sábado, 12 de septiembre de 2020

SERÁ UN PEDÓFILO PERO ES EL PADRE

 Violencia de género y abuso sexual infantil son dos caras de la misma moneda. Feliciana Bilat y Maira Jalil (conocida como “Tita Print”) son dos mujeres ejemplares que luchan de manera continua contra la desprotección institucional que padecen por cuidar y defender a sus hijas. Al igual que muchísimas madres protectoras, ellas escucharon a sus hijas y decidieron denunciar el abuso. Pero la cultura patriarcal que tamiza los andenes de la justicia, cobra un costo muy alto por hacer públicas las aberraciones de la sociedad que ordena. Los casos Bilat y Jalil ponen de relieve que luego de atravesar el largo y dificilísimo proceso de defender a sus hijas con uñas y dientes, comienza otro proceso, no menos angustiante: defenderse de la propia justicia.

*Todos los conceptos teóricos de esta nota están tomados del libro “Abuso sexual contra niñas, niños y adolescentes, un daño horroroso que persiste al interior de las familias”, de Eva Giberti, Editorial Noveduc, Buenos Aires, Junio de 2015.


Los Jueces eligen desestimar y negar el abuso sexual utilizando cualquier estrategia para desacreditar tanto el discurso de las madres que protegen a sus hijas como el de los profesionales especializados en la temática. Una vez iniciada la causa penal y desestimada la misma, la maquinaria del sistema se vuelve contra ellas generando nuevamente el encuentro de sus hijas con quien perpetró el abuso: “su padre”. En cualquier caso, la dolorosa verdad que emerge entre tantos papeles judiciales es que la palabra del niño queda por entero sepultada bajo los escombros de un vínculo que está roto desde un comienzo.
Una vez más las niñas y ahora sus madres protectoras, son revictimizadas y obligadas a revincularse con los abusadores que agujerearon el psiquismo de estas niñas y de estas mujeres. Se entiende de antemano que el abuso sexual en la infancia es algo que deja una marca para toda la vida. Que el sistema judicial genere revinculaciones con los violentos y castigue a las madres protectoras por cuidar a sus hijas es realmente inhumano, perverso. El abuso sexual es una forma tortura. La justicia complejiza la tortura revictimizando y callando la voz de la niña y de quien la protege. El sistema judicial “guarda el secreto”, oculta la palabra de las víctimas contemplando el resguardo de la familia patriarcal. “Abusó de su hija pero ES EL PADRE”

*¿Qué se entiende por “vínculo”?
Como afirma Eva Giberti, el “vínculo es un lazo fuerte, ceñido, destinado a unir cosas de manera segura”. Es lo que garantiza la unión, es “la cosa que ata pero que no equivale al hecho mismo de atar. Psicológicamente, el vínculo se define entre dos personas deseantes: lo que hay entre ellas. Se trata de una acción recíproca que los coloca queriendo estar juntos, un ligarse mediante algo muy fuerte que sería similar al sacramento del matrimonio entre los cristianos”.



Según Giberti, un padre que abusa de una hija ha degenerado el vínculo que se supone biológico y cultural con ella. Cuando se pretende revincular a una niña abusada con su “padre”, se vincula en realidad a una niña con el abusador y no con el padre (que es quien cumpliría con dicha función y con la condición que lo nombraría como tal). La figura del juez debería intervenir encarnando la “terceridad”, la Ley. Pero sólo entra en escena para utilizar de manera impune y falaz la palabra “Vínculo”. La práctica judicial demuestra que la biología supedita los valores culturales: las normas culturales quedan corrompidas por la fuerza de la herencia biológica “Es el padre”. Pero yo me pregunto: ¿qué es un padre? ¿No se tiene en cuenta la ley del incesto como fundante de la cultura? El juez apela a la ligazón inicial, biológica, familiar y cultural que le compete al padre y que éste deformó al transformarla en vulneración de la persona de la niña/hija. El juez pierde de vista que “un padre” nada tiene que ver con abusar, maltratar, torturar someter y/o dañar a un hijo. La función de un padre responde al Amor, al respeto y a los límites para con otro porque de lo contrario no podemos hablar de vínculo alguno. Un “padre” que abusa cree que su hijo o hija es carne de su carne y que con él o con ella se hace lo que se quiere y se tiene el poder como esencia misma del Ser. El juez disocia la actuación parental no dándole cabida a la transgresión para lo cual se niega a escuchar el discurso de la víctima considerada manipulada.
Los jueces continúan “revinculando” con la intención de defender la familia patriarcal hasta las últimas consecuencias. Nadie con dos dedos de frente querría ni que los niños que perdieron a su mamá por tener un “papá” femicida vivan con el asesino de su madre por el sólo hecho de tener un “padre de familia”, ni que una niña abusada sea de nuevo entregada al abusador que la justicia llama “su padre”.
Sin embargo, el juez Gustavo Eduardo Noya del juzgado Nacional en lo Civil nº 83 en su rol de “terceridad” dice estar haciendo su trabajo y protegiendo a las hijas de Feliciana Bilat que el pasado lunes nos contaba en el programa “No nos queda Otra” como el juez le dijo en la cara que prefiere “bailar con un adulto antes que con una menor” (…) “que no iba a dar lugar a los caprichos de una niña de nueve años“.
Parece que el juez Gustavo Eduardo Noya también “toca” desde su lugar de poder. Sería bueno aclararle a “su excelencia” que no estamos en una pista de baile, que hay una niña a la cual debe respetarle sus derechos y que pareciera tener la concepción de adultez tergiversada, porque un adulto es alguien que sabe de sus obligaciones, que es responsable y que no abusa de una hija.
Lo mismo pasa con Maira Jalil, otra de las tantas mamás protectoras que está atravesando un juicio en su contra después de que la cámara gesell afirmara que su hija presentaba indicadores compatibles con abuso sexual y le comunicara a su propia madre desde muy pequeña haber sido abusada por el progenitor.
Se comprende la ideología patriarcal establecida cuando se insiste en revincular a las niñas con los abusadores “padres de familia”, el argumento que insiste en los jueces es que un padre es fundamental y estrictamente necesario en la vida de un niño. Señor juez, no puede vincular a una niña que no desea ligarse al abusador, no debería inventar usted un vínculo donde no lo hay, ni justificar las seguidas veces que la niña volvió vomitando después de dichos encuentros porque según usted y su equipo de profesionales “es normal que eso pase”.
Señor Juez: No alcanza con inventar un vínculo desde lo biológico y cultural para tapar el siniestro daño que, con tremendo capricho patriarcal, contiene su decisión “revinculante”.
El poder judicial debiera “revincularse” con el principio de justicia, con lo justo que en este caso sería escuchar a las niñas y niños que han sufrido abuso y a estas madres protectoras (Mujeres ellas!) dando lugar a la protección integral de estas niñas y de dichas mujeres vulneradas por el sólo hecho de ser mujeres que defienden a sus hijas.
Violencia de género y abuso sexual infantil son dos caras de la misma moneda.

fUENTE: Revista Hamartia 




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