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viernes, 15 de marzo de 2019

LAS VIOLACIONES EN LA ESCUELA DE MECÁNICA DE LA ARMADA ARGENTINA

Título original: "Ellos podían hacernos los que quisieran"








“En la ESMA hubo una asimetría de poder que posibilitó todas las vejaciones que sufrimos como mujeres.” La que habla es la periodista y sobreviviente de ese centro clandestino Miriam Lewin. Lo hace ante un tribunal, en el marco de una de las tantas veces que dio testimonio por el secuestro, las torturas y las vejaciones que sufrió en ese centro clandestino. Le cuesta hablar de eso, pero sigue. Se esfuerza para que todos y todas en la sala tribunalicia entiendan que nada de lo que sufrieron ella y sus compañeras de cautiverio fue una casualidad o un exceso de algunos genocidas. “Nosotras éramos sus prisioneras y ellos podían hacer con nosotras, con nuestros cuerpos lo que quisieran. Eso fue lo que vivimos por el hecho de ser mujeres”, aseguró entonces Lewin. El extracto de su testimonio se repite en loop junto al de otras sobrevivientes de ese encierro proyectados sobre la pared de una de las salas del casino de oficiales de la ex Escuela de Mecánica de la Armada, convertida desde hace algunos años en sitio de memoria. En la pared de otra sala, aparecen y desaparecen los nombres de todas las que pasaron por allí. Y más allá, más extractos de testimonios ploteados y aunados bajo el título que le da nombre a la nueva muestra temporaria del museo: Ser mujeres en la ESMA. Testimonios para volver a mirar.

La flamante exposición se integró ayer a la permanente que habita el casino de oficiales desde que fue convertido en espacio de memoria y reflexión sobre las violaciones a los derechos humanos que allí tuvieron lugar. La titular del museo, Alejandra Naftal, la definió como “un desafío” para el espacio. “Tomamos una interpelación del presente hacia el pasado”, explicó. Y le hicieron frente a partir de un trabajo conjunto que integró a varias mujeres sobrevivientes del centro clandestino. Dos de ellas, Ana Testa y Graciela García, participaron de la inauguración y remarcaron la importancia de que el sitio hablara desde la perspectiva de género “por fin”, insistió García. 

“Es la tercera vez que piso este lugar desde que me liberaron. Me transpiran las manos”, contó la Negrita, que fue secuestrada en 1976 y hasta 1982 sufrió “controles” de parte de la patota de la Armada. Fue ayer porque le pareció oportuno celebrar que “por fin” se empezaban a hablar de “cosas que son tabúes”, como los delitos sexuales cometidos en la ESMA. Minutos antes, Testa había diferenciado las vivencias de las detenidas “más antiguas” de las que, como ella, habían llegado al centro clandestino desde 1979 en adelante. García apuntó que “siempre el propósito que tuvieron fue el de destruirnos. Y nos llevó muchos años reconstruirnos. No se salvó ninguna compañera y lo que es peor, luego a muchas las mataron. Algunas supieron cómo contarlo antes de desaparecer, otras enloquecieron”, sostuvo. Las primeras vejaciones que sufrían eran las de los “verdes” en Capucha, un sector en el último piso del casino de oficiales en donde se acumulaban los y las detenidos. Golpes, toqueteos, duchas sin intimidad y algunos casos de violaciones, reconstruyó.

Ella, como varias otras sobrevivientes, empezaron a relatar los abusos ante la Justicia, en los juicios. Ella, particularmente, sufrió un acoso de Antonio Pernía mientras dormía en uno de los camarotes, y abusos sistemáticos de Jorge “Tigre” Acosta, que la sacaba del centro clandestino y la llevaba a un departamento los fines de semana donde la mantenía encerrada. “Esta fue mi parte. Muchas compañeras han sufrido antes durante y después toda la gama de violencia sexual imaginable de parte de una patota de asesinos y locos que hacían lo que querían con vos y tu familia. A muchas las mataron. Otras sobrevivieron y han relatado en los juicios lo que no les habían contado ni siquiera a sus maridos. Para mí, los juicios en ese sentido fueron reparadores.” 

La apertura también contó con la asistencia de miembros del Juzgado Federal de Instrucción 12, a cargo de Sergio Torres –quien también estuvo presente–, del equipo permanente del museo, de la abogada querellante en la causa Carolina Varsky y de investigadoras, entre tantas otras colaboraciones. García señaló a Torres como el único juez en la causa ESMA que diferenció a los delitos sexuales del resto de los crímenes de lesa humanidad.

