viernes, 2 de noviembre de 2018

MUJERES HONDUREÑAS: MIGRAR COMO ÚLTIMA ESCAPATORIA

Título original: Las mujeres hondureñas se ven más forzadas a huir: " mi marido me violaba delante de mis hijos"

Miriam estuvo casada con un pandillero y ha tratado de migrar siete veces a EEUU, por el miedo a represalias

De entre los 722.000 emigrantes hondureños hasta el pasado año, 420.000 son mujeres y 302.000 hombres, según los datos oficiales

Según cálculos del Consejo Noruego para Refugiados, "la mayoría del total de desplazados forzosos hondureños son amas de casa y mujeres comerciantes"



"No puedo estar aquí (larga pausa), por los pandilleros. Tengo que tener cuidado, no puedo andar tranquila, ando escondida, no camino con mis hijos por miedo a que los maten. Aún estando embarazada me decían que me iban a sacar a mi bebé y lo iban a matar", relata Miriam* mientras desmenuza un pañuelo en sus manos.

Siete veces ha tratado de 'llegar al norte'. Lo consiguió en una ocasión y la deportaron al pisar San Antonio, en Texas. "Esa vez agarramos doce trenes y pasamos 32 túneles, estuvimos cinco días en el desierto", recuerda. La migración hondureña hacia EEUU aumentó un 61% en el último año, según datos del gobierno norteamericano: 300 hondureños al día tratan de cruzar la frontera.

Miriam tiembla. "El papá de mis hijos me violaba delante de mis hijos –continúa después de varios sollozos–. Hubieron golpes, deseaba morirme. En ocasiones traté de quitarme la vida, pero aguantaba porque no podía trabajar, no podía mantener a mis hijos". Se señala varias cicatrices en el rostro por las palizas de su exmarido, pandillero. La nariz dislocada. Una mordida que le abrió el labio. Fue por esa agresión que en su último viaje hacia EEUU hace cuatro años se llevó a sus tres hijos, de un año y medio, tres y doce años.

"No fue fácil, sentía temor. Estuvimos bajo la tormenta, con frío, los niños me decían que tenían hambre. Se me enfermaban. Sólo yo y ellos sabemos lo que vivimos", explica. Su recorrido se truncó por una alerta migratoria de su propio marido. "Yo puse la denuncia, pedí refugio en México con mis hijos, pero en lugar de eso me encarcelaron porque él reclamó que había robado a mis niños", se lamenta mientras mira a su hijo mediano chutar un balón contra las chapas que rodean el patio. Pasaron ocho meses detenidos antes de ser deportados.

Las mujeres, víctimas de múltiples violencias

Además de la delincuencia común, las mujeres en Honduras sufren otras múltiples formas de violencia, como de género o violaciones. En 2017 se registraron más de dos mil denuncias de abuso sexual, aunque se estima que esa cifra sería exponencialmente mayor debido al temor a denunciar. Asimismo, las madres –la mayoría madres solteras– sufren el acoso de los pandilleros por reclutar a sus hijos desde niños.

Por ello, las mujeres se ven con mayor frecuencia obligadas a huir. De entre los más de 190.000 desplazados internos en Honduras, según cálculos del Consejo Noruego para Refugiados, "la mayoría se trata de amas de casa y mujeres comerciantes, que sufren mayor violencia, extorsión o como una forma de proteger a sus hijos del reclutamiento", asegura Andrés Celis, Jefe de la Oficina del ACNUR en ese país.


Los datos migratorios oficiales –sin distinción entre migración y desplazamiento forzado– corroboran esta tendencia. De entre los 722.430 emigrantes hondureños hasta el pasado año, 420.257 son mujeres y 302.174 hombres. La migración femenina supera en un 17% a la masculina. "Muchas mujeres son obligadas a prostituirse por las maras, otras veces las fuerzan a ser la pareja de un pandillero. Es evidente la mayor vulnerabilidad de la mujer en ese contexto de violencia", asegura a este diario Sally Valladares, la coordinadora del Observatorio Migratorio de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH).

La cifra de homicidios dolosos se redujo un 54% el pasado año con respecto a 2016, tal y como indican datos oficiales que algunas ONG ponen en duda. En los últimos años las principales modalidades delictivas de las maras han mutado del asalto y el secuestro a la extorsión y el narcomenudeo.

"Esa reducción de asesinatos no supone un descenso de violencia y por ende tampoco se alivian las causas para migrar. Los principales motivos para pedir asilo que dan los migrantes hondureños son la extorsión y la intimidación, que se mantienen igual de alarmantes", matiza Valladares.

El desplazamiento forzado se disfraza de migración

A esa amenaza se suma la necesidad que atraviesa la población en las mismas zonas más azotadas por el crimen. En ese sentido, el desplazamiento forzado se suele disfrazar de migración. "Aunque yo busque la manera de trabajar, no puedo, no me rinde lo que gano. No puedo alimentar a mis tres hijos con 100 lempiras (menos de cuatro euros) al día que me paguen. Una libra de frijoles ya cuesta 80 lempiras. Si se me enferman, en los puestos de salud no hay medicinas", apunta Miriam, que vive en la pequeña casa de su madre donde se hacinan otros ocho familiares. Desde su ventana se observa un mar de chabolas que escala por los incontables cerros de la capital.

