lunes, 8 de mayo de 2017

LIBRES, NO VALIENTES

Si no puedo bailar, no me interesa tu revolución”, es la frase de Emma Goldman que se repite como un escudo para rechazar la moralina. Y es lo que reclaman las chicas –y las grandes también, pero ellas están más expuestas–, un tiempo propio que les permita experimentar, un tiempo no productivo más que para su deseo de encontrarse con su comunidad sin tener que enarbolar una valentía fuera de serie. A las chicas, jóvenes y adolescentes, se las mira todavía menos a la hora de pensar políticas públicas que protejan también su derecho a la deriva. Terminar con la violencia machista, protegerlas, exige mucho más que una respuesta represiva a su libertad de movimientos. Escuchar sus voces en lugar de condenarlas es un primer paso para empezar a elaborar respuestas que les permitan ser libres y no sólo valientes.


La ciudad puede ser la misma, pero cambia. Los cuerpos obedientes reposan en sus camas o frente a la computadora que les diagrama series. La seriedad toma el día. En cambio, las chicas desobedientes traman sus juegos en redes sociales y multiplican sus ganas, comen para empezar y comparten el delineador o la risa. Se estiran como sus medias negras a pellizcos o saltan para atrás haciendo de su cuerpo una fuerza sin gravedad. Bajan y suben, se van y se buscan, vuelven y son otras, van para ser ellas mismas. La noche no solo es un tiempo de luna, estrellado de faros que no delatan la vista deambulante. Además es un territorio despejado de desaprobaciones y ambulante por naturaleza, a contrareloj del sentido del deber y a tiempo para el deseo. 

La noche no puede ser un territorio de peligro porque -justamente- es el territorio del placer, de la investigación, del ocio y el tiempo con pares, sin productividad reclamada. Sin el derecho al placer y a la noche no hay conquista. Pero el miedo se hace carne con cada chica menos, desaparecida, asesinada o acosada en los talones de una sociedad que asusta como el lobo a Caperucitas que no están en un bosque y ya no son indefensas. No quieren ser valientes, sino libres, gritan y exigen en cada marcha del 3 de junio, 8 de marzo o asamblea en Plaza de Mayo. El miedo no se extingue solo como un soplido de furia o de fe. Pero también se detona con lazos sociales, con sororidad y exigencia de políticas públicas. Pero no solamente que saquen a las mujeres que sufren en su hogar la violencia machista, sino que no limite a las jóvenes y adultas en la calle como un adoquín frente al que nada puede hacer volver atrás. 

Pero, muy especialmente, de las jóvenes. En la violencia machista, en los modos que se ejerce, existen claras diferencias de clase y, también, diferencias etáreas. Las chicas están más desprotegidas y a ellas se les dedica menos presupuesto y políticas públicas. Paula Rey, Responsable del área de comunicación del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA) apunta: “Cuando hablamos de violencia contra las mujeres muchas veces decimos que la casa es el lugar más peligroso, porque es en el ámbito privado en el que ocurren la mayoría de los casos. Sin embargo, durante el monitoreo de medios que realizamos en el marco del proyecto “Adolescentes Mediatizadas” encontramos que esto no siempre es así para las más jóvenes. En el 31 por ciento de los casos los agresores pertenecían al círculo íntimo de la víctima (pariente, pareja, ex pareja) pero en el 56 por ciento de las veces los agresores no pertenecían a su círculo íntimo. Sin embargo, esto no puede justificar que se coarte la libertad de las adolescentes. Las demandas de las mujeres por el derecho a vivir libres de violencias no debiera  utilizarse para sostener un viraje a políticas represivas que no dan respuesta a la violencia de género”. 


Si las mujeres siempre son señaladas como culpables de lo que, en verdad, son víctimas, las jóvenes son doblemente señaladas. Se les descargan muchos más prejuicios contra sus cuerpos ya sin vida. Y no sólo contra ellas -y sus familias- sino, también, contra las otras, las muchas, las pibas que crecen y se rebelan contra el miedo. Y los femicidios buscan dejarlas quietas. Por eso, hoy y sí hoy más que nunca, la noche es un derecho. 

