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sábado, 12 de enero de 2019

26% DE DESIGUALDAD ECONÓMICA

Título original: Ganan menos, bancan más

El 18,3 por ciento de las mujeres no tiene dinero propio. Las que trabajan, ganan el 26 por ciento menos que los varones. Falta mayor igualdad de género en la política, pero el acceso creciente de las mujeres a esos ámbitos no implica un avance real. Mientras que los hogares que antes eran llamados monoparentales, en realidad, son monomarentales y están bancados por mujeres y madres solas.


El 18,3 por ciento de las mujeres mayores de 14 años no trabaja ni percibe ingresos propios. La autonomía económica, te la debo. El principio básico de tener con qué para poder decidir no se cumple para casi dos de cada diez mujeres en la Argentina. Ellas están más condenadas a aguantar la violencia porque no cuentan con recursos para irse a vivir a otro lado o mantenerse por sus propios medios, situaciones de acoso si llegan a conseguir trabajo o hacen alguna changa esporádica (ser mozas, promotoras, atender una barra, cajeras, expendedoras de nafta, vendedoras, empleadas domésticas, etcétera) o a postergar sus necesidades, ganas de aprender algo o hacer deportes y/o salir. Los varones que están atados a la misma situación (no contar con dinero en sus bolsillos, ni ingresos que les permitan autofinanciarse, ni estudiar para proyectar otro futuro) también es preocupante pero es casi la mitad: 9,9 por ciento, según Indicadores Nacionales de Género, difundidos el 3 de enero del 2019, por el Instituto Nacional de las Mujeres (INAM) y publicados en la web oficial Argentina.gob.ar.

La postergación económica por razones de género tiene que estar en la agenda electoral en un año en que el voto debería incidir en el reparto de billetes en cada billetera. Es importante que no solo lleguen mujeres, sino mujeres, lesbianas, no binaries y trans con perspectiva de género. Pero los datos marcan, de todos modos, un mapa de la deuda política. Hay solo un 16,7 por ciento de gobernadoras en todo el país (más allá que una mandataria como María Eugenia Vidal cuenta con una cifra todavía menor de ministras) pero, todavía menos autoridades locales ya que solo el 9,5 por ciento de las intendentas son mujeres, según datos de las gobernaciones y proporcionados por el Ministerio del Interior y actualizados a septiembre del 2018. 

Un dato que interpela sobre la relación entre género y política es que la cifra más alta de proporción de mujeres se da en el Senado con un 41,6 por ciento de mujeres, justo en la cámara que freno el aborto legal, seguro y gratuito. El dato alerta sobre la necesidad de que el cupo implique un compromiso de quienes llegan a través de herramientas de fomento de la participación de género a defender la vida, la salud y la autonomía de mujeres y cuerpos gestantes. Las diputadas, mientras tanto, son el 38,9 de la Cámara legislativa nacional. 

En Argentina cuatro de cada diez personas que ganan más o llevan adelante la mayor cantidad de cuentas y gastos en el hogar son mujeres. Pero cuando en la casa hay una sola persona a cargo (que vive sola o mantiene a hijos/as o personas mayores) la jefatura femenina asciende al 55 por ciento. En cambio, en las familias más clásicas el 45 por ciento de la mayor responsabilidad y autoridad económica está en mano de los varones y el 16 por ciento en la espalda de las mujeres, según las cifras publicadas el 6 de diciembre del 2018,  por el Observatorio Nacional de Violencia Contra las Mujeres, dependiente del INAM, en base a cifras de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH).

En Economía Feminista están fogoneando una palabra clave: hogares monomarentales que identifica y visibiliza a las madres que bancan solas sus casas y a sus hijos, a sus madres, hijastras, suegras o tías. “El 26,7 por ciento de las mujeres jefas de hogar son jefas de un hogar monoparental y el 3,7 por ciento de los varones conduce ese tipo de hogares, según los datos del INAM. Pero cuando se ve toda la población de hogares con una sola persona a cargo (llamados monoparentales) encuentra que el 85 por ciento está a cargo de una mujer y eso quiere decir que son monomarentales. Casi nueve de cada diez hogares que eran llamados monoparentales, en realidad, son monomarentales”, resalta la doctora en Economía y autora del libro Economía feminista, Mercedes D’Alessandro. 