Un 75% de la población hondureña vive en la pobreza y un 57% de los que trabajan por cuenta propia, en la extrema pobreza, según datos de CEPAL. La pobreza ha aumentado un punto y medio en los últimos cuatro años. Pese a una tasa de desempleo bajísima, datos oficiales arrojan un 44% de subempleo, trabajos con salarios que no alcanzan para llegar a final de mes. Es el caso de la familia de Miriam. Sus ocho miembros sobreviven del puesto de ropa que regenta su madre en el mercado.

Ni siquiera la destartalada casa donde habitan es de su propiedad. Su madre tuvo que venderla para pagar el rescate de su hijo, secuestrado por el grupo narcotraficante de Los Zetas en México durante uno de los intentos de alcanzar Estados Unidos.

"Varios hombres nos asaltaron y nos obligaron a quitarnos la ropa. A mí no me hicieron nada porque iba sangrando (debido a una enfermedad), pero a mi tía la violaron. A mi hermano le hicieron agacharse y le miraron todas sus partes para ver si llevaba dinero", recuerda Miriam sobre ese trayecto en que ella tuvo que regresar por las dolencias que padecía.


En otra ocasión, su viaje terminó por complicaciones en una hernia debido a la mala alimentación que la forzaron a acudir a un hospital para ser operada de urgencia. Y así, un puñado de "experiencias horribles", como recuerda antes de tragar saliva para hablar del último periplo junto a sus hijos: "Nos maltrataban, nos humillaban por un plato de comida, otros migrantes abusaron de mi hijo en el centro de detención migratorio".

Miriam siempre ha viajado sin pagar a los traficantes de personas. "Uno se arriesga, yo no llevo coyotes, ahora como empeora la situación están cobrando 6.000 dólares para pasarte –señala–. No puedo pagarlos, pocos pueden. Yo me voy a puro autobús y pidiendo ayuda". La desesperación supera las adversidades. Pronto volverá a tratar de alcanzar Estados Unidos. Será el octavo intento por salvar su vida.

Fuente: ElDiario.es - Por Aitor Saez.

MUJERES VÍCTIMAS: MATERIAL DE DESCARTE

Título original: Material de descarte.
En menos de dos semanas, dos niñas fueron asesinadas y sus cuerpos ultrajados, arrojados en bolsas de basura. En 2017, en la provincia de Buenos Aires se recibieron 4800 denuncias de abuso sexual contra niñas, sin embargo estos femicidios se siguen narrando como hechos aislados.



Basta escribir en cualquier buscador de internet “niña aparecida en bolsa” para ver el horror narrado en forma tan trivial como se encuentra “por qué se tapan los oídos en los aviones” o “cómo sacar el sarro del inodoro”.


“Aparecen” cadáveres, expresa la mayoría de los medios, como si estos llovieran del cielo o crecieran de la tierra y lo cierto es que estas niñas casi siempre son asesinadas por algún familiar o persona de su círculo cercano y sus muertes engrosan listas de femicidios 



que la sociedad sigue viendo como fenómenos aislados, alejados de la propia realidad, en contextos de pobreza y marginalidad, cuando en realidad vienen diciendo a gritos que los cuerpos de mujeres, niñas, lesbianas, trans y travestis son prendas de uso, están más cerca del riesgo en sus propias casas y comunidades que en un callejón oscuro y que los métodos de disciplinamiento y descarte cada vez se sofistican más, llegando a niveles de crueldad que logran rápidamente ser naturalizados por sus contextos: o bien porque la víctima era una “fanática de los boliches” como el caso de Melina Romero, o bien porque “era gitana” y el primo asesino de 15 años, un psicópata de manual, como en el caso de Estefanía, la nena de 9 encontrada asesinada en la calle de su barrio de José Mármol, con una bolsa en la cabeza y varios puntazos mortales en la cara. En el caso de Sheila Ayala, de 10 años, ella fue hallada desnuda en una bolsa de basura en la medianera de la casa de sus tíos, muerta por asfixia con una sábana y con probables signos de haber sido abusada. Vivía en Villa Trujui, San Miguel, y todo el barrio se movilizó para buscarla, incluso quienes la asesinaron, pero la inmediatamente señalada fue su madre, quién no la cuidó como es debido. 

Lo cierto es que en las Comisarías de la Mujer y la Familia de provincia de Buenos Aires se reciben un promedio de 22 denuncias por día por delitos contra la integridad sexual. Laurana Malacalza, docente e investigadora, coordinadora del Observatorio de Violencia de Género de la Defensoría del Pueblo de la provincia de Buenos Aires, dice que para pensar estos femicidios es preciso tener en cuenta al menos dos dimensiones. “La primera es contextualizar estas violencias en un proceso de reorganización y profundización de los proyectos neoliberales que necesita de las violencias para crear las condiciones de su posibilidad. En estos contextos, existe una reorganización de las violencias que asume un carácter letal en el caso de las mujeres y las niñas y no puede comprenderse sin la ‘normalización de la cruelda


Como siempre nos recuerda Rita Segato hay un orden simbólico que busca instalar la crueldad como paisaje de normalidad, por eso los cuerpos de las niñas aparecen como desechos, como ‘objetos’ posibles de ser desmembrados y arrojados a los basurales”. Lo que menciona Malacalza es un contexto global ineludible, profundizado en la región por el reciente triunfo de Jair Bolsonaro, quien ya expresó abiertamente su misoginia y homofobia. 

