lunes, 20 de abril de 2020

RÍO GALLEGOS: SOBREVIVIÓ A UN FEMICIDIO Y NADIE SE DIO CUENTA

En 2015, la prendió fuego. En 2017, la violó a punta de cuchillo. Lo denunció por violencia física, por no cumplir las perimetrales y por la cuota alimentaria. Nunca se movió un papel. Ahora que lo contó en Facebook, tiene miedo que la mate. ¿Por qué no está preso Daniel Mansilla?







“A un tipo casi le arrancó la cabeza” me dice Pato, el fotógrafo, mientras vamos a la casa de María.

“Pasé con el móvil y vi que le estaba pegando a una mina. Me bajé, le dije que la suelte y se me hizo el pesado. Le di tantas piñas…está lleno de cagones”. Su anécdota dura casi todo el viaje. Llegamos. Afuera de la casa, rodeada de calles breves con nombres de pioneros- todos varones-, hay un perro grande en la vereda. La veo que viene a abrirnos la puerta y pienso en hacerle algún comentario sobre el animal, algo tonto como que parecía malo y no ladraba. De pronto, del otro lado del portón, uno chiquitito color té con leche del tamaño de dos manos haciendo montoncito, chilla como una fiera.

Entramos. La casa no tiene más muebles que los indispensables. Sobre la mesa, un fuentón de tortas fritas recién hechas y detrás, la pared que divide la cocina está pintada con un paisaje silvestre con cascada y dos patos dándose un pico. Hay dos mujeres además de María. Una es su mamá y la otra una hermana. Me siento y las sillas no alcanzan. María trae una banqueta de plástico negra para ella y empieza a toser. Tose y se larga a llorar tapándose la cara con la mano.

Está bien que llores le digo, y no sé si hacerle un mimo en la rodilla. Mejor no, pienso.

Me la imaginé más grande, pero tiene apenas 22. El pelo rojo furia, los ojos delineados y un arito de argolla en la nariz.

 María lo denunció más de cuatro veces. Daniel nunca fue preso. 

Conoció a Daniel a los 17. Es su vecino, vive a tres casas de la suya. La proximidad es tan real que podrían visitarse saltando paredones. Juntos tienen tres hijos: la mayor de cinco, el del medio de cuatro y el más chiquito, de dos años. Tres meses después de que nació su primera hija, María estaba embarazada del segundo. Recién ahí se fueron a vivir juntos a una casa del barrio El Carmen, donde empezaron los golpes.

 ¿Te acordás de la primera vez que te pegó? 

_Siempre fue por celos. Y eso que yo estaba todo el día encerrada. Empezó con agarradas de pelos, cachetazos. Su costumbre todos los días era pegar cabezazos_, dice, y me señala bultos en la nariz.

_Me lavaba con un poco de agua y listo. Y si era muy grave, no dejaba que me vea nadie hasta que se me pasaba lo violeta, cuenta y vuelve a toser, mientras no puedo evitar mirar a su mamá, que tiene los codos apoyados en la mesa y administra el mate. Es una mujer áspera, de brazos robustos, curtida.

El 14 de diciembre de 2015, Daniel Ruiz inventó otra escena de celos. Esta vez por un posteo de su hermana, donde aparecía un ex. Nunca hay un motivo real. No hay nada que las mujeres podamos hacer para recibir un golpe. Las excusas son siempre un alimento de la imaginación de los violentos para manipular a sus víctimas.



 La ex pareja de María, Daniel Lucas Mansilla. tiene 21 años y es el padre de sus tres hijos.
La ex pareja de María, Daniel Lucas Mansilla. tiene 21 años y es el padre de sus tres hijos.
A Romina Barría, Jorge Huenumil, - primo de Daniel- la mató después de escribirle cartas de amor.

Ese día, Daniel le pegó mientras dormían los nenes. Le dio tan fuerte, que se tuvo que ir a esconder al baño para que no la escuchen llorar. Era chiquito, y entre el inodoro y la pileta había un lavarropas que no funcionaba, formando un pasillo angosto, donde se sentó en bombacha y un remerón abrazada a sus rodillas.

_ No lo vi venir. De repente lo tenía encima y en cinco segundos me tiro alcohol y me hizo ‘click’ con un encendedor. Me prendió fuego.

María hace el gesto que hizo el tipo y se me caen las lágrimas. Busco al fotógrafo con la mirada y veo que está cada vez más lejos de nosotras, como si alguna fuerza lo arrastrara hacia la puerta.

