a las mujeres, de las de promoción. Así se crea un sistema jerárquico y complementario, que se llama una ‘sociedad normalmente construida’. Por ejemplo, el modelo característico de la masculinidad hegemónica es el guerrero, que se toma la vida como si fuera un combate. Lo vemos todo el tiempo en las películas de acción, donde gana quien más fuerza tiene, quien pega el último. También, en el fútbol, que ritualiza combates donde lo importante es ganar al adversario.
Y ganar dinero…
Porque sigue las pautas capitalistas, pero la masculinidad tradicional siempre se propone un logro a partir de la violencia.
“Vivimos con un modelo de masculinidad del siglo XIX cuando tenemos un modelo de feminidad del XX”
¡Menudo peligro!
¿Por qué se considera impropio del horario infantil el sexo y no una película que contenga violencia explícita? La sexualidad transmite valores como ternura, cooperación, entendimiento entre los seres humanos. La violencia, en cambio, no es una parte importante ni necesaria de la vida humana. Más aún; es un obstáculo para el desarrollo social y, en cierta manera, una aberración.
Hay mujeres buenas (madres, novias, esposas, hijas) y mujeres malas (putas, lesbianas). ¿A quién beneficia seguir haciendo estos dos grupos?
A la estabilidad del sistema. El estigma de la prostitución no tiene que ver con lo que las trabajadoras del sexo son o hacen, sino con que representa un potente elemento de control para las mujeres que no trabajan en la industria del sexo. El modelo de esposas y madres abnegadas exige mucha renuncia y sacrificio. Aunque se diga que la mujer es la reina del hogar, sabemos que no, que es una persona al servicio de todo el mundo. Es un modelo tan poco atractivo y con tan poca recompensa y reconocimiento que la única forma de conseguir que las mujeres se adecuen a él es asegurarse de que la otra posibilidad es peor.
No desde el punto de vista económico…
Cualquier posibilidad que implique ingresos es mucho mejor que la del ama de casa, que en la tercera edad genera importantes bolsas de pobreza. Como, según ese criterio, las actividades de las mujeres malas no resultan disuasorias, se estigmatiza la prostitución: “Podrán tener dinero, podrán vivir un poco mejor, pero nadie las quiere, nadie las respeta”. Mantener la separación entre mujeres buenas y malas es un elemento de control social importante, de estabilidad al sistema. ¿Por qué genera tanta animaversión y un repudio tan visceral la prostitución, que, aparentemente, funciona en los límites de la sociedad convencional y no entra demasiado en conflicto con ella? Porque ataca el modelo tradicional de género. Si no fuera acompañada del rechazo social, podría resultar una opción atractiva para más personas.
Aquí entra en juego la sexualidad de las mujeres, también perseguida.
Se persigue la sexualidad autónoma de las mujeres. Está bien visto que la mujer sea coqueta, que tenga interés por ser atractiva y deseable, que esté enamoradísima del marido y viviendo para servirle y procrear y se penaliza que sea consciente de que su sexualidad forma parte de sí misma y que la utilice como ella quiera. Es la autonomía lo que está mal visto, no solamente en materia de sexualidad, sino en otros muchos aspectos. La disidencia de las mujeres se castiga más que la de los hombres.
¿Para qué nos sirve saber que existen estos modelos y qué posibilidades emancipatorias ofrecen?
Para desmitificarlos y modificarlos. En muchos casos, la aceptación social no se relaciona con el acuerdo, sino con la ignorancia: “Yo de esto no sé, pero si la gente que sabe dice tal cosa, por algo será”. Operan convenciones sociales que sirven para mantener una estructura determinada. No dependen de la biología, ni del destino ni del mandato divino. Las podemos cambiar si contamos con los acuerdos sociales correspondientes.
Consideras que todas las mujeres son transgénero.