“Es necesario analizar las formas que adquiere la violencia machista a partir de la articulación con otras formas de violencias que se expresan en los territorios y las trayectorias de vidas. Por ejemplo, la articulación que se produce con las violencias que promueven las organizaciones vinculadas a las economías ilegales –principalmente el narcotráfico– en los territorios más empobrecidos. Esta articulación de violencia, se expresa en la posesión y el control sobre determinados territorios y sobre los cuerpos, la sexualidad y la vida de niñas, de adolescentes y de mujeres jóvenes. Muchas de ellas vinculadas al consumo y venta de drogas, y muchas otras utilizadas como objeto de intercambio entre estos grupos. Todas posibles de ser desechadas y rápidamente reemplazadas”.

La segunda dimensión que menciona Malacalza es la de situar la categoría de “víctimas” en plural. Es decir comprender cómo se expresan estas articulaciones de las violencias en las trayectorias de vidas:

víctimas de qué, cuándo y dónde. “Devolverles su trayectoria biográfica es una manera de restituirles humanidad, de contrarrestar los intentos por desmembrar esos cuerpos y borrar sus rostros.








Estas víctimas reclaman un compromiso político que no solo se sustenta en el deber y la obligación de la escucha sino en el reconocimiento de nuestra proximidad y  responsabilidad frente a violencias cada vez más crueles y letales. Emerge aquí un nuevo desafío para los feminismos”. Malacalza declarará la semana que viene en el juicio por el femicidio de Lucía Pérez, ocurrido en Mar del Plata en octubre de 2016 y que activó el Paro Nacional de Mujeres el 19 de octubre de ese año. Desde el Observatorio se presentó un informe que luego fue considerado como prueba en el expediente que detallaba por qué el de Lucía fue un crimen machista y no un homicidio común, como se lo quiso instalar en un principio y durante mucho tiempo. La crueldad sobre aquel cuerpo empalado y lavado que fue entregado en la puerta de un centro de salud se redobló cuando la justicia convocó a una Junta Médica que determinó que hubo “relaciones consentidas” y no un ensañamiento y brutalidad que hablan por todas las muertas, por todos los crímenes donde el cuerpo feminizado es el campo de batalla de una intersección compleja y muy difícil de desenmarañar. La familia de Lucía recibió amenazas y amedrentamiento y ni ella ni sus asesinos pertenecían a un contexto de vulnerabilidad económica ni eran migrantes ni participaban del narcotráfico. ¿Cuáles son los femicidios que saltan al centro de la escena? En el caso de Sheila, y retomando un concepto que volcó a Las12 Sandra Hoyos, activista feminista e integrante de la Campaña Nacional por Aborto Legal, Seguro y Gratuito, “el femicidio de Sheila fue la excusa para contarnos detenidamente el odio a lxs pobres y a la pobreza que tanto espanta”.

Fuente: Página 12 - Por Flor Monfort

jueves, 1 de noviembre de 2018

TRATA DE PERSONAS : EL INFIERNO DE LAS MUJERES LATINAS TRAFICADAS A LONDRES

Título original: " la violaban mientras estaba pariendo"; el infierno de las mujeres latino amercianas traficadas en Londres.


Me mira a los ojos y me dice: "Lo que vi ese día es una de las cosas más perturbadoras que he visto en toda mi vida".

Eran las 11:00 de la mañana cuando Yenny atendió el teléfono.

"El policía me dijo que habían encontrado a una mujer en una casa y que tenía heridas muy graves, que estaba muy maltratada".

El agente señaló que era una persona que "estaba metida en la prostitución".

"Está muy alterada, está gritando", señaló el funcionario. "Habla un idioma que no entendemos, quizás es portugués. ¿Pueden venir por favor?".

Yenny, que trabajaba en una organización no gubernamental que apoya a mujeres latinoamericanas en Reino Unido, le pidió a una compañera de habla portuguesa que fuera con ella.

Cuando se acercaron a la mujer en la estación de policía, su compañera le dijo: "Não se preocupe, estamos aqui para te ajudar. Não tenha medo".

La mujer, muy angustiada, dijo algo en español.

"De inmediato le dije: 'Tranquila, tranquila. Te vamos a ayudar. No tengas miedo'", cuenta Yenny.

Doble trata

Yenny Aude es ahora la directora de LAWA (Latin American Women's Aid), la organización a la que la policía llamó hace cinco años para pedir ayuda con ese caso.

Getty Images.
Las víctimas de esclavitud sexual caen en manos de tratantes que les quitan sus pasaportes y les bloquean cualquier contacto con sus familias.