La trampa es que las mujeres ganamos un 26 por ciento menos que los varones. Entonces, cuando son jefas de hogar ese hogar está empobrecido y cuando comparten su vida es difícil que puedan alcanzar la misma injerencia en la vida económica que sus maridos, novios o padres porque están condenadas a contar con menos disponibilidad financiera por razones de género. La licenciada en Economía e integrante de Economía Femini(s)ta, Florencia Tundis, señala: “Las mujeres ganamos un 26 por ciento menos que los varones y, teniendo en cuenta tanto el trabajo remunerado como el trabajo doméstico no remunerado, trabajamos más horas semanalmente que nuestra contraparte masculina (cincuenta y siete horas por semana, siete más que los varones)”. Ella destaca que las estadísticas oficiales son fundamentales para seguir pidiendo políticas y acciones que lleven a reducir la brecha salarial y las diferencias de género, tanto en el ámbito público como en el privado.

“La tarea de cuidar, sea remunerada o no remunerada, continúa siendo asignada a las mujeres”, enfatiza la socióloga Eleonor Faur, autora de El cuidado infantil en el siglo XXI y coautora de Mitomanías de los sexos. “La información confirma la importante dedicación femenina al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, la cual duplica a la dedicación masculina. Al mismo tiempo, subraya la relación de esta tarea y la complejidad de participar en actividades remuneradas, que en el caso de las mujeres se observa a partir de una menor participación en el mercado de trabajo cuando se tiene hijos pequeños. Desde el punto de vista del trabajo remunerado de cuidados, se agrupan actividades en una categoría que muestra que alrededor de un 17 por ciento de las mujeres se ocupan en este tipo de empleo (con una altísima participación de servicio doméstico) frente a sólo un 0.5 por ciento de los varones.” 

Faur enfatiza los vínculos entre menos derechos económicos y mayor vulnerabilidad a la violencia. “La participación de las mujeres en los niveles menos rentables de la actividad remunerada y la dificultad de acceso a espacios de toma de decisiones implica una limitación en la autonomía económica y en la toma de decisiones de las mujeres. Eso no deja de ser relevante a la hora de analizar su mayor vulnerabilidad física, en un contexto en el cual los femicidios y travesticidios siguen presentando escenas de enorme crueldad y escasas respuestas institucionales efectivas”. 

“El gobierno nos propone mirar la agenda de género separada de la agenda económica, cuando el reclamo feminista es exactamente el contrario”, resalta la economista Lucía Cirmi Obón, del Centro Interdisciplinario para el Estudio de las Políticas Públicas (CIEPP). Ella apunta: “Las brechas de género no se cierran solo con “aumentar la inclusión laboral/financiera” como dice el FMI y el gobierno, sino que se necesita una perspectiva más feminista de la economía y un Estado que no recorte. En Argentina entre los hogares pobres e indigentes hay mucha más presencia femenina que masculina. Este escenario es una situación que ocurre a nivel global y que tiene una relación directa con el cuidado. En nuestro país según la ENES (otra encuesta oficial), los hogares más pobres son los que tiene mayor tasa de dependencia, es decir mayor cantidad de niñes y abueles que dependen del ingreso y del cuidado de un adulte en edad laboral. Del trabajo de cuidado se terminan encargando mayoritariamente las mujeres, sin remuneración, protección o valoración social por ello. En los hogares más ricos las mujeres pueden pagar por otras mujeres que se encarguen. En los hogares más pobres, sin acceso a esa opción y sin alternativas de cuidado públicas, las responsabilidades de cuidado terminan ocupando el día completa sin posibilidad de generar otros ingresos o tener un trabajo parcial. Así las cosas, es lógico que las mujeres aparezcamos al fondo del tarro”. Y ella advierte: “Para romper con la feminización de la pobreza no solo se necesita distribuir mejor el cuidado con los varones sino mayor reconocimiento económico de la tarea y un Estado que ponga alternativas públicas para todos los tipos de familia”.

