lunes, 8 de mayo de 2017

LIBRES, NO VALIENTES

Si no puedo bailar, no me interesa tu revolución”, es la frase de Emma Goldman que se repite como un escudo para rechazar la moralina. Y es lo que reclaman las chicas –y las grandes también, pero ellas están más expuestas–, un tiempo propio que les permita experimentar, un tiempo no productivo más que para su deseo de encontrarse con su comunidad sin tener que enarbolar una valentía fuera de serie. A las chicas, jóvenes y adolescentes, se las mira todavía menos a la hora de pensar políticas públicas que protejan también su derecho a la deriva. Terminar con la violencia machista, protegerlas, exige mucho más que una respuesta represiva a su libertad de movimientos. Escuchar sus voces en lugar de condenarlas es un primer paso para empezar a elaborar respuestas que les permitan ser libres y no sólo valientes.


La ciudad puede ser la misma, pero cambia. Los cuerpos obedientes reposan en sus camas o frente a la computadora que les diagrama series. La seriedad toma el día. En cambio, las chicas desobedientes traman sus juegos en redes sociales y multiplican sus ganas, comen para empezar y comparten el delineador o la risa. Se estiran como sus medias negras a pellizcos o saltan para atrás haciendo de su cuerpo una fuerza sin gravedad. Bajan y suben, se van y se buscan, vuelven y son otras, van para ser ellas mismas. La noche no solo es un tiempo de luna, estrellado de faros que no delatan la vista deambulante. Además es un territorio despejado de desaprobaciones y ambulante por naturaleza, a contrareloj del sentido del deber y a tiempo para el deseo. 

La noche no puede ser un territorio de peligro porque -justamente- es el territorio del placer, de la investigación, del ocio y el tiempo con pares, sin productividad reclamada. Sin el derecho al placer y a la noche no hay conquista. Pero el miedo se hace carne con cada chica menos, desaparecida, asesinada o acosada en los talones de una sociedad que asusta como el lobo a Caperucitas que no están en un bosque y ya no son indefensas. No quieren ser valientes, sino libres, gritan y exigen en cada marcha del 3 de junio, 8 de marzo o asamblea en Plaza de Mayo. El miedo no se extingue solo como un soplido de furia o de fe. Pero también se detona con lazos sociales, con sororidad y exigencia de políticas públicas. Pero no solamente que saquen a las mujeres que sufren en su hogar la violencia machista, sino que no limite a las jóvenes y adultas en la calle como un adoquín frente al que nada puede hacer volver atrás. 

Pero, muy especialmente, de las jóvenes. En la violencia machista, en los modos que se ejerce, existen claras diferencias de clase y, también, diferencias etáreas. Las chicas están más desprotegidas y a ellas se les dedica menos presupuesto y políticas públicas. Paula Rey, Responsable del área de comunicación del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA) apunta: “Cuando hablamos de violencia contra las mujeres muchas veces decimos que la casa es el lugar más peligroso, porque es en el ámbito privado en el que ocurren la mayoría de los casos. Sin embargo, durante el monitoreo de medios que realizamos en el marco del proyecto “Adolescentes Mediatizadas” encontramos que esto no siempre es así para las más jóvenes. En el 31 por ciento de los casos los agresores pertenecían al círculo íntimo de la víctima (pariente, pareja, ex pareja) pero en el 56 por ciento de las veces los agresores no pertenecían a su círculo íntimo. Sin embargo, esto no puede justificar que se coarte la libertad de las adolescentes. Las demandas de las mujeres por el derecho a vivir libres de violencias no debiera  utilizarse para sostener un viraje a políticas represivas que no dan respuesta a la violencia de género”. 


Si las mujeres siempre son señaladas como culpables de lo que, en verdad, son víctimas, las jóvenes son doblemente señaladas. Se les descargan muchos más prejuicios contra sus cuerpos ya sin vida. Y no sólo contra ellas -y sus familias- sino, también, contra las otras, las muchas, las pibas que crecen y se rebelan contra el miedo. Y los femicidios buscan dejarlas quietas. Por eso, hoy y sí hoy más que nunca, la noche es un derecho. 