"Cuando llegó la policía, la encontraron colgada: así era como la violaban y así fue como abortó. Estaba siendo violada mientras estaba pariendo. Estaba desangrada".

La mujer había salido de Colombia rumbo a España con la intención de trabajar. Pero fue engañada y cuando llegó, le quitaron sus documentos y la forzaron a prostituirse por "unos años".

"Cuando hablé con ella la primera vez, le pregunté si sabía dónde estaba y me dijo: '¿En España?'. En ese momento no recordaba cómo la habían trasladado a Londres".

La mujer fue llevada al refugio que LAWA tiene para latinoamericanas que son víctimas de violencia de género en Inglaterra. Es el único de su tipo en Europa.

Tortura

Pasaron meses de terapias psicológicas y de mucho apoyo emocional para que esa joven de 26 años contara su historia.

"Una cosa es forzarte a hacer trabajo sexual y otra cosa es la tortura. Ella había sido torturada", me dice Aude.

La mujer dijo que fue llevada a varias casas pero que no sabía dónde estaban porque nunca la dejaban salir. Siempre la trasladaban en automóvil.

"Recordaba que en la última casa en la que la tuvieron, escuchaba gritos de mujeres en las otras habitaciones. No las conocía porque no las dejaban comunicarse entre sí. Cuando querían ir al baño, un miembro (de la red) las acompañaba porque no dejaban que hablaran entre sí", señala Aude.

En esa casa, explicó la mujer, sus captores empezaron a sacar a las otras jóvenes, hasta que ella se quedó sola. Le siguieron metiendo hombres para abusar de ella, incluso mientras estaba embarazada.

Posteriormente, al conocer los detalles del caso, Aude supo que los vecinos habían denunciado que escuchaban gritos de una mujer y creían que venían de esa casa. Pero cuando la policía se acercaba, no se oía nada y cuando los agentes tocaban la puerta, nadie salía.

Sin embargo, los gritos persistentes y desesperados de la mujer cuando fue violada mientras estaba en trabajo de parto y cuando perdió al bebé fueron los que finalmente llevaron a encontrarla.

La nota

"Cuando la conocí prácticamente no tenía dientes", rememora Aude.

Getty images.
El miedo a la deportación está presente en muchos casos de trata no reportados.
La joven contó que cuando no hacía lo que sus captores querían, le sacaban un diente o le arrancaban cabello.

"Por eso es que también tenía baches en su cuero cabelludo".

Tanto LAWA como las autoridades británicas le dieron la ayuda necesaria para su recuperación.

Al principio, recuerda Aude, no levantaba la cabeza si había un hombre cerca. "Estaba completamente traumatizada".

El apoyo no se limitó al área psicológica: "La ayudamos a que le arreglaran los dientes, que volviera a tener su cabello, que las heridas de su cuerpo sanaran, que tuviera una reconstrucción vaginal".

"Ella quería verse como cuando se fue de Colombia. Me mostró una foto y al compararla con la persona que tenía al frente, eran dos personas totalmente diferentes".

Cuando la mujer se sintió un poco mejor, se fue del refugio y dejó una nota:

"Muchas gracias por todo", se leía.

Había decidido volver a Colombia.




"Discúlpeme por llegar tarde, me perdí", me dijo con una voz muy dulce y una sonrisa.

Se sentó, tomó un sorbo de café y poco a poco me empezó a contar su historia.

Había salido de Sudamérica con destino a Inglaterra en la primera década de 2000. Tenía 18 años.

Una prima que vivía en Londres la había invitado y ella no dudó en aceptar, quería escapar de un familiar que había abusado sexualmente de ella.

Cuando llegó a Reino Unido, no contaba con el visado necesario y se tuvo que ir a Francia. Allí estuvo unos meses hasta que su prima mandó a un "amigo" a buscarla.

"Apenas me vio, me dijo: 'Vas a hacer todo lo que yo te diga'. Me asusté mucho", me cuenta.

El plan del sujeto era intentar entrar a Inglaterra vía marítima, a través de Dover, ciudad costera del sur del país.

"Poco antes de llegar al puesto migratorio, el hombre me dijo que me adelantara, que él se quedaría atrás. Agarró mi pasaporte y me dio otro".

Se trataba de un pasaporte español con la foto de Ana.

"Me dijo: 'Pasa con este dinero y con este pasaporte. Tienes que decir que te llamas así (y le mostró el nombre que aparecía en el documento). Apréndete tu nombre completo y la fecha de nacimiento. Tú no me conoces, dices que vienes como turista. No voltees. No tartamudees. No te pongas nerviosa'. Me quería morir. No sabía qué hacer", me cuenta.

Después de que el agente de inmigración revisó su pasaporte minuciosamente y lo pasó "como cinco veces" por una máquina, la dejó pasar.

Ya en territorio inglés, Ana debió esperar por el hombre que la llevaría a donde estaba su prima.

La deuda

"Ya llegaste", fueron las primeras palabras de su pariente cuando la vio. "Ahora te toca pagarme todo lo que gasté en ti. Te va a tocar empezar a trabajar. Vas a hacer todo lo que yo te diga. Estás en mis manos".