Fuente- Página 12 - Por Luciana Peker

miércoles, 13 de diciembre de 2017

LA DESIGUALDAD, UNA ESTRUCTURA

Graciela Rodríguez, es brasileña, integra la Red de Género y fue pionera en denunciar en la región el impacto del libre comercio en la vida de las mujeres.



Imagen: Leandro Teysseire


“El feminicidio en Ciudad Juárez es un producto de la globalización financiera”, sostiene la activista brasileña Graciela Rodríguez y explica esa relación en una entrevista con PáginaI12. Integrante de la Red de Género y Comercio, Rodríguez fue pionera en analizar y denunciar en la región el impacto diferencial del libre comercio en la vida de las mujeres y en particular en advertir cómo configura las violencias que las afectan. Fue una de las oradoras del Foro Feminista frente al Libre Comercio, que se realizó en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y cerró con una conmovedora asamblea de mujeres, lesbianas y trans.

En diálogo con este diario, Rodríguez destacó la importancia de la perspectiva feminista para analizar el tema, frente a otras miradas más tradicionales, “porque tiene una visión del trabajo, que es ampliada, que incluye el económico y remunerado, el invisible, el informal. Justamente la convocatoria al Paro Internacional de Mujeres tiene que ver con eso, con esa nueva perspectiva del trabajo, que nos da una explicación mucho más acabada de cómo el capital crea mecanismos de control”, señaló la activista, que también forma parte de la Articulación de Mujeres Brasileras y del Instituto Equit, de Río de Janeiro, que trabaja por los derechos de las mujeres.

En América latina, la apertura comercial y la inserción subordinada en la globalización profundizaron las desigualdades de género, sostiene Rodríguez: se instalaron industrias que utilizan trabajo precario preponderantemente femenino, como las maquiladoras, al tiempo que las privatizaciones redujeron la calidad de los servicios públicos y obligaron a las mujeres a extender sus dobles jornadas de trabajo.

–¿Cómo se involucró con esta temática?

–Empecé a trabajar con el tema de la violencia hacia las mujeres en una organización feminista en Brasil a finales de los ‘80 y decidimos analizar el tema de las políticas económicas porque nos dimos cuenta de que la situación de las mujeres estaba ligada a su desigual incorporación al mercado de trabajo. Nos fuimos dando cuenta de que las desigualdades de género como las de raza son estructurantes del mercado de trabajo, porque son eficientes y funcionales al capital. Y al ser funcionales nos hemos dado cuenta que había que meterse a pensar las políticas macro, las negociaciones internacionales de comercio, de inversiones, para ver cómo eso tenía impacto en la vida de las mujeres y en esa situación de fortalecimiento de la desigualdad como un elemento del beneficio de las empresas. Y en la globalización se vio claro, cada vez se fue poniendo más evidente. Usaban a la mano de obra para bajar la tasa salarial, porque era más barato contratar mujeres o gente discriminada, en algunos países las personas negras, en otros de alguna etnia. Fuimos viendo como eso iba definiendo el mercado.  Estuvimos en la negociación contra la incorporación al ALCA, contra la OMC después. Fuimos parte de la creación de la Red de Género y Comercio, muy activa en los años en que fueron parando las negociaciones de la OMC en 2009.

–¿Por qué relaciona la globalización del comercio con los feminicidios en Ciudad Juárez?

–La globalización financiera trajo la incorporación de grandes contingentes de mujeres al mercado de trabajo en México, China, Indonesia, India. El caso de México en la maquila ofrece un ejemplo muy evidente de lo que ha sido el impacto de la liberalización comercial. Esta liberalización fue imponiendo una migración de las personas del área rural hacia otros lugares buscando empleo, hacia asentamientos urbanos o Estados Unidos, desagregando los tejidos sociales de las comunidades rurales, campesinas, indígenas y en el caso de las maquilas, particularmente, llevando a las mujeres a esos territorios sobre todo del norte del país, en donde están aisladas, separadas de sus comunidades y su entorno de seguridad y expuestas a vulnerabilidades. El feminicidio fue un producto de ese fenómeno, se dio en esos territorios, y se dio por la expansión del libre comercio que destruyó la producción agraria. Mexico pasó de ser exportador de maíz a ser importador de ese mismo producto de EEUU. Y destruyó los tejidos sociales. Esa es la relación que pensamos.