El modelo decimonónico implicaba una mujer no sólo femenina en su aspecto —pálida, con corsé, joyas y un peinado complicadísimo—, sino también alejada de las inquietudes intelectuales. Podía tener conocimientos sobre arte, música y pintura, pero justo para admirar las obras. Podía copiarlas, pero no crearlas. Esas capacidades intelectuales se reservaban al mundo masculino. La idea de especialización de las mujeres en los sentimientos y de los hombres en la intelectualidad ha hecho que durante bastante tiempo se privara a las mujeres del acceso a la enseñanza sistemática. Su ingreso en la universidad se dio a partir del siglo XX. En Inglaterra, en el XIX, cuando las primeras consiguieron entrar en Medicina, los compañeros se retiraban porque era una humillación estudiar con mujeres.
Eso ya está superado.
Ese tabú lo hemos roto. En el mundo en general, hay más mujeres que hombres en todos los niveles educativos, doctorados, maestrías, universidad para la tercera edad… En el siglo XIX, ese proceso se habría considerado masculinización. El protagonista de una novela rosa de esa época decía que prefería ver en las manos de una mujer una mancha de lepra antes que una de tinta. Hace 40 ó 50 años, las mujeres elegían sistemáticamente Magisterio o letras porque no era femenino escoger Biológicas, Física o Química. Tampoco debían practicar deporte. Tenemos interiorizadas conductas que valoramos y consideramos propias y habían sido asignadas al mundo de lo masculino. Ahí hay una cuestión transgénero, un claro desafío a los modelos de género tradicionales.
Y los hombres, ¿también son transgénero?
No. El modelo de género les podaba muchas cosas, pero les daba prestigio y riqueza. No se lo han cuestionado tanto. Han avanzado muchísimo menos en el camino de reacondicionar o de desmontar los roles de género. De hecho, vivimos con un modelo de masculinidad del siglo XIX y un modelo de feminidad del XX. Ese fue el siglo de la gran transformación de los roles femeninos, el del triunfo de las reivindicaciones de las mujeres. Tengo la esperanza de que el XXI sea el de la gran transformación de los roles masculinos, en el que los hombres se planteen qué tipo de seres humanos quieren ser, si les apetece seguir siendo guerreros desimplicados de los afectos o si, por el contrario, quieren acceder a desarrollarse como seres humanos completos. Si fuera así, cada persona sería lo que deseara, sin un condicionamiento exterior tan fuerte como hasta ahora.
¿Qué destacas de tu larga trayectoria de trabajo con los movimientos sociales, que empezó ya en tu Argentina natal?
El gran aprendizaje. Cuando las y los investigadores nos acercamos a un colectivo estigmatizado, solemos hacerlo a partir de una simpatía y de una documentación previa. Aun así, siempre nos sorprenden porque son más ricos, más creativos, más solidarios y más capaces de adaptarse a la realidad de lo que sospechábamos. Este aprendizaje desvictimiza, al mostrarnos personas activas, y cambia nuestra visión del mundo y nuestra manera de aproximarnos a los problemas. Hace unos días, una amiga antropóloga me contó que había empezado a trabajar en México con mujeres presas: “La primera vez que fui a la cárcel, me dio un poco de miedo porque pensaba que el ambiente sería violento. Sin embargo, me encontré con unas mujeres tan majas, se ayudan entre ellas, hacen valer los recursos mínimos de los que disponen… Viven en condiciones durísimas, pero sin perder lo que hace valioso a un ser humano”. ¡Pues claro! Mi amiga ya había leído sobre esto, pero una lo descubre por sí misma.
En pocas palabras
Lo sugerente: Que puede haber varias soluciones para un mismo problema
Lo deserotizante: Los modelos rígidos
Lo pendiente: El cambio de los modelos masculinos y el refuerzo de los cambios femeninos ya logrados
Un éxito: Llevar a la discusión pública temas que suelen mantenerse más o menos ocultos
Algo como para tirar la toalla: Trabajar diez años en un tema y encontrarte con que hay que volver a empezar desde el nivel cero
Una feminista: Muchas, según la época. En otro momento habría dicho Simone de Beauvoir o Virginia Woolf pero ahora, quizás, Judith Butler
Una época: La presente o un poquito más adelante
Un lugar en el mundo: Aquel en el que estoy
Fuente: Pikara Magazine
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