De acuerdo con organizaciones que apoyan a mujeres que han sido víctimas de trata, muchas sobrevivientes no quieren denunciar sus casos por miedo a las represalias.
Ana se asustó mucho, no entendía. Me cuenta que se contuvo para no llorar.



Su prima intercambió unas palabras en inglés con el hombre que la había llevado hasta allá. Él le entregó todos los documentos de la joven y se fue.

"De pronto, del baño salieron cuatro chicas y se sentaron con nosotras. Mi prima sacó unos teléfonos y una libreta y los puso sobre la mesa. Era como si todo hubiese estado escondido".

"Las chicas estaban en sujetador y bikini, con vestiditos muy transparentes, muy maquilladas y con tacones bien altos".

"Pensé: '¡Dios ¿qué es esto?!' y empecé a temblar".

"Le pregunté a mi prima: ¿Qué pasa?"

"Y me dijo: 'En esto es en lo que vas a trabajar'. Y le dije: 'Yo no voy a trabajar en esto'. Pero me respondió: 'En esto vas a trabajar hasta que termines de pagar la deuda que tienes conmigo, hasta que pagues el último centavo que pagué por ti'".

Ana no aguantó más y explotó en llanto.

El encierro

Su prima la encerró en una habitación con las otras jóvenes, quienes trataban de tranquilizarla.

"Recuerdo que me habían dicho que eran de Bolivia, Colombia, México y Venezuela y que tenían entre 19 y 24 años".



El aislamiento de la víctima es clave para que los tratantes puedan mantener un dominio absoluto sobre ella.
"Yo les preguntaba cómo podían aguantar eso y me decían que no tenían otra opción porque estaban permanentemente encerradas con llave. 'No tenemos ni dinero, ni papeles', me contaban".




"Afuera, en la puerta, siempre hay un hombre, las ventanas están selladas y tienen rejas, la puerta del patio tiene rejas. No hay forma de escapar", le dijeron.

Esa misma noche vio lo que le esperaba.

"Cuando sonó el timbre, las chicas se pararon rápidamente y se pusieron como en una formación", me cuenta.

Las muchachas escondieron a Ana en el baño porque le dijeron: "Los hombres aquí son muy morbosos y si te ven tan joven, seguro te van a agarrar a ti".

"Las chicas intentaban no mostrarme porque no dejaba de llorar. Me explicaban lo que iba a tener que hacer y me decían que debía hacer cosas aunque no quisiera porque si no las hacía los hombres me iban a golpear. 'Te van a decir que están pagando por ti'".

Cada hombre que salía de la habitación le decía a su prima con quién había estado. Cada chica tenía un nombre.

"Tenemos que mostrarte, no podemos esconderte más", le decían a Ana.

Y así sucedió, no pudieron esconderla más. Su propio "infierno" estaba por comenzar.

"Uno tras otro"

Ana recuerda que el primer hombre que le tocó estaba muy borracho y se quedó dormido, el segundo la golpeó porque "yo no me dejaba".

Ana recuerda que siempre la transportaban en automóviles.
"No fue la única vez que me lastimaron, hubo muchas y nunca nos llevaron a un médico. Las chicas me daban cosas para el dolor", cuenta casi a punto de llorar.

"Llegó un momento en que 'los clientes' no miraban a las otras chicas y querían solo conmigo y conmigo. Mi prima las sacó y me quedé sola en esa casa".

"Era hombre detrás de hombre, uno tras otro". Muy pocos eran latinos.

"Yo no aguantaba. Yo le decía a mi prima: 'Ya no puedo más' y me decía que le tenía que pagar la deuda".

"Me acuerdo que había una fila de hombres afuera del cuarto. Era una fila enorme, me acuerdo que cuando abrían la puerta del cuarto, yo veía a varios", me dice con un tono de rabia contenida.

"Algunos hombres no usaban protección y si reclamaba me golpeaban. Tenía que aceptar que lo hicieran por donde ellos quisieran".

Ana recuerda que fue llevada a otras casas, siempre custodiada y en automóviles. Y siempre terminaba igual: encerrada.
Y es que de acuerdo con los expertos, esa es una de las estrategias de las redes de explotación sexual: rentar casas por periodos cortos de tiempo para evitar que la policía les haga seguimiento.

Ana vivió así "un año y unos meses" y cuando intentó escapar, la golpearon.

Recuerda que su prima le decía: "Si sales nadie te va a entender, nadie te va a creer".

"No hablaba inglés, no sabía ni qué día era, estaba totalmente perdida", me cuenta.

"No te das cuenta"

Ana pudo salir de esa red en parte porque estableció una relación con un amigo de su secuestradora que no sabía lo que estaba pasando.

Sin darle detalles de por qué no quería ver a su prima, se escapó con él y quedó embarazada.
Ana no quiere que lo que ella vivió le pase a otra joven: "Es que hay muy poca información en nuestros países. (Las mujeres) no se imaginan lo que les puede pasar".

Tras un desmayo, fue llevada al hospital. La condición en la que la encontraron llamó la atención de los doctores y los servicios sociales empezaron a pedirle información y ofrecerle ayuda.