“En la geografía temporal de la ciudad la oposición día-noche se ha constituido, en frontera entre generaciones”, describía el sociólogo Mario Margulis en el libro “La cultura de la noche, la vida nocturna de los jóvenes en Buenos Aires”, editado por Espasa Hoy, en marzo de 1994. Eran los noventa y Eduardo Duhalde, en su carácter de Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, impulsaba una ley para restringir los bailes nocturnos. La noche en sí misma era estrellada como maldición liberadora.  “Lo esencial en la significación de la noche para el análisis de la nocturnidad, de la promesa de fiesta que requiere de horas avanzadas, es situarse en el tiempo opuesto, en el tiempo en que los padres duermen, los adultos duermen, duermen los patrones; los poderes que importan, los que controlan desde adentro, están físicamente alejados y con la conciencia menos vigilante, adormecida por el sueño”, resaltaba. Y exaltaba el corazón bendito de las calles apagadas con lucecitas titilantes como en una Navidad para entendidxs. “La noche aparece para los jóvenes como ilusión liberadora. La noche comienza cada vez más tarde. Se procura el máximo distanciamiento con el tiempo diurno, con el tiempo de todos, de los adultos, el tiempo reglamentado, la mayor separación entre el tiempo de trabajo y el tiempo de ocio. Este tiempo distanciado, conquistado a contracorriente de las costumbres y los hábitos, este tiempo especial parece propicio para la fiesta”, invita y reivindica: “La noche constituye el territorio de los jóvenes”. Y de ese territorio a las chicas no las saca nadie. 

“En la noche  el tiempo se inmaterializa,  los encuentros pueden prolongarse, las amigas se multiplican, las carcajadas son posibles, las desobediencias ni hablar.  Las chicas son sujeto de agencia, de historia y de deseo y algo de eso, de alguna forma, muchas lo saben, o lo intuyen, lo activan y profundizan”, subraya la Doctora en Antropología Silvia Elizalde e investigadora del CONICET en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (IIEGE) de la Facultad de Filosofía y Letras. Ella es la autora del libro  “Tiempo de chicas. Identidad, cultura y poder” y resalta las diferencias de género: “La noche también tuvo y tiene división sexual del trabajo y del deseo. En su transcurso las chicas performan una cartografía propia donde reclaman igualdad y respeto, pero muchas van por más: demandan autonomía y justicia erótica, libertad total de movimiento y experiencias plenas. Placer y cuidadanía”.

Ella destaca la trayectoria de la investigación sobre la noche en los noventa (con el trabajo que encabezó Margulis) y ahora. Pero marca que antes la palabra jóvenes englobaba a tuttis y ahora, en cambio, las chicas adquieren una dimensión histórica. “Entonces la noche fue pensada como ese espacio-tiempo donde las opresiones y penurias diarias de pibes y pibas marcados a fuego por la incertidumbre sobre el futuro podían suspenderse momentáneamente, donde la autoridad de padres, madres, docentes y del mundo adulto en general interrumpía parcialmente su poder y algo de la libertad sin freno emergía como potencialidad democrática. La desigualdad, claramente, no desaparecía (es más, se continuaba implacablemente en los consumos y jerarquías simbólicas), pero una poderosa dimensión imaginaria habilitaba la posibilidad de un lugar para un “nosotros” juvenil cargado de pogo, de roces, de música, de cuerpos, de eros. Hoy, casi tres décadas después de aquellos análisis, la mención a la noche, en su cruce con las juventudes, se vuelve imposible sin la referencia a las chicas. A sus prácticas, a sus potencias y a sus deseos de baile, de fiesta, de celebración, de intercambios y de libertad para sus cuerpos y corazones, para sus bocas y sus miradas, tímidas o desafiantes, pero tan genuinas en su aquí y ahora. Hoy, como antes, hay una  noche que les propone un lugar fijo y restrictivo donde quedarse, cual muñequitas de torta o nenas calientes. Pero ese lugar ya no es tan fácil de ser ocupado dócilmente y muchas despliegan estrategias de sororidad espontánea para cuidarse y acompañarse, porque afuera y adentro, y cada día más, se las mata, se las viola, se las usa como territorio de una guerra entre machos”. 


 Fuente: Página 12 - Por Luciana Perker


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