Durante el tercer juicio que se llevó a cabo por los crímenes en ese centro clandestino, la fiscalía a cargo de Mercedes Soiza Reilly insistió para que se ampliara la acusación contra los represores por delitos sexuales, sin éxito. Según cifras actualizadas de la Procuraduría especializada en delitos contra la humanidad, solo el 12 por ciento de las sentencias emitidas hasta hoy incluye este tipo de delitos. Esos fallos reúnen los casos de solo 86 víctimas y afectan a 98 represores de los más de 800 condenados.

“Los crímenes de violencia sexual fueron silenciados incluso por las propias víctimas. La Justicia durante muchísimo tiempo no dio lugar para que pudieran hablar de esto. Pero de repente algunas empezaron a hablar de todos modos, entonces empezamos a ver la sistematicidad en el delito. Descubrimos que era el plus de la violencia ejercida sobre las mujeres dentro de los campos”, mencionó ayer la fiscal, durante el recorrido por la muestra. La visibilidad de los crímenes en tanto tales, evaluó, “repercute de manera positiva en la reflexión tanto de la Justicia como de la sociedad civil sobre cómo hacemos para reparar a las víctimas del terrorismo de Estado y como hacemos para que no vuelva a ocurrir”.

Después de un año y medio de trabajo, el equipo del Museo Sitio de Memoria ESMA llegó a la exposición que se inauguró ayer. A partir de testimonios, investigaciones y libros que se preguntaron sobre el plus de violencia que sufrieron sobre sus cuerpos y espíritus las mujeres que fueron víctimas del terrorismo de Estado, se pone de relieve la perspectiva de género en la violencia institucional y genocida desplegada en ese centro clandestino, sus efectos y las estrategias para afrontarlos y, en lo posible, repararlos.

La exposición comienza en el mismo punto de partida de la exposición fija del museo con una autocrítica. Por un lado, todas las palabras que generalizan con el masculino en el texto de apertura habitual aparecen subrayadas, marcadas con un círculo y señaladas hacia “a”, “las”, “as”. Y al lado de ese texto aparece otro, nuevo, en el que se ofrece una explicación acerca del “silencio del guión museográfico acerca de la violencia sexual sobre las mujeres”. Allí, el equipo del sitio apunta que la muestra temporaria Ser mujeres en la ESMA dialoga con esa aparte de la historia reciente de nuestro país que fue “omitida” de la lucha temprana por la memoria, la verdad y la justicia y luego, los primeros juicios de lesa humanidad.

Fuente: Página 12 - Por Ailín Bullentini

viernes, 5 de mayo de 2017

EL MANDATO DE MASCULINIDAD Y SUS CONSECUENCIAS

TÍTULO ORIGINAL: Por qué la masculinidad se transforma en violencia







La reconocida antropóloga es referente internacional en el estudio del machismo y de los violadores. Habla de los mandatos sociales que se vuelven un búmeran contra las mujeres.

Rita Segato es una antropóloga argentina que trabaja en el campo del feminismo y que ha producido material esclarecedor sobre la ideología del macho y la mentalidad de los violadores. Esto último como resultado de un extenso trabajo de investigación que realizó en la Penitenciaría de Brasilia. Hace pocos meses se jubiló como profesora en la Universidad de Brasilia y como investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones de Brasil.

Está en Córdoba invitada por el Centro de Intercambio y Servicios para el Cono Sur Argentina (Ciscsa), para participar del Seminario-Taller “Mujeres y Ciudad: (In) Justicias Territoriales”, que se desarrolla hoy y mañana en la Ciudad Universitaria.

–¿Cómo es la ideología del macho?

Aquello que hace pensar al hombre que si él no puede demostrar su virilidad, no es persona. Está tan comprometida la humanidad del sujeto masculino por su virilidad, que no se ve pudiendo ser persona digna de respeto, si no tiene el atributo de algún tipo de potencia.





–¿Cuáles son esas potencias masculinas?

No sólo la sexual, que es la menos importante, también la potencia bélica, de fuerza física, económica, intelectual, moral, política. Todo esto está siendo concentrado por un grupo muy pequeño de personas y hoy el hombre es una víctima también del mandato de masculinidad.


–¿Cómo se relaciona esto con la violencia hacia las mujeres y el aumento de femicidios?

–En el brote de violencia que tenemos (en Argentina, el mes de abril ha sido tremendo) la primera víctima son los propios hombres, pero no lo saben porque no consiguen verse o colocarse como víctima, porque sería su muerte viril. Lo que llamo mandato de masculinidad, es el mandato de tener que demostrarse hombre y no poder hacerlo por no tener los medios. El paquete de potencias que les permite mostrarse viriles ante la sociedad lleva a la desesperación a los hombres, que son victimizados por ese mandato y por la situación de falta absoluta de poder y de autoridad a que los somete la golpiza económica que están sufriendo, una golpiza de no poder ser por no poder tener.