"Me preguntaron por qué tenía todas esas marcas en el cuerpo y no les quería decir. Tenía miedo".

Cuenta que los pastores de una iglesia cristiana evangélica también la ayudaron a salir de "la pesadilla".

Sin embargo, si hay alguien que realmente la "salvó" -me cuenta- fue su hijo.

Se le quiebra la voz y llora: "Me salvó de matarme".

Cuando le pregunto por qué aceptó conversar con BBC Mundo sobre lo que padeció, fija su mirada en un punto, se toma unos minutos y me responde:

"Es que hay muy poca información en nuestros países. (Las mujeres) no se imaginan lo que les puede pasar. Yo era muy joven, no conocía nada, me dejé llevar por un sueño, una ilusión, por escapar de mi realidad".

"Yo lo viví en carne propia. Es un tráfico del que no te das cuentas, te están llevando a sufrir más abusos, más traumas, eso duele mucho".

"Tengo muchas secuelas. Para que yo le esté contando esto a usted es porque lo he superado un poco. No quisiera que otra niña pasara por lo que yo pasé y puede ser que ahora haya más. Es la realidad, cruda, dolorosa".

Trata de personas

"La trata consiste en utilizar, en provecho propio y de un modo abusivo, las cualidades de una persona.

Para que la explotación se haga efectiva los tratantes deben recurrir a la captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de personas.

Los medios para llevar a cabo estas acciones son la amenaza o el uso de la fuerza u otras formas de coacción, el rapto, fraude, engaño, abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad".


FUENTE:BBC - Por Margarita Rodriguez

Si usted es víctima de trata de personas en Reino Unido o conoce a una persona en ese país que es víctima de trata, se puede comunicar con la línea telefónica de ayuda de la unidad de Esclavitud Moderna de las autoridades británicas al número: 08000 121 700. El servicio cuenta con funcionarios que hablan español y abordan los casos con confidencialidad.


ABYA YALA ( NUESTRA AMÉRICA): ANCESTRAL Y FEMINISTA

Título original: Ancestral y feminista



Entrevista Lolita Chávez es parte del Consejo de pueblos K´iche´ en Guatemala. Es una autoridad en su pueblo, que enfrenta la destrucción de sus territorios por parte de las empresas transnacionales madereras, energéticas, y otras. El 7 de junio del año pasado sufrió un ataque a mano armada de paramilitares vinculados con los empresarios madereros, lo que la obligó a salir transitoriamente de su territorio. Como feminista comunitaria denuncia la relación entre el patriarcado occidental y los patriarcados originarios. Integrante de Feministas de Abya Yala, participó del Encuentro de Trelew donde denunció la criminalización de las mujeres indígenas y los pueblos originarios en el continente


imagen: José Nico

¿Cuál es tu situación actual?


Mi situación es bastante delicada y perversa. No puedo entrar a mi territorio por varias razones. Una, porque quienes intentaron asesinarme, la estructura criminal que lo hizo, sigue impune. No han detenido a ninguno de los paramilitares que me atacaron. La investigación está paralizada. Por otra parte, yo estoy judicializada, y el proceso de criminalización continúa. Tengo varias denuncias en mi contra, pero la que ha avanzado más es un expediente de un montaje que hizo el Ministerio Público, donde me acusan de detenciones ilegales, amenazas, hurto, asociación ilícita. Está por lo tanto en riesgo mi vida y mi libertad. 

Pero además es un situación que se generaliza contra las defensoras de la tierra, ¿verdad?

En todo el continente, en Abya Yala, las defensoras de la vida y de los territorios somos agredidas. En principio nos estigmatizan con agresiones que generan violencia, odio contra nosotras, misoginia. Luego hay asesinatos, como el de Juana Ramírez y de Juana Raymundo, dos mujeres del pueblo ixil, sanadoras, que fueron asesinadas este año en Guatemala. También se han dado en los territorios violaciones, violencia sexual, realizadas por trabajadores de las empresas, por militares, o por grupos criminales. Estas violaciones sexuales han quedado en la impunidad. Hay compañeras nuestras que han ido a la cárcel y han sido torturadas en la cárcel.


Toda la estigmatización hace que las sociedades juzguen, emitan juicios, y se creen las condiciones para atacarnos. Están destruyendo nuestras vidas con tanto odio y con el racismo profundo que se vive. No solamente nos acusan de que atacamos a las empresas, que impedimos el “desarrollo”. En nuestras condiciones de vida cotidianas no tenemos acceso al agua, a la salud. Eso hace que nos muramos de múltiples formas. 

¿Cómo es el accionar de la Justicia frente a estos ataques?

La Justicia en Guatemala, lo hemos dicho en el Juicio Etico Feminista que realizamos como Feministas de Abya Yala, es una justicia patriarcal, racista. Está entregada al opresor, al mejor postor. La oligarquía y los militares tienen tomada la justicia. El caso de las niñas calcinadas vivas es una expresión clara de esto, porque no ha habido justicia. Se han dilatado los casos, han salido libres los perpetuadores. En las decisiones tomadas en relación a la calcinación de las niñas tuvo mucho que ver el presidente Jimmy Morales, que a todas luces se ve que está siendo manipulado por la oligarquía, por las transnacionales y por el Ejército. En Guatemala hay impunidad, tráfico de influencias, corrupción, y entonces los procesos no avanzan.  

