y la cultura del “no pasa nada”
“Los hombres tienen miedo de que las mujeres se rían de ellos. Las mujeres tienen miedo de que los hombres las asesinen.”
Margaret Atwood.
Parece un argumento para serie de ficción, de esas en las que narran sádicos homicidios, siempre exagerando. En la nuestra, todas las víctimas son mujeres. Hay sangre, mentiras, encubiertos y pruebas sembradas. A las víctimas las aniquilan de maneras impactantes. En esta historia los patrones para elegir a las víctimas son: mujeres, que vivan en colonias pobres y marginales, trabajadoras y estudiantes, de tez morena, en edad reproductiva, pero también niñas. El móvil: simplemente ser mujeres.
Imaginemos que el guión de nuestra serie es protagonizada por un ente varón, adulto. Él estudió hasta la secundaria y en su núcleo familiar creció con golpes, además de la violencia que vivía todos los días a su alrededor; quizá ultrajado desde la infancia, con una educación egocéntrica donde su deber es encontrar a una esposa que permanezca a su lado toda la vida. ¿Les parece conocida la trama?. Iré dejando pistas para relacionar los hechos.
¿De qué hablamos cuando decimos feminicidio? El término surgió en la academia norteamericana para denunciar la expresión más extrema de la violencia machista. “Es el asesinato de mujeres realizado por hombres. Actos atroces que están representados por la misoginia y la sexualidad sádica. La construcción social de la masculinidad como una manera de trascendencia sobre los otros u otras”. Diana Russell y Jane Caputi dieron a conocer el término en 1990.
Hablamos de un fenómeno que se ha normalizado desde inicios de la globalización de la sociedad. Es el asesinato de las mujeres por el hecho de ser mujeres; los asesinatos están motivados por odio, desprecio, placer o un sentido de propiedad.
Un día, nuestro personaje comienza a repetir el patrón de casa. La violencia constante ya no alcanza, comienza a notar que ahora es parte de su personalidad; sus compañeras sentimentales no obedecen y se desespera, tal cual pasaba con su madre, los gritos se transforman en golpes. No se da cuenta pero los enfrentamientos han subido de tono. Cualquier pretexto se transforma en una golpiza. Está furioso.
¿Por qué ella lo abruma con sus peticiones en lugar de servirle la comida caliente?, y ni hablar de lo insoportable que resulta escuchar las voces de los niños al jugar. Él quiere dormir o ver televisión.
El sólo hecho de mirar a su esposa le molesta. Ella tiene moretones en la cara, pues lo amenazó con irse. Aquello lo envolvió de rabia. Le enseñó que lo tiene que respetar. ¿Quién es ella para dejarlo?
A veces, recordaba ese incidente en la secundaria, cuando esa niña se burló de él y no quiso ser su novia. ¿Quiénes son ellas para dejarlo?
Él trabaja conduciendo un camión. Diariamente abordan mujeres. Le gustan las que van solas y parecen indefensas. Juega con la idea de tenerlas a todas. Se siente fuerte cuando lo imagina. “Podría estar con todas”, se repite a sí mismo. Él que lo tiene todo: juventud y una vida por delante. En ocasiones sus compañeros de ruta lo veían asomarse desde su micro para gritarles cosas obscenas a las jóvenes que pasaban. Él no lo ve mal, al contrario se ríe cuando voltean.
Todo comenzó con algunos ‘levantones’ de placer, sólo les metía mano y las bajaba en medio de la nada. Era un juego, pero por si las dudas las amenazaba con buscarlas y matarlas si lo acusaban. Parecían eventos aislados, hasta el día que subió ella.
Era muy temprano y él venía sin pasaje. Le pagó con un billete, “lléveme hasta el DF”. La miro de nuevo, esta vez con mayor detenimiento. Enseguida la adrenalina se apoderó de su cuerpo, “está ya chingo a su madre”. La violó y golpeó en múltiples ocasiones para después asfixiarla con una llave china y deshacerse de ella en un tiradero de tierra, creyéndola muerta.
