viernes, 7 de diciembre de 2018

CADENAS GLOBALES DE CUIDADO: ES ESLABÓN LOCAL

En el lenguaje corriente, la idea de cadena global de cuidados se resume como “mujeres explotando a otras mujeres”. Isabel Otxoa cuestiona ese relato culpabilizador y reflexiona sobre dónde se pone el foco cuando hablamos de externalización del trabajo reproductivo.

Acción por el día internacional de las trabajadoras del hogar en 2015 en Madrid./ Bárbara Boyero



Como resultado de la reducción del costo de los productos finales conseguido gracias a las cadenas globales de valor, el precio del ordenador en el que escribo esto es mucho menor que si hubiese estado íntegramente fabricado en Euskal Herria. Es más, de haberse producido aquí, sería tan caro que yo no tendría dos ordenadores sino uno solo, o ninguno y estaría usando el de alguna biblioteca o el de un centro especializado en alquiler de equipos informáticos.

El acceso masivo a la tecnología informática en la forma actual, se sustenta en la cadena global de valor mencionada: la ciudadanía que disfruta de las ventajas del ordenador lo está haciendo sobre la existencia de un sistema que explota las materias primas y el trabajo de personas en los países empobrecidos. En el relato de este fenómeno, las palabras clave son gobiernos, instituciones financieras y transnacionales, y el hecho de que el resultado de la explotación capitalista del planeta tenga réditos también para quienes habitamos el primer mundo, no es algo que se coloque en primer plano cada vez que criticamos el sistema.

Según he leído en un artículo titulado “Cadenas globales y trabajo rural. La producción de arándanos en Uruguay” (2013) los hombres jornaleros no quieren participar en la recolección del fruto porque no les gusta la organización del trabajo y la corta duración de la zafra, y prefieren buscar otros empleos más rentables en áreas urbanas. Los contratistas resuelven este problema mediante una mayor incorporación de mujeres a esas tareas, dado que ellas muestran más disciplina en el trabajo y más compromiso con las metas exigidas por la empresa.

Quienes gestionan todo el asunto son las empresas agroexportadoras y sus capataces. En el caso de que las mujeres no aceptasen la tarea de recolección, parece ser que tampoco la asumirían los hombres, y en consecuencia quizá no encontrásemos arándanos en nuestros supermercados. En este relato, las palabras clave son agroexportación y nuevas formas de reclutamiento de mano de obra y en ningún momento se representa al jornalero como causante en ningún grado de la posición o condiciones laborales de la jornalera.

En otro terreno, dentro de las cuadrillas de trabajadores dedicados a pavimentar las carreteras durante los meses del verano, se observa que cuanto más lejano es el origen nacional del trabajador, más cerca está del manejo y aspiración de los vapores del chapapote caliente. Es posible que la técnica del vertido en el bache sea mejorable y que la existencia de trabajadores que necesitan aceptar un trabajo duro esté ralentizando la posible mejora en las condiciones en que se realiza la actividad. No he visto nada publicado a este respecto, pero supongo que las palabras clave del relato serían dumping social, industria de la construcción, categorías profesionales y organización del trabajo, y nadie le encontraría sentido a mencionar al hipotético oficial de 3ª oriundo de aquí cerca, que se ha liberado de los trabajos penosos gracias a la existencia del peón inmigrado.

La idea de cadena global de cuidados hace referencia a la división internacional del trabajo reproductivo y aparece en la obra de la socióloga estadounidense A.R. Hochschild en el año 2000. El concepto se utiliza en muchos estudios posteriores y resulta una referencia inexcusable tanto para tratar de migración como de empleo doméstico en los países ricos. Remito al Wikigender para conocer los términos en los que se define, porque lo que a mí me preocupa es la incidencia general del concepto, cuyas posibles matizaciones solo alcanzan a especialistas y estudiosas del tema. La cadena estaría constituida por mujeres de los países ricos, que ya no quieren o no pueden ser las responsables de los cuidados en su entorno y consiguen salir al mercado laboral trasladando sus responsabilidades de cuidado a mujeres de países empobrecidos, las cuales a su vez delegan el cuidado de sus familias en mujeres de sus propios países. Mujeres de aquí que prosperan, tienen empleos fuera de casa, acceso a la formación… a costa de las otras, las mujeres pobres y migradas que han ocupado su lugar. Tal como se ha difundido, la idea de la cadena global de cuidados nos culpabiliza se quiera o no, y en el lenguaje corriente ha terminado por formularse así: mujeres explotando a otras mujeres. Esta versión culpabilizadora resultaba muy previsible y tiene vida propia.

A partir de esto, en más de un trabajo académico o periodístico hemos podido leer que en lugar de luchar por nuestra verdadera liberación -como era nuestro deber- nos hemos tirado a lo fácil delegando el cuidado. Vamos, que el oficial de 3ª de la construcción, en lugar de hacer la revolución proletaria para mejorar sus condiciones de vida, se ha hecho a un lado para que sea otro quien baje a la zanja. También hemos leído las declaraciones de alguna trabajadora de hogar migrada (testimonio real) que, a continuación de decir que trabajaba con un horario y salario buenos, señalaba que gracias a que acudía el viernes a la noche a cuidar de las criaturas de una familia, ella, la empleadora, podía salir a cenar con su marido, en lo que sería una miniversión de la cadena.