“En la geografía temporal de la ciudad la oposición día-noche se ha constituido, en frontera entre generaciones”, describía el sociólogo Mario Margulis en el libro “La cultura de la noche, la vida nocturna de los jóvenes en Buenos Aires”, editado por Espasa Hoy, en marzo de 1994. Eran los noventa y Eduardo Duhalde, en su carácter de Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, impulsaba una ley para restringir los bailes nocturnos. La noche en sí misma era estrellada como maldición liberadora.  “Lo esencial en la significación de la noche para el análisis de la nocturnidad, de la promesa de fiesta que requiere de horas avanzadas, es situarse en el tiempo opuesto, en el tiempo en que los padres duermen, los adultos duermen, duermen los patrones; los poderes que importan, los que controlan desde adentro, están físicamente alejados y con la conciencia menos vigilante, adormecida por el sueño”, resaltaba. Y exaltaba el corazón bendito de las calles apagadas con lucecitas titilantes como en una Navidad para entendidxs. “La noche aparece para los jóvenes como ilusión liberadora. La noche comienza cada vez más tarde. Se procura el máximo distanciamiento con el tiempo diurno, con el tiempo de todos, de los adultos, el tiempo reglamentado, la mayor separación entre el tiempo de trabajo y el tiempo de ocio. Este tiempo distanciado, conquistado a contracorriente de las costumbres y los hábitos, este tiempo especial parece propicio para la fiesta”, invita y reivindica: “La noche constituye el territorio de los jóvenes”. Y de ese territorio a las chicas no las saca nadie. 

“En la noche  el tiempo se inmaterializa,  los encuentros pueden prolongarse, las amigas se multiplican, las carcajadas son posibles, las desobediencias ni hablar.  Las chicas son sujeto de agencia, de historia y de deseo y algo de eso, de alguna forma, muchas lo saben, o lo intuyen, lo activan y profundizan”, subraya la Doctora en Antropología Silvia Elizalde e investigadora del CONICET en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (IIEGE) de la Facultad de Filosofía y Letras. Ella es la autora del libro  “Tiempo de chicas. Identidad, cultura y poder” y resalta las diferencias de género: “La noche también tuvo y tiene división sexual del trabajo y del deseo. En su transcurso las chicas performan una cartografía propia donde reclaman igualdad y respeto, pero muchas van por más: demandan autonomía y justicia erótica, libertad total de movimiento y experiencias plenas. Placer y cuidadanía”.

Ella destaca la trayectoria de la investigación sobre la noche en los noventa (con el trabajo que encabezó Margulis) y ahora. Pero marca que antes la palabra jóvenes englobaba a tuttis y ahora, en cambio, las chicas adquieren una dimensión histórica. “Entonces la noche fue pensada como ese espacio-tiempo donde las opresiones y penurias diarias de pibes y pibas marcados a fuego por la incertidumbre sobre el futuro podían suspenderse momentáneamente, donde la autoridad de padres, madres, docentes y del mundo adulto en general interrumpía parcialmente su poder y algo de la libertad sin freno emergía como potencialidad democrática. La desigualdad, claramente, no desaparecía (es más, se continuaba implacablemente en los consumos y jerarquías simbólicas), pero una poderosa dimensión imaginaria habilitaba la posibilidad de un lugar para un “nosotros” juvenil cargado de pogo, de roces, de música, de cuerpos, de eros. Hoy, casi tres décadas después de aquellos análisis, la mención a la noche, en su cruce con las juventudes, se vuelve imposible sin la referencia a las chicas. A sus prácticas, a sus potencias y a sus deseos de baile, de fiesta, de celebración, de intercambios y de libertad para sus cuerpos y corazones, para sus bocas y sus miradas, tímidas o desafiantes, pero tan genuinas en su aquí y ahora. Hoy, como antes, hay una  noche que les propone un lugar fijo y restrictivo donde quedarse, cual muñequitas de torta o nenas calientes. Pero ese lugar ya no es tan fácil de ser ocupado dócilmente y muchas despliegan estrategias de sororidad espontánea para cuidarse y acompañarse, porque afuera y adentro, y cada día más, se las mata, se las viola, se las usa como territorio de una guerra entre machos”. 


 Fuente: Página 12 - Por Luciana Perker


LAS MUJERES EN EL SISTEMA JUDICIAL

TÍTULO ORIGINAL: ¿ Que tan relegadas están las mujeres en el poder judicial?