Esta es la adaptación de un fragmento de las tantas historias que hay en nuestro país. Un México donde todos los días hay mínimo seis de diez familias buscando a sus mujeres. Salieron y no las volvieron a ver. Algunas tienen hijos, otras planes universitarios, trabajos y deseos de cumplir metas. La cultura de violencia de la que todos somos víctimas, ha sido la responsable de la angustia de estas jóvenes y sus familias. Es la indiferencia la que reina ante miles de denuncias en territorio nacional.
Mujeres buscando a sus mujeres. “Vienen diario, pero no podemos atenderlas a ellas nada más, hay mucho trabajo. Dicen que sus hijas están desaparecidas pero siempre se van con el novio y al rato regresan. Muchos padres no conocen realmente a sus hijos, parece increíble pero los jóvenes son mañosos e irresponsables.” Ese es el pensamiento de muchos policías y servidores públicos. “Las muchachas no se cuidan, andan solas en la noche, así como no quieren que les pase algo.”
El feminicidio como tal, entró en la ley de nuestro país en 2011. Dieciocho años después de las apariciones de cientos de cuerpos en la famosa Ciudad Juárez. Son otras mujeres son las que han impulsado estos cambios pues las cifras de congéneres muertas de forma violenta se han disparado, al grado de superar los primeros números que ya eran de por sí alarmantes.
El feminicidio toma en consideración: la relación inequitativa entre los géneros, la estructura de poder y el control que tienen los hombres sobre las niñas y mujeres para que ellos dispongan el momento de su muerte; los motivos a los que se recurre para justificar el asesinato; los actos violentos que se ejercen en el cuerpo de la víctima; la relación de parentesco entre la víctima y el victimario; los cambios estructurales que se dan en la sociedad; la falta de investigación y procuración de justicia por parte de los aparatos de impartición de justicia, y la responsabilidad y/o complicidad del Estado.
“En Ciudad Juárez, hay un asesinato sistemático de más de un centenar de niñas mujeres y mujeres, el cual comprende los códigos que identifican a las víctimas: hay un predominio de mujeres jóvenes, son morenas, son estudiantes, son obreras, son niñas, pero todas ellas son económicamente marginales. Los asesinatos tienen una firma: secuestro, tortura, mutilación, violación y exterminio. También la firma aparece en algunos cadáveres y se expresa de las siguientes formas: cuando se encuentran vestidos- generalmente se encuentran desnudos o semidesnudos- su ropa no coincide con la que portaban el día de su secuestro; tampoco coincide el tiempo en que se afirma que fueron asesinadas y el día en que fueron desaparecidas; hay un acomodo de los cadáveres y una disposición de los mismos donde se refleja la tortura y la disposición del cuerpo como complemento de una sexualización y erotización del crimen”. (Monárrez).
Hay tipificaciones para el feminicidio. Un equipo de especialistas dirigido por la doctora Julia Monárrez han logrado un aporte al definir los distintos tipos que se encuentran en México, los nombran como: familiar, íntimo, no íntimo, infantil, por ocupaciones estigmatizadas, y sexual sistémico, en su modo organizado y no organizado. Definir los tipos de feminicidios ha sido un aporte irrefutable para el ejercicio de justicia mexicano.
El viernes 25 de julio se conoció el dictamen del que pudo ser el primer juicio oral de un feminicidio sistemático. Sin embargo, los seis acusados fueron procesados por los delitos de secuestro, prostitución y asesinato de once jovencitas: María Guadalupe, Lizbeth, Perla Ivonne, Idalí, Beatriz Alejandra, Leticia, Deysi, Andrea, Mónica Liliana, Jessica y Jazmín. Ellas fueron víctimas de una red de trata de personas que las obligaba a prostituirse, vender drogas, para después de un tiempo asesinarlas. Los hoy encarcelados dejaban los cuerpos en el desierto.
Se trataba una red de mafia organizada, coludida con la policía y el ejército, quienes tenían conocimiento de cómo se operaba. Las autoridades formaban parte importante de la lista de clientes de está mafia.
