Título original: lo que no se nombra no existe.
Marcela Lagarde.
Escribo esto a sabiendas de que no vendemos. Intenten imaginar alguna película en la que la protagonista sea una mujer con discapacidad, cuidada por un hombre. Ya no hablo de si la actriz es negra, LGTBI, u otras minorías sociales no tan representadas en la ficción. Al revés, se me ocurren unas cuantas cintas: Intocable, protagonista cuidado por un negro; Las sesiones, donde el actor principal blanco y heterosexual tiene terapia sexual con una mujer; La teoría del todo, biopic de Stephen Hawking, versión edulcorada de cómo las mujeres que le acompañaron dejaron todo para atenderle a él... Así podemos pensar en cientos de títulos en los que los varones heterosexuales son cuidados por mujeres u hombres negros –caso de Intocable–. En el fondo, no deja de ser una representación de la realidad, pero también la ficción puede contribuir al cambio.
En el caso contrario tan sólo me viene a la cabeza Amour, de Haneke, y no estamos hablando de discapacidad sino de dependencia. Y claro, como era un hombre el que cuidaba a su esposa en ese estado lamentable y parecía algo inaudito, propio de un diosito superhéroe, le aplaudieron hasta con las orejas. Y eso que era un film infumable, dicho sea de paso.
Las mujeres con discapacidad existimos, aunque no se nos nombre ni visibilice. No se nos nombra en el deporte, a pesar de tener fantásticas deportistas con grandes marcas en paralímpicas; no se nos menciona en el arte, a pesar de que existen grandes artistas con discapacidad; no se nos nombra ni se nos ve en el día a día, a pesar de ser muchas las que reivindicamos nuestro espacio.
Tenemos un problema en el feminismo cuando no contamos con los colectivos más desfavorecidos. Cuando pensamos en una mujer feminista, nos viene a la cabeza una blanca y heterosexual, algo que ha cambiado, es cierto, porque antes era la típica lesbiana con camisa de leñador –ya me entienden, sin faltar–. Como ahora parece que el feminismo es un discurso ganador, nos han dejado meter algún tipo de cambio. Las feministas ahora también pueden ser heterosexuales, “bellas” normativamente hablando, grandes referentes del mundo del arte… pero no hemos llegado lo suficientemente lejos como para que podamos tener como referente a una mujer feminista negra en silla de ruedas, por ejemplo. Y es importante porque las opresiones en el mundo de la discapacidad son otras, aún mucho más graves si cabe.
Esto me parece especialmente peligroso, porque son las mujeres con discapacidad las que más violencias sufren. De todo tipo.
Por un lado, se encuentran las esterilizaciones forzosas, que siguen existiendo en nuestro país. De hecho, entre 2010 y 2016 se dictaron alrededor de cien sentencias referentes a la esterilización de personas con discapacidad, que previamente habían sido incapacitadas. La mayor parte de ellas son mujeres violadas a veces por miembros de la familia o gente cercana.
Ocurre lo mismo con la violencia machista, ya que al tratarse de mujeres más vulnerables –ya sea mental o físicamente, con movilidad reducida, y muchos menos ingresos o ninguno– son fácilmente víctimas de agresiones.
Casi una de cada tres mujeres con discapacidad asegura que ha sufrido o sufre algún tipo de violencia física, psicológica o sexual por parte de su pareja o expareja, más del doble que las mujeres sin discapacidad
según un informe de la Fundación CERMI Mujeres. Son datos extraídos de una macroencuesta generalista sobre violencia, lo que también hace necesaria una macroencuesta específica sobre violencia de género y discapacidad para llegar a datos más realistas y fiables.
Hay estudios que son aún más pesimistas sobre el tema. Según un análisis de Human Rights Watch, realizado en Europa, América del Norte y Australia, más de la mitad de las mujeres con discapacidad habrían sufrido abusos físicos, en comparación con la tercera parte de las mujeres sin discapacidad.
La violencia que sufren las mujeres con discapacidad es algo que se intuye, una especie de alerta silenciada tanto legal como socialmente, una cuestión frecuentemente olvidada en la redacción de leyes y políticas, que aún debe superar la invisibilidad. Por eso mismo, somos las propias feministas las que debemos poner voz a lo invisible de esta realidad e incidir en la importancia de nuevas legislaciones que recojan esta especial vulnerabilidad social
Al mismo tiempo, existen las violencias en el ámbito laboral y económico, donde muchas empresas se aprovechan de los beneficios fiscales que reciben por parte del Estado para contratar a personas con discapacidad y aprovechar para explotarlas. Ello hace que en muchos casos se mine la autoestima de la mujer con discapacidad, que no se siente válida para competir en este mercado laboral, que, por otro lado, asfixia y oprime a cualquiera. De las personas que trabajan, la mayoría lo hace en oficios mal remunerados y en situaciones de explotación.
Hay motivos más que suficientes para saber que necesitamos una perspectiva de género feminista que no olvide a un colectivo sin las herramientas adecuadas para su empoderamiento; un feminismo que no sea el normativo y que mire más allá de sus propias realidades.
Fuente: CTXT.es - Por Anita Botwin
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