¿Qué significa en tu vida ser feminista comunitaria?





Ser feminista comunitaria es un compromiso en diferentes expresiones territoriales de Abya Yala. Ya no es sólo la expresión de un compromiso con mi pueblo, y con el Consejo de Pueblos K’iche’s (CPK), la organización que integro. Hay una clara necesidad de diálogo de saberes, de formación, de análisis de las múltiples opresiones. Necesitamos conocer cuáles son las expresiones de los sistemas patriarcales. Cómo opera el sistema occidental, pero también cómo se vincula con el sistema patriarcal originario ancestral. Reconocer que los han vivido nuestras ancestras feministas, y asumir el legado de sabiduría que ellas nos han dejado. Es un legado que necesitamos activarlo y darlo a conocer. Por ejemplo, Bertita, Berta Cáceres, es una compa indígena que trascendió en la lucha antirracista, antipatriarcal, anticolonial, anticapitalista, antineoliberal. Ella nos da luces para que en los diálogos que tenemos con las hermanas en los pueblos originarios, reconozcamos que ser feministas no es una imposición de Occidente, que ser feministas es reconocer la sabiduría ancestral de las generaciones pasadas, y traerlas a la actualidad. Es luchar con esa fuerza y proponer ese camino emancipatorio, plural y diverso. Necesitamos tejer entre nosotras mismas y con otras compas feministas, redes con las que nos podamos acuerpar. Porque no sólo en el continente de Abya Yala sino en otros espacios, estamos viviendo un racismo que se expresa de diferentes formas de acuerdo a las expresiones sociales actuales, pero que también se conecta con la historia. 


Hay racismos sutiles, racismos clasistas, racismos por desconocimiento, racismos institucionalizados, racismos de Estado








Necesitamos por eso que las hermanas feministas tengan claridad y un posicionamiento no ambiguo en relación a estas exclusiones, a las desigualdades, y que reconozcan los privilegios que tienen. Reconocer que no eligieron nacer, o vivir, o ser parte de una sociedad privilegiada por el color, por la familia, por el lugar geográfico donde nacieron. Podemos aceptar que hay feministas que no lo eligieron. Pero necesitamos sin embargo que vean esos privilegios, que asuman las expresiones de desigualdad, y que puedan cambiar en los modos, en los espacios, en el sentido de las convivencias. Es complejo pero es posible.

¿Cómo viviste el Encuentro?

Participar en Trelew, que tuvo en diferentes expresiones ese llamado, esa necesidad y esa urgencia de nombrarse plurinacional, fue algo que yo daba por hecho, pero la impresión que ahora tengo es que es algo que se tiene que tejer. Mencioné en el Encuentro que la plurinacionalidad no la vamos a imponer, la vamos a tejer. Pero hay que tejerla en lo concreto y en la realidad, en la cotidianidad, como se viene haciendo en Feministas de Abya Yala. Porque no es solo un momento ni solo un Encuentro, ni es solo un nombre, sino es todo un camino.



Este camino significa ir reconociendo que existen nacionalidades, espiritualidades, cosmogonías, “cosmocimientos”, sabidurías ancestrales y diversos modelos de vida. Es imposible pensar que el racismo que se vive en Argentina permee los encuentros. Las compas de los pueblos originarios pueden participar y dar elementos concretos para esa transformación del Encuentro hacia ese camino plurinacional. Pero no es necesario que sí o sí ese camino lo defendamos solamente las mujeres que venimos desde los pueblos originarios. Lo podemos defender juntas, en comunidad. Me llamó la atención que la propuesta ya se había venido pidiendo en encuentro pasados, antes de Trelew.  Lo del aplausómetro es simbólico, y lo que es simbólico se da porque se aprecia, porque es histórico, porque genera una sensación de movimiento, de esperanza. Quizás en este Encuentro se dio por hecho que es un encuentro plurinacional, pero sería históricamente dignificante para las hermanas de los pueblos originarios en Argentina, para la resignificación de su ser, para el reconocimiento, para todo el proceso de sanación, que se llame plurinacional. Porque no llamarlo plurinacional, en cuanto hay una demanda concreta, una apuesta en común, cuando hay un acuerpamiento y se abraza en diferentes talleres, y en distintas expresiones, negar esta posibilidad de que se llame “encuentro plurinacional” favorece la criminalización y la posibilidad de generar odio contra hermanas indígenas. Me voy con esa preocupación de que se genere más racismo. 

¿Sentiste el racismo en nuestro país?

