El viernes pasado se viralizó un video en el que integrantes del elenco actual y pasado de Omar Pacheco lo acusaban de abuso y estafas al mismo tiempo que se mantenían las puertas abiertas para que todas pudieran salir y sacar sus cosas de la sede del teatro La Otra Orilla. Al día siguiente, Pacheco se suicidó en el mismo lugar y su muerte se volvió una herramienta de culpabilización contra quienes hicieron cuerpo común para frenar el atropello y engaño permanentes. Omar Pacheco manoseaba a sus alumnas, les pedía dinero, lxs hacía trabajar gratis y humillaba cuando intentaban señalar estas injusticias, pero ellas hablaron y se organizaron en tiempo record para que nadie más sufriera esos padecimientos. Las12 habló con dos de las denunciantes para que Pacheco (cuyo cuerpo aún está en la morgue porque nadie lo fue a reclamar) en su último acto no tapara sus voces.
Omar Pacheco se suicidó apenas se vio delatado. Poner su cuerpo muerto en el mismo escenario donde él había sometido por años a sus alumnos y alumnas a través de manipulaciones y abusos directos, según los relatos, el mismo escenario que se levantó estafando a personas que ya habían sido vulneradas en sus propias biografías, es el intento más cruel de cerrar la boca a todos y a todas las que por fin empezaban a poner una palabra común a experiencias que no podían nombrar y que ahora se sintetizaron: abuso. Lo que él hizo no es distinto de lo que tantos perpetradores de femicidios hacen cuando, después de consumar su último acto, se quitan la vida. Dar la vida porque el círculo patriarcal no se rompa, de eso se trata.
La culpabilización de las víctimas es una herramienta privilegiada para ocultar la violencia machista. El discurso de que quienes sufren violencia es porque la consienten desconoce las relaciones de poder que esa violencia para ser consumada exige. Omar Pacheco se suicidó después de que circulara en las redes un video en el que se ve a actrices de su elenco actual y otras que ya se habían retirado diciendo basta, acompañadas unas a otras para salir de ese círculo cerrado que él les imponía como método de trabajo, pero que para él era la posibilidad de ejercer un poder total sobre esos cuerpos.
Cuando la palabra está detenida, los cuerpos son los que hablan. Pero esa gesta, la de ponerle palabras a lo que ocurría en los cuerpos de cientos de actores y actrices que pasaron por el grupo de Teatro Inestable de Omar Pacheco (antes llamado Teatro Libre), llevó muchos años. No es casual que otros cuerpos hayan salido a la calle desde el 3 de junio de 2015 para denunciar el hartazgo de la violencia machista, pero también para visibilizar que ya no estamos solas, aisladas, culpabilizándonos por maltratos o abusos de otros y eso sirvió de arenga para que muchas otros agresiones que antes estaban naturalizadas salieran a la luz. Y en esta sincronicidad se trenzan los acontecimientos que van desde el jueves pasado a estos últimos días, en que los brazos se cuentan de a miles para contener el alivio de haberle puesto nombre a lo que venía siendo nombrado de otra manera. Omar Pacheco era un abusador, un estafador, más allá de su calidad como artista. Lo prueban cientos de testimonios que dan cuenta de años de maltrato a la gente que pasaba por sus talleres pero, para quienes piden a gritos la mediación de la Justicia, también lo ha probado el fallo que le dio la razón a Carolina Ghigliazza Sosa en 2011 y la indemnizó con 200 mil pesos, que tuvo que pagar Omar Pacheco por estafarla muchísimos años antes. Ella entró a la Compañía de Teatro Libre en 1996 y se fue en 2007 pero, como cuenta hoy, no fue fácil desenmarañar la madeja para entender lo que estaba pasando. Una amiga del Conservatorio le dijo “andá a verlo a Omar, él te va a dejar tomar clases gratis, más si le decís que sos hija de desaparecidos”. Exiliado a Brasil en la época de la dictadura, Pacheco alzaba la bandera de los derechos humanos y la libertad creativa como respuesta política a las opresiones, pero él mismo era un opresor. Efectivamente le dio asilo enseguida en su compañía, aceptó darle clases “gratis” con el argumento altruista de que nadie debería dejar de formarse por no tener el dinero para hacerlo, y también la incluyó en cuestión de meses en los elencos estables de sus obras,
pero todo eso tenía un precio, y era alto. La semana pasada esos precios que tantxs pagaron en más de treinta años de trayectoria fueron dichos en voz alta, puestos en común entre “las de antes y las de ahora” porque son sobre todo mujeres las que se organizaron, pero también hay varones y cientos de personas que empezaron a unirse para narrar lo que vivieron junto a Pacheco. Y están convencidxs de que pagó con su vida para terminar de cerrar un ciclo de violencias que empezó en los ochenta, con el convencimiento de que sufrir trae mejores resultados artísticos y es en sí mismo una puesta en escena.
Carolina describe el “trabajo de piso” como la primera señal de alarma, pero habla de esa experiencia como la siembra de un código, casi un guiño de ojos en un grupo que tenía más de secta que de apertura y pluralidad. La técnica que Pacheco desarrolló incluía este ritual, de total oscuridad y música en volumen muy alto. Leía una poesía y la consigna tenía que ver con despojarse de todo, olvidar lo preconcebido y liberarse del mundo convencional porque es chato y banal. “El gritaba “dejemos todo”. Era fuerte, era interesante, era creíble y era conmovedor. Había gente que se ponía a llorar, gente que gritaba, había que estar acostada porque si te parabas ya empezabas a pensar de manera cotidiana y había que poner el cuerpo en posición extracotidiana. El hacía mucho hincapié en esto para que tu mente funcionara de otra forma, y esto tiene un asidero racional, estaba bien pensado, y además funcionaba: salieron obras emblemáticas de ese sistema para el cual nosotros poníamos todo. Pero en ese trance podía pasar cualquier cosa, desde un encuentro tierno o amoroso con un compañere hasta el encuentro con Omar, que podía manosearte, besarte, y chuparte la cara, como me pasó a mí. Quien rompía con eso quedaba ridiculizado, porque eso era romper la magia de todo. Yo tenía 21 años, y pensé “será así el método”.
Fuente: la 12 - Por Flor Monfort
No hay comentarios:
Publicar un comentario