El foro y la asamblea feminista fueron parte de la Cumbre de los Pueblos, que sesiona en paralelo con la XI Reunión Ministerial de la OMC. Rodríguez participó del panel “Las tramas de la violencia económica y el impacto del libre comercio”, junto a la uruguaya Alma Espino, de la Red de Género y Comercio-Ciedur y las argentinas Corina Rodríguez Enríquez, investigadora del Ciepp-Conicet y Mujeres para un Desarrollo Alternativo para una Nueva Era (DAWN, por sus sigla en inglés) y Verónica Gago, investigadora del Conicet, docente de la Unsam e integrante del Colectivo Ni Una Menos.

–¿Por qué este foro feminista en el marco de las discusiones de la OMC?

–Estuvimos discutiendo justamente cuánto tiene que ver la OMC con nuestras vidas, con la vida cotidiana de la gente y particularmente de las mujeres. El tema de la producción alimentaria y de la soberanía alimentaria, o sea la capacidad que tienen los países de garantizar la llegada de alimentos de calidad a la mesa de las personas, es un tema que está extremamente afectado por las negociaciones de la agricultura de la OMC. Este tema ha sido el más central. Porque se le viene prometiendo a los países desarrollados una solución, frente a la falta de apoyo que tiene y que no puede tener –por las reglas de la OMC– la agricultura de los países más pobres. Este tema está profundizando la desigual distribución del trabajo en el mundo, la migración de millones de personas de los territorios más pobres de África, Asia, India, América latina, hacia los países del norte, con toda la problemática que eso significa. Pero ahí no terminan. En la OMC se negocian todos los temas de servicios, y ahí tenés millones de cuestiones, los servicios de acceso a agua, a la educación, a la salud, telecomunicaciones, turismo, transporte, servicios financieros. Algunos hablan de servificación de la economía, en el sentido de que cada vez más son los servicios los que ocupan gran parte del PBI de los países, entre el 60 y el 80 por ciento de las economías están destinadas a un conjunto de los servicios. De alguna forma eso feminiza el mercado de trabajo porque los servicios tienen mucha presencia de mano de obra femenina. Ya el empleo y el salario está siendo cada vez menos importante como categoría de inclusión al mercado y está siendo mucho más relevante todo el aspecto de financierización extendida de la vida cotidiana de las personas y su endeudamiento. Hablamos también de los flujos ilícitos de capital que también están proponiendo gran parte de los entretejidos de esta vitalidad económica que tienen los territorios y que está impactando directamente en las mujeres.

–¿A qué se refiere?

–Un ejemplo es lo que está sucediendo en Rio de Janeiro donde el tráfico de drogas y toda la circulación de ese recurso ilegal ha cambiado la cara de la economía local con el apoyo también del lavado de flujos ilícitos que hacen las iglesias pentecostales de mercado, como las llamo, que en alianza han creado toda una perspectiva económica muy activa en las favelas. Y tiene importancia cómo impactan en la vida de las mujeres, en las violencias que ellas sufren, en las redes de trata.

–¿Cuáles son las alternativas en este escenario de Latinoamérica con gobiernos que giran a la derecha?

–Pensar las alternativas es muy complejo porque hay todo un debate sobre las posibilidades de transición, cómo disputarle al capital esta mercantilización de la vida. Mucha gente la está encontrando al salir de los circuitos, otros lo piensan en controlar a las corporaciones o hacer las dos cosas al mismo tiempo. Estamos en un momento histórico civilizatorio donde es importante decir cómo el capitalismo se ha separado de cualquier regulación que lo controle y está autonomizando su forma más salvaje. Hay otros que pensamos que dentro del capitalismo no hay solución para este tema. ¿Cómo haces para construir procesos alternativos? Creo que el feminismo tienen mucho que aportar: nuestra posición viene a partir de la sustentabilidad de la vida y de un trabajo pensado en términos amplios y en cuestionar la división sexual del trabajo. Tenemos que disputar mucho ahí. Pero va a ser un trabajo arduo. No va a ser de un día para el otro.

Fuente. Página 12 - Por Mariana Carbajal