Tiene recuerdos borrosos del intento de femicidio. Sabe que, inmediatamente después, la agarró de los pelos y la metió debajo de la ducha fría para apagarla. Sabe que de alguna manera llegó hasta la puerta y gritó. Que entonces, él la volvió a zamarrear mientras le decía que lo perdone, que él la amaba pero que no dijera nada. Después de eso, ella está en el piso sin poder respirar, porque la ropa se le había pegado a la carne y la combustión entró a sus pulmones. En otro flash de consciencia, hay mucha gente adentro de su casa y todos la miran.

Entiendo la tos.

De repente lo tenía encima y en cinco segundos me tiro alcohol y me hizo ‘click’ con un encendedor

El registro policial de ese día dice que hubo un llamado a la Comisaría denunciando que habían secuestrado a una chica. Parece que alguna vecina alcanzó a ver cuando salió a los gritos, y alguien la retuvo y la llevo de nuevo para adentro de la casa.

_Me desperté en el hospital. Estaba mi mamá, la Policía y él, que ya había hablado con todos diciendo que fue un accidente. Incluso la Policía me preguntaba todo a mí en frente de él. Nunca lo sacaron.

Lo cuenta y mi estómago se enreda ¿En serio nadie puso en duda el relato del varón?, ¿en serio la Secretaría de las Mujeres no le mandó a nadie que la ayudara a contar lo que pasó?, ¿esto pasó de verdad en pleno 2017 con todo el NiUnaMenos en la calle?

Dos años antes que eso, en Las Heras, German Romero asesinó a Gissele Páez enfrente de sus hijos chiquitos. Una vecina escuchó los gritos. La Policía fue hasta la casa. El femicida salió, dijo que estaba todo en orden. La Policía no pidió ver a Gissele. Le creyeron a él y 20 minutos más tarde, ella entró muerta al hospital.

La mamá de María sacude las moscas que están porfiadas con las tortafritas. Las tapa con una servilleta y cuenta que, cuando fue a la casa, el agua de la ducha fría seguía corriendo y lo había inundado todo. En el baño, la ropa chamuscada de su hija seguía en un rincón.

 Las autoridades aparecieron recién después de que hizo un escrache en redes. 


María pasó nueve días internada en el Hospital Regional, y tres meses en la Terapia Intensiva de la Clínica del Buen Pastor, en La Matanza. Pudo haberse muerto. Tenía quemaduras de tercer grado y pasó por catorce injertos, todos con piel de las piernas. Su cuerpo joven está lleno de cicatrices que quiere ocultar debajo de remeras y un pulóver de lana.

_ Me la arruinó. Ella no se pone nada que le muestre el cuerpo. Recién ahora, de vez en cuando, se anima a una musculosa, pero acá, adentro de la casa, relata su mamá en voz baja, en un instante en que María deja el comedor, como si no quisiera que la escuche. La conversación se corta porque ella vuelve, esta vez con el más chiquito a upa, que llora desconsolado. Alguien le ofrece una mamadera de mate cocido, pero no hay caso. Sigue y sigue chillando hasta que le dan un celular con Pocoyó bailando reggaetón. El chiquito se calma y la sonrisa hace que los mofletes le achinen los ojos marrones.

_ ¿A quién le contaste que te había quemado?, retomo.

_A nadie.

El terror que le tenía a su agresor era tan inmenso, que no sólo no dijo lo que pasó, sino fue él quien viajó como acompañante para cuidarla en la derivación. Hubo apenas una vez en la que pareció que iban a salvarla.

“Te voy a lavar el pelo y te voy a poner un poco de perfumito para que estés más linda”, le dijo un enfermero, y María entró en un ataque de nervios, porque sabía que los perfumes tienen alcohol: “A esta chica la quemaron, no fue un accidente”, les dijo el hombre a los médicos. Pero quedó ahí. Igual que en Gallegos, nadie avisó a las autoridades.

La relación siguió porque Daniel la amenazaba con matarla y matar a sus hijos. Hasta que, en vísperas de la Navidad de 2017, hizo la primera denuncia por violencia doméstica.

_ Llegó borracho, me tiró a la cama y me pegó. Mis hermanas escucharon los gritos y se le tiraron encima. Cuando zafé, mi hijo me estaba mirando parado en un charco de pis. Ese día dije basta.

