Lo que ha sucedido por décadas puertas adentro de las distintas sedes del instituto educativo Antonio Próvolo no deja de sorprender.
En La Plata, los castigos hacia niños y adolescentes varones sordos eran muy severos, violentos y humillantes.
No sólo fueron víctimas de abusos y violaciones, de maltratos y golpes, sino que además los obligaban a no decir nada, porque si lo hacían las penitencias podían ser peores.
Lisandro, en la actualidad está próximo a cumplir 40 años, su testimonio sorprendió a quienes llevan adelante la investigación en la capital bonaerense. Cuando prestó declaración ante la Fiscal Cecilia Corfield, contó con lujo de detalles lo que por años padeció dentro del Instituto Antonio Próvolo platense, lugar al que llegó cuando apenas tenía 10 años.
Su drama
Lisandro nació en la provincia del Chaco en 1978. Siendo muy pequeño fue separado de sus padres por los castigos corporales que recibía, al punto de quedar sordo.
Con tan sólo tres años comenzó a transitar de un lado hacia otro. Durante años estuvo en diferentes institutos educativos albergues y otras veces a cargo de matrimonios tutores.
Hasta que a fines de 1988 ingresó como alumno al Instituto Antonio Próvolo en La Plata.
Aquel día que llegó al colegio imaginó que su vida podría cambiar por completo. Estaba maravillado con el edificio. Creyó que allí iba a encontrar cariño, contención, educación, aspectos que no había recibido hasta ese momento.
Sin embargo, nunca pensó que lo peor lo esperaba puertas adentro de esa institución.
En un lavarropas
Lisandro fue abusado por monjas y personal del establecimiento.
En su declaración menciona que la hermana Leticia lo tocaba y manoseaba, incluso lo observaba mientras se bañaba. Algo que a él lo incomodaba porque era su privacidad, no entendía porque le hacían esas cosas.
Entre los castigos que recibía menciona que lo encerraban en un lavarropas con capacidad de 50 kilos. Por horas lo dejaban adentro de la máquina, él relata que sus gritos no bastaban para que lo sacaran del interior del lavarropas, tenía miedo de morir asfixiado, pero nadie hacía nada.
Incluso tanto curas como religiosas lo amenazaban cada vez que intentaba decir algo.
Gusanos y jaula
Debajo de la cocina había un depósito. A Lisandro le ataban sus manos a un caño que estaba ubicado en el techo, durante un tiempo prolongado estaba en esa posición. Quienes estaban a cargo de su cuidado no les importaba dejarlo sin comer y tenerlo de esa manera.
También lo hacían trabajar y cocinar. Tanto él como otros de sus compañeros coinciden en que la comida que les servían estaba mal estado. Relatan que el arroz y los fideos tenían bichos, hasta les servían sopa con gusanos como una de las tantas formas de castigo que recibían.
Lisandro en su declaración no escatima en decir que en varias ocasiones robó por hambre. Durante días, los encargados de la educación de estos niños, no les daban alimentos simplemente porque era parte de los escarmientos.
Lo más cruel y duro de su relato es cuando comenta lo que sucedía en la huerta del Próvolo en La Plata.
En ese espacio había plantación de verduras y frutales, gallineros y jaulas con conejos.
En esas mismas jaulas Lisandro era encerrado con los animales. Durante días padecía del frío y el hambre. Nadie le traía un plato de comida. Hasta que una vez tomó un conejo lo estranguló, lo mató y asegura que se lo comió. Dos veces lo hizo. Cuando sucedió este episodio, lo golpearon mucho y recibió otro castigo.
Este hombre de 40 años, cuenta que como nadie lo iba a visitar los peores castigos lo recibía él.
Gasoil en la cabeza
Por ejemplo comenta que sólo le daban un jabón para su higiene, con el cual debía hasta cepillar sus dientes, porque no le proveían ni pasta dentífrica ni desodorante. Los curas le ponían gasoil en su cabeza como otra de las formas de maltrato.
Una vez, Lisandro presenció cómo violaron a uno de sus compañeros en una habitación de uno de los curas.
Cuando el sacerdote percibió su presencia fue a buscarlo. Aquel niño chaqueño salió corriendo, desesperado buscando a alguien para contarle lo que le estaban haciendo a uno de sus compañeros. Pero fue en ese momento en el que cayó desde un primer piso.
De acuerdo a lo que figura en el expediente, fue empujado por las escaleras. Tras ese golpe recibió varios puntos de suturación en su pene, ano y hombro.
Lisandro fue víctima de los peores castigos y maltratos durante cinco años en los que vivió en ese instituto. Intentó escapar en reiteradas ocasiones, pero lo volvían a traer al Próvolo.
Menciona que muchas veces contó lo que le hacían en el interior del colegio pero nadie le creía.
En la actualidad es papá de dos niños y vive en su provincia natal. Lo único que pide es justicia para quienes fueron víctimas de abusos y maltratos en las sedes del Próvolo.
Fuente: Diariouno.com
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