“Techo de cristal”. Así definen distintas teorías sociológicas a la segregación laboral que le impide a la mujer llegar a los puestos más jerarquizados en un pie de igualdad con los hombres. El techo es de cristal porque se trata de una barrera transparente e invisible pero sólida, construida a partir de restricciones estructurales.






  “La mayoría de las mujeres trabaja en ambientes ocupacionales diseñados por hombres y estructurados de forma tal que, a pesar de pretender la neutralidad de género, solo perpetúan las desigualdades”, asegura la investigadora Paola Bergallo.

  


 La política debió recurrir, casi de manera forzada, a la ley de cupos (la 24.012, en 1991), que establece al menos un 30% de presencia femenina en las listas de candidatos, aunque soportó embates de quienes la consideran -casi como efecto contrario- discriminatoria, por hacer prevalecer el género por encima de la idoneidad.

   Y está bien que los cargos se cubran por capacidad, aunque como reconoce el constitucionalista Roberto Gargarella, "el Derecho depende siempre del intérprete que 'lee' el Derecho", con lo cual es necesario tener tribunales más heterogéneos e inclusivos a fin de no tener miradas sesgadas.

   La administración del Estado, aun con evoluciones, todavía no pudo sortear determinados escollos que le impiden a la mujer equiparar la posición del hombre. Después de visibilizarse el #NiUnaMenos, y en medio de gritos sociales, especialmente del colectivo feminista, para alcanzar una justicia con perspectiva de género, quienes definen las acciones de ese Poder y resuelven nada menos que las sentencias son, en su mayoría, hombres. Cuanto más cerca del vértice de la pirámide, más masiva es la presencia masculina.

   “En un sistema en el que los hombres son el molde, las prácticas de reclutamiento, exigencias de ingreso, promoción y políticas de retención, a pesar de su pretendida neutralidad, privilegian a los candidatos por sobre las candidatas”, afirma Bergallo.

   Desde la vuelta de la democracia, en 1983, la mismísima Corte Suprema de Justicia, el máximo órgano judicial de la Nación, fue exclusivamente masculina hasta 2004, cuando se aprobaron los nombramientos de Elena Highton de Nolasco (se mantiene en el cargo) y Carmen Argibay (falleció en 2014). Antes solo existía el antecedente de Margarita Argúas, quien ejerció el cargo entre 1970 y 1973.

   Desde 1853, año en que la actual Constitución nombró al primer juez, pasó más de un siglo hasta que se designó a la primera jueza: María Luisa Anastasi de Walger, en el fuero Civil.


Las Cortes de las provincias no son excepción 

   Siete de las 24 Cortes provinciales están hoy integradas únicamente por varones: Chubut, Corrientes, Formosa, La Rioja, Mendoza, San Juan y Santiago del Estero. Las mujeres representan, en esos ámbitos provinciales, apenas el 26% del total.

   Los superiores tribunales que más mujeres tienen son el de la Ciudad de Buenos Aires y el de Chaco, con 3 jueces sobre 5. En Santa Cruz, la composición fue similar hasta agosto de 2016, cuando una de sus integrantes mujeres falleció y el puesto está aún vacante. Son los únicos casos donde el número de mujeres supera al de hombres.

   Chaco implementó en 2012 un sistema de concursos, similar al que rige a nivel nacional para los jueces de instancias inferiores. Los postulantes a jueces del STJ deben pasar por un concurso público y de antecedentes ante un Consejo de la Magistratura.

   Está claro que en las máximas instancias judiciales de la mayoría de los estados argentinos prevalecen ideas patriarcales y machistas. Tiempo atrás, el juez Miguel Ángel Donnet, del Supremo Tribunal de Justicia de Chubut, declaró que “la presencia de las mujeres oxigena mucho, pero se debe preparar porque no deja de ser mujer y tiene las responsabilidades de la casa, hijos, estudio”. Y unos años antes, en Tucumán, René Goane, juez de la Suprema Corte de esa provincia, aseguraba que "desde que se intensificó el ingreso de personal femenino (a las dependencias judiciales) se trabaja menos tiempo. Quieren entrar a Tribunales para tener la tarde libre”.

¿El freno en La Plata lo pone una mujer? 

   La Suprema Corte de Justicia bonaerense es presidida, desde el 18 de abril, por la única mujer que la integró en su historia, la doctora Hilda Kogan.