De nuevo, le sacaron fotos de los golpes en la cabeza, del ojo en compota y le tomaron testimonio.

“¿Desea agregar algo más, señora?”, le preguntaron después de ocho horas de una declaración, que terminó con una perimetral que su ex no respetó nunca. Por eso, María tuvo que hacer otras cuatro denuncias. Pero jamás, en todos estos años en los que la causa estuvo en el Juzgado de Rosana Suarez, Daniel Mansilla pasó un día preso. Nunca.

No sólo la Justicia Penal le falló, sino también la de Familia, porque desde hace tres años que espera que salga la demanda por alimentos. María está en situación de pobreza, vive de la asistencia social. Destruida por los golpes, por tener que criar a los hijos sola, por no tener dónde vivir ni qué darles de comer, porque los funcionarios judiciales no hicieron su trabajo, María no tuvo más remedio en 2018 que pedirle ayuda a su ex.

_ Se apareció con una pizza y bebida, pero yo empecé a tomar rápido para que él no se emborrache y no se ponga estúpido. ¡Mirá lo que pensaba!, dice.

Como buen manipulador, le insistió para que volvieran, porque desde que no estaban juntos todo le salía mal.

_Le dije que no y agarró un cuchillo, me llevó al baño y me obligó a tener relaciones sexuales.

_Te violó.

_Sí, y mis nenes golpeaban la puerta llorando. El abrió y les gritó: ¡Váyanse a dormir! Ahí pensé en dejarme, así termina y se va. Pero no se fue. Cuando salí del baño, alcance a decirle a una vecina por la ventana que me llame a la Policía.

Dice Luciana Peker en su libro ‘La Revolución de las Mujeres’, que si un hombre te pega después de que lo denunciaste, es porque te quiere matar.

De nuevo, María probó que el sistema no la iba a ayudar. La Policía le dijo que se buscara un lugar, porque más de ocho horas no lo iban a tener. ¿Acaso no pudo la jueza haber unido todos los hechos en una misma causa y detenerlo? Le dieron una paliza, la amenazaron con apuñalarla, la violaron, tiene miedo de morirse o que le maten a los hijos, no puede denunciar ¿En serio no pasa nada?

ahora tengo miedo que me mate porque sé de lo que es capaz


Para esa fecha, Micaela García ya había sido asesinada por Sebastián Wagner. La Ley Micaela era un hecho, el movimiento de mujeres estaba en las calles. 2018 tuvo 281 femicidios ¿En serio? Tuvo que hacer un escrache en redes sociales para que alguien le diera una mano. Abrir las tripas en frente de todos y todas para que vieran que era serio. Y claro, como sucede generalmente en estos acasos, la exposición no sólo deja en pelotas al agresor, sino también al sistema. Y a eso sí que le tienen miedo.

El jueves, siete años después de la primera paliza, la Secretaría de las Mujeres de la provincia se comunicó con ella y le gestionaron una consigna policial, ordenada por el juez de Familia Antonio Andrade. El auto está afuera de la casa y adentro del coche hay una mujer. Pero María no sale ni a comprar pan, vive de cuarentena eterna porque el tipo sigue libre.

_ ¿Cómo fue que te animaste a hacerlo público?

_Porque hace dos días le pedí comida a la mamá de él, y me amenazó.


La madre de Daniel es Elsa Ruiz, una pastora. Me pregunto qué tipo de mensajes dará ¿Sabrá la gente que su hijo es un femicida en potencia y que ella lo apaña?

_ ¿Él se comunicó con vos después de que contaras lo que te hizo?

_ Me hizo un escrache en Face, diciendo que era mentira y que no tiene plata porque yo cobré el bono de $10 mil y no él.

_ ¿Te hizo mejor contarlo?

_ (Silencio) No. Porque yo pensé que lo iban a meter preso y ahora tengo miedo que me mate porque sé de lo que es capaz. Siempre me dijo que él no va a ir preso, que antes me mata a mí y a los nenes y después se mata él. Por eso no lo denuncié.

Nos despedimos con un abrazo mientras la madre cuenta más cosas. Salimos de la casa y María nos acompaña. Nos decimos chau, pero vuelve hasta la vereda.

_ ¿Quiere sacar foto de cómo quedé?_, pregunta, y yo le tengo la bufanda de lana, pesada, calurosa, mientras el sol de las cinco baña todo de un brillo intenso, casi cruel.


Fuente: La opinión Austral - Por Sara Delgado

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