Participantes en un plantón por los derechos de las trabajadoras del hogar, celebrado en 2012 en Barcelona./ Bárbara Boyero
El eslabón local de la cadena global de cuidados se forja sobre el principio de que el cuidado pertenece, está adscrito, a las mujeres, que lo llevan indisolublemente ligado a sus personas. Esa atribución injusta de la que las feministas siempre hemos renegado, se incorpora a la representación de nuestro ser y de ahí en adelante, la ausencia de las mujeres del país rico en las tareas de cuidado pasa a constituir una anomalía subsanada por ellas mismas con la contratación de empleadas de hogar.

Visto de esta manera, la trabajadora que cuida a la madre de un varón casado estaría sustituyendo a la nuera y no al hijo; en el cuidado de una madre la trabajadora estaría sustituyendo a las hijas y no a los hermanos de estas, y así sucesivamente; siempre serían mujeres las que habrían trasladado sus responsabilidades valiéndose del desigual reparto mundial de la riqueza.

Cuando muchas de nosotras nos hemos negado a cumplir el mandato patriarcal de ser madres, o hemos tenido una sola criatura, no estábamos delegando en las mujeres pobres de otros países la reproducción de la especie, estábamos transformando el ser mujer en nuestra vida individual. Lo mismo pasa con el cuidado. Sin embargo, el relato de la cadena no incorpora el avance que supone en sí misma la posición de muchas mujeres que se niegan a admitir la equiparación de los términos “mujer” y “cuidadora” y que reniegan del principio de que el cuidado es asunto suyo. Esta posición ha llevado a intensificar el reparto del cuidado dentro de muchas familias, ha forzado el aumento de servicios, todavía insuficientes, y también ha llevado a contratar más empleo de hogar. En bastantes ocasiones son quienes necesitan o quieren cuidado quienes contratan por sí; otras veces son sus hijos y sobrinos varones quienes lo hacen y en otras, muchas, son las mujeres de la familia.

Podríamos razonar de otra manera. De la misma forma que no ponemos el foco en quien valiéndose de la cadena global de valor tiene acceso al equipo informático barato, ni en el hombre que pudiendo hacerlo se niega a recolectar el arándano, ni en el que no maneja el chapapote porque hay otros que lo hacen… tampoco hay motivo para señalar a las mujeres; el que nos neguemos a ser las responsables del trabajo doméstico y de cuidados no nos sitúa como agentes responsables de las malas soluciones a la cuestión.

Si hoy día el cuidado sigue realizándose de casa en casa y con un grado de colectivización ridículo es porque existe una manera barata de obtener atención mediante el empleo de hogar sin mover ninguna de las estructuras sociales que tienen su origen en la división sexual/genérica del trabajo. Las buenas salidas son complejas y a largo plazo. Junto al reparto de tareas con los hombres y la mejora en calidad, cantidad y accesibilidad de los servicios de atención a las personas, hacen falta cambios transversales: empleo, educación, urbanismo, habitación… En realidad, todas las esferas rozan con el cuidado.

Para que todo eso cambie, un buen revulsivo es reivindicar todos los derechos laborales para las trabajadoras de hogar, las migradas y las nacidas aquí. Aunque en el contexto del contrato de trabajo doméstico la aplicación de muchos de esos derechos es imposible (readmisión obligatoria en el despido por maternidad o por el ejercicio de derechos constitucionales, mecanismos ordinarios de prevención de riesgos laborales, jornada, descansos y salarios homologables con el resto de sectores…), hay que seguir exigiendo equiparación y luchando contra la explotación en el empleo de hogar, sea quien sea la parte empleadora.

El relato de la cadena de cuidados puso de manifiesto algunos elementos que permanecían ignorados. El primero fue la ampliación de la mirada sobre la explotación de los recursos de los países pobres, que no se limita a la extracción y producción de bienes materiales sino que se extiende a lo que Hoschschild llama plusvalía emocional. También reveló la situación que se deriva de la ausencia de las mujeres migradas de sus núcleos familiares de origen, la brutalidad de la separación de sus criaturas y sus mayores, a quienes pasan años sin ver o -con suerte- tratan por Skype; los problemas de relación que acarrea la distancia o la dificultad de gestionar las emociones que genera el cuidar criaturas y personas mayores de otras familias cuando no se puede atender a las de la propia. En este contexto hay que mencionar la hipocresía en la gestión de la Ley de Extranjería, que somete a las trabajadoras de hogar migradas a los mismos requisitos y plazos que al resto de los sectores para conseguir los papeles, pero las controla mucho menos y mira para otro lado porque la organización actual de los cuidados las necesita.

Si me he animado a opinar sobre el eslabón local de las cadenas globales de cuidado es porque parece haberse incorporado al patrimonio de ideas feministas aceptadas sin mayor cuestionamiento. En palabras de una amiga, es triste que los hombres vuelvan a salir de rositas en este asunto. Expresado de manera más solemne, mi crítica es que hay una asimetría inaceptable en la designación de las mujeres del país de destino como beneficiarias directas de la explotación de otras mujeres, cuando en el resto de procesos en los que personas de países empobrecidos realizan tareas necesarias en o para las sociedades ricas, la descripción de los fenómenos va por otro lado. Además, el supuesto traspaso de nuestras responsabilidades de cuidado se sostiene en una atribución que las feministas negamos radicalmente para todas las mujeres.

Fuente: Pikara Magazine-Por Isabel Otxoa . Participó en la Plataforma por un servicio público vasco de atención a la dependencia y en la actualidad es integrante de la Asociación de Trabajadoras del Hogar de Bizkaia.

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