Argentina para Abya Yala es expresión de un Estado racista, con toda la historia que se ha vivido, pero también con todo el vínculo que se tiene con Europa, buscando tener más semejanza con el ser europeo que con la expresión ancestral. Por eso se desconoce la historia de los pueblos originarios, del pueblo mapuche. Por eso se es indiferente ante tanta represión al pueblo mapuche, y no se reconoce que hay que devolverles las tierras a los pueblos originarios. Hay que reconocer que hubo genocidio en Argentina. Si el Encuentro no llegara a tejerse como plurinacional, cabe que esas mentalidades sigan perpetuando lo perverso de los seres desde el ser feminista. Sería doloroso no solo para las mujeres de los pueblos originarios en Argentina y en Abya Yala, sino para la convivencia misma. Algo más que me impresionó del encuentro fue la convivencia intergeneracional. El diálogo de las pibas con las compas que ya tienen más recorrido feminista, algunas que han estado en todos los Encuentros, es muy esperanzador. Da ese sentimiento de que el camino va a seguir, y que esa fuerza ya se está entretejiendo. Son soplos de vida que saludamos y abrazamos también. Por eso ya nos preparamos para el 34 Encuentro en La Plata. Queremos que sea y se reconozca Plurinacional. 

¿Cuáles son los desafíos que enfrentan como feministas de Abya Yala? 

Nuestro primer desafío para las mujeres que estamos criminalizadas, que estamos siendo muy perseguidas, es seguir vivas. Hay un duelo permanente en los territorios. Como Feministas de Abya Yala que estamos defendiendo no solo el ser feministas, sino también el ser parte de un territorio, de un pueblo, somos perseguidas por defender los bienes comunes, las autonomías, la libre determinación en las territorialidades. Asumir este compromiso plantea el desafío profundo de ser acuerpadas. Es necesario seguir tejiendo, mapear donde estamos, cómo nos movemos. Que “ni una menos” sea posible. Que no nos asesinen. Es un desafío no personal sino colectivo que desde Feministas de Abya Yala ya se está asumiendo, y ese acuerpamiento es lo que nos une. Necesitamos trabajar con los colectivos que llevan la defensa penal, acuerparnos en los juicios, no quedarnos solas, que las familias sepan que hay toda una red, una colectividad. 



También impulsar las campañas permanentes para exigir justicia por los asesinatos. Tener claridad cómo han sido perpetrados, quiénes son los perpetradores, quiénes son las empresas que están vinculadas


Tener esas historias, esas memorias, como el caso de Bertita Cáceres, que es una expresión muy clara de este compromiso que ella también tejió con nosotras. No podemos dejar solo a Copinh –la organización de la que participaba Berta–, o a la familia. En estos días, tenemos también que acompañar a Ivana Huenelaf, hermana mapuche, que va a juicio junto a otros compañeros. 

Hay un desafío también en evitar la apropiación de la espiritualidad, la folcklorización… 

Hay una fuerte expresión de folklorización, de uso de nuestros tejidos por las empresas textileras, las empresas folkloristas, las empresas de moda y las empresas turísticas. Defender estos tejidos es dignificar nuestro ser. Tenemos que interpelarnos con amor, en relación a que es necesario que podamos entretejer con más hermanas que son ya un liderazgo profundo, que son autoridad en los territorios, que están defendiendo muchos otros elementos como la espiritualidad, que están expresando procesos de sanación, y también la lucha por la defensa de los tejidos. Necesitamos conocer las cosmogonías en los diferentes territorios, desarrollar nuestros propios medios comunitarios para interpelar a los patriarcados, y para mostrar nuestros modos de vida, para dar a conocer a los mundos donde estamos, quiénes somos, cómo estamos viviendo. 

Y por supuesto mantenerse fuertes.



Seguir sanas es otro desafío. No se vale que estemos enfermas, enojadas, divididas, y complicadas en nuestro ser. Que en muchas hermanas no se vea cómo está siendo su vida, cómo se está alimentando. Es estratégico y político estar vivas y dignificadas. 

Es también un desafío la formación como un camino emancipatorio, para vincularnos con otras luchas, con otras hermanas en otros territorios, como las hermanas saharaui, las de Kurdistán, del continente afro, de Asia, de Europa. Compartir las propuestas feministas emancipatorias de Abya Yala y de otros continentes. 

¿Y el aborto legal? ¿Es también una demanda de las feministas comunitarias?

Quiero expresar también la necesidad de que sigamos la lucha por un aborto legal, gratuito, asistido, digno, toda vez que sea la decisión, la libre determinación de las mujeres. Esto es dificilísimo en los territorios, donde hay mucha presencia de las religiones y de las iglesias que realmente son avasalladoras y con expresiones de mucho control contra nosotras, las mujeres. En Abya Yala estamos viviendo torturas por la presencia de estructuras criminales en los territorios, redes del narco, de prostitución y trata, de tráfico de órganos, y eso hay que darlo a conocer, pero no de forma aislada. Hay que denunciarlos para que no hayan jóvenas que caigan en estas estructuras, y para que podamos desmantelar estas redes, con nuestra fuerza, nuestro poder, nuestra lucha territorial, pero acuerpadas, no arriesgando nuestras vidas. Que no haya más asesinatos. Sanas, vivas, libres, intensas, alegres, amorosas nos queremos.

Fuente: Página 12 - Por Claudia Korol