–¿En dónde se restaura la potencia?

En la violencia contra las mujeres. Es un problema de toda la sociedad, no sólo de las mujeres. No hay espacios donde se pueda pensar cómo se podría restaurar de otra manera la autoridad, la potencia, la moralidad, la soberanía de las personas –muy fundamentalmente la de los hombres– frente a la golpiza económica. La situación es tan inestable, tan azarosa, que hay que ser alguien con gran riqueza, con grandes medios para no percibir esa precariedad de la existencia. Y la precariedad de la existencia lleva a la violencia.

–Una forma masculina de restaurar esa potencia es la violencia contra las mujeres, pero hay otras, se ve en las canchas de fútbol.

–Sí, el hecho de tirar por la borda a un hombre en un estadio, es violencia de género en el sentido de violencia viril y no pasó sólo en Argentina, en Perú hubo un caso igual. Cuando se ve esa regularidad de los síntomas, es que hay un mal instalado en la sociedad. Lo llamo violencia de género porque tiene que ver con el mandato de masculinidad, que es un mandato de violencia.

–¿Cómo es la ideología ­feminista?

–Es aprender a respetar lo que nos enseñaron a no respetar. O sea, aprender a ver en la otra mujer un sujeto moral sin que tenga que demostrar que lo es. Nosotras, cada día que salimos a la vida, a la calle, que salimos a circular bajo la mirada del otro, tenemos que hacer un esfuerzo cotidiano por demostrarnos ante el mundo como sujetos morales. Nuestra moralidad es siempre, siempre, sospechada.

–¿Cuál es la sospecha?

La sospecha es que somos sujetos inmorales. Nosotras lo hacemos de forma automática: cuando nos miramos al espejo y pensamos si nos ponemos una blusa ajustada o suelta, a eso lo hacemos de manera indolora e incolora porque no nos damos cuenta de todos los cálculos que realizamos todos los días sobre cómo nos vamos presentar bajo la mirada del otro, para que el otro nos vea como sujetos morales. En cambio, el hombre lo hace para ser visto como sujeto potente y esa es una gran diferencia.

–¿Qué es ser una mujer?

–Ser una mujer común y normal, es ser una mujer que es consciente de todo lo que la constriñe, porque esos automatismos no son conscientes. Las feministas tienen una visión política de este constreñimiento y quieren deshacerlo, quieren liberar a las más jóvenes. Muchas de las fotos de víctimas de violación y femicidio representan la feminidad y esto es percibido como un desacato por el sujeto que necesita probar su potencia.

Por eso digo, después de años de entrevistar a violadores en la Penitenciaría de Brasilia, que el violador es un moralizador: es alguien que percibe en la joven libre un desacato a su obligación de mostrar capacidad y control. Ahí está el nudo de la cosa.

Ese nudo debe ser deshecho y esto tiene que suceder en la sociedad, con el trabajo de hablar, de conversar, de entender lo que nos está pasando. No puede ser solamente trabajado en el campo jurídico y mucho menos con jueces que no tienen la menor noción.

El cerebro violador

Conclusiones de Segato luego de trabajar con violadores en Brasil.




- La violación es un acto de moralización: el violador siente y afirma que está castigando a la mujer por algún comportamiento que él entiende como un desvío, un desacato a una ley patriarcal.

- El violador no está solo, está en un proceso de diálogo con sus modelos de masculinidad, está demostrando algo a alguien que es otro hombre y al mundo a través de ese alguien. 

- El problema no es un violador como un ser anómalo. En él irrumpen determinados valores que están en toda la sociedad.


- El violador es el sujeto más vulnerable, más castrado de todos, el que se rinde a un mandato de masculinidad que le exige un gesto extremo, un gesto aniquilador de otro ser para sentirse hombre.

Espacio público opresor

Rita Segato entiende que “la calle es entrar en el espacio de la mirada del otro sobre mí, es ofrecerse a la mirada pública. Desde que somos chicas hay una incomodidad en ese espacio, el hombre se ve presionado a violar con la mirada, con piropos incómodos”.

“A las mujeres nos oprimen en el espacio público, siempre fue y es así. Lo que pasa ahora con este brote de femicidios, es que eso se ha transformado en un peligro de muerte. Es un proceso que fue creciendo gradualmente, las condiciones fueron dadas para esa escalada que transformó una incomodidad de la vida de las mujeres en peligro de muerte”, explica.

Propone que “hay que reducir el caldo de cultivo, revisar lo cotidiano, se tiene que combatir con un diálogo abierto en la sociedad, en todos los espacios, no solamente en las escuelas”.

Fuente: la voz - Por  Josefina Edelstein .-