Parece una pesadilla y está en todo el territorio nacional. Chiapas, Chihuahua, DF, Guerrero, Jalisco, Edomex, Nuevo León, Oaxaca, Puebla y Sinaloa son los lugares más violentos para las mujeres. Hablamos de un fenómeno que se ha normalizado desde inicios de la globalización de la sociedad.
El sistema judicial de nuestro país ha demostrado lo corrupto de su constitución, siendo este quien cubre los feminicidios con historias de suicidios, asesinatos pasionales, pruebas sembradas e infinidad de artimañas para darles carpetazo más rápido a los casos.
Coludidas las partes, en México se sabe que con dinero todo es posible, incluso comprar la ley. En la actualidad los sentimientos que se producen al saber de la muerte de alguien suelen experimentarse de forma insensible. Estamos más acostumbrados a las noticias violentas y a los inhumanos tratos y por supuesto a los asesinatos; parece que la realidad superó la ficción y también a las autoridades cuyas infinitas limitaciones, comenzando por su corto criterio, han convertido a México en un lugar seguro para cometer atrocidades y seguir gozando de privilegios.
La sociedad se va acomodando en un sitio de aparente tranquilidad, “yo no tengo relaciones violentas, eso no me pasará a mí”, vemos el fenómeno lejano y ajeno a lo que consideramos nuestra realidad, por tanto, nos hemos vuelto poco exigentes, aceptando lo que dice la supuesta autoridad sin cuestionar, al grado de permitir que nuestras garantías individuales universales sean minimizadas, ignoradas, incluso violadas.
“Es que así es”, “pues que se le va a hacer”, “ni modo, así nos toco”, son algunas de las muchas frases recurrentes que demuestra este proceso violento de aculturamiento. Aceptando las cosas sin cuestionar, nos alejamos de lo verdaderamente humano; acostumbrándonos a lo establecido, limitando la capacidad de crítica, sin observar que es posible intervenir desde nuestro cotidiano, con nuestras propias relaciones con mujeres.
La indiferencia y la ignorancia, nos hace quedarnos con la primera versión de la historia, dándole crédito sin comprender más allá. Esto también es parte de una cultura de violencia.
Se torna urgente que las mujeres replanteemos nuestra propia educación, mirando que somos nosotras mismas las que enseñamos estos patrones de violencia, a veces sin pensar. Debemos incluir un pensamiento autocrítico para detectar estas prácticas desiguales y dejar de fomentarlas. No es tarea fácil pero debemos poner manos a la obra en conjunto, reeducándonos, revalorizando la importancia de nuestra posición en la sociedad.
Ante todos los conflictos bélicos en México debemos, no sólo protestar, sino transformar nuestras actitudes cotidianas con otras mujeres y hombres. Primero los más cercanos, familiares y amigos, compañeros de trabajo; replicarlo con todos los seres humanos con los que tengamos trato. También en el transporte público, con la gente en la calle, etc.
Absolutamente todos tenemos un valor incalculable, a todos nos aman y nos esperan en casa. Sólo necesitamos salirnos de nosotros mismos para conectar con los demás.
La información es una gran herramienta que utilizada con principios y conciencia puede lograr otra perspectiva y así, hacerle frente a la adversa realidad mexicana. Tenemos que incluir y hacer partícipes a otras mujeres y hombres para reconstruir una nueva cultura fuera del cáncer de la violencia.
Empezar de nuevo con idea frescas, volver a experimentar el asombro, otorgar unos minutos diarios a reflexionar nuestros actos sin juzgar a los demás, compartir nuestras experiencias. Todo esto es fundamental en la construcción de una nueva sociedad pero lo que me parece indispensable es no entregarnos y normalizar la violencia, mucho menos a la indiferencia, que es uno de los crímenes más atroces que ejercemos contra los demás y nosotros mismos.
Fuente: Mic género / Wordpress - Por Zaydé Castañeda.
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