   La secretaría de Género de la Asociación Judicial Bonaerense (AJB) le planteó a Kogan dos proyectos relacionados con la problemática, aunque, según dicen, la magistrada -paradójicamente- "no da el ámbito para el debate”.

   “Lo que más nos preocupa dentro del colectivo femenino de la AJB es que tenemos una presidenta mujer en la Suprema Corte y no nos da cabida a dos temas importantes, como incluir la licencia por violencia de género para las trabajadoras judiciales y, por otro lado, crear lactarios en cada departamental”, explica Verónica Spoerle, secretaria de Género de la delegación Bahía Blanca del gremio.

   ¿Es por una cuestión presupuestaria o ideológica?, se le pregunta.

   “Creemos que por los dos aspectos. En el caso del lactario, no es tan oneroso, porque sería una habitación, con 2 o 3 sillones, un cambiador y una cocina, para que tenga un ámbito no solo la madre, sino el padre que desee darle el biberón a su hijo. Queremos hacerlo extensivo a las 19 departamentos judiciales. Hoy solo funciona en San Martín, Dolores y La Plata”, afirma.

   En esa misma linea, ratifica su idea de que "nuestra justicia es totalmente machista y patriarcal. Se ve en las sentencias, se revictimiza a las víctimas".

   Dentro del Poder Judicial -explica Spoerle- no hay cupos como en la política, aunque sí se respeta en la Asociación Judicial Bonaerense. “Igualmente, en casi todos los gremios, los secretarios generales son hombres. En nuestro caso, de 19 departamentales, solo Trenque Lauquen la conduce una mujer”.

   La estadística publicada en este informe, que da cuenta de la relación entre los cargos y el género en el Poder Judicial de la provincia de Buenos Aires, forma parte de un trabajo que la AJB difundió en un reciente encuentro provincial de las secretarías de Género.

   “Está a la vista que en los cargos superiores están cubiertos por hombres y que en las categorías inferiores se encuentra la masa más importante de las mujeres”, concluye.


“Marcada distancia entre el discurso y la práctica”


   La magister Pamela Tolosa no solo es, desde hace casi 3 meses, la primera decana del departamento de Derecho de la UNS sino que, en 2001, se convirtió en la egresada número 1 de esa carrera, que se puso en marcha en la ciudad durante 1996.

   Por su condición de género y especialista en la materia, es una palabra autorizada para referirse a la posición de la mujer en el ámbito judicial.

   “Existe una marcada distancia entre el discurso sobre perspectiva de género y la práctica en la Justicia y en todos los ámbitos, lamentablemente. Y todavía ni siquiera existe el discurso en algunos ámbitos”, afirma.

   Si bien los movimientos feministas funcionan desde hace casi 2 siglos, el debate sobre la igualdad de derechos entre hombres y mujeres -según Tolosa- todavía se presenta como una “novedad o tema de moda” en algunas instituciones.

   “En el Poder Judicial resulta particularmente notorio el fenómeno del 'techo de cristal': en algunos lugares la mayoría de los cargos letrados lo ocupan abogadas, o la distribución es paritaria entre hombres y mujeres, pero no hay juezas en los cargos de mayor jerarquía (tribunales de segunda instancia y superiores tribunales de provincias). La realidad de la Corte Suprema de Justicia de la Nación es un reflejo claro de este fenómeno: solo dos mujeres integraron el máximo tribunal del país en toda su historia”, señala.

   La decana cree que uno de los aspectos que demuestra la desigualdad real de oportunidades es que son muchas más las mujeres que los hombres que se gradúan en Derecho en todo el país.

  “Los factores que fomentan la desigualdad son diversos y la mayoría están culturalmente muy arraigados. El hecho de que se considere natural asignar la responsabilidad exclusiva o principal de las tareas domésticas y del cuidado de los hijos a las mujeres, es uno de los factores relevantes. Y todavía eso ocurre. Para muchas mujeres el mayor avance en ese sentido ha sido lograr 'la ayuda' de sus parejas en esas tareas cuando salieron a trabajar fuera de sus casas. Y eso condiciona fuertemente a las mujeres en el mercado laboral y las posiciona en desventaja”, opina.

   - ¿A su juicio, qué ganaría la Justicia con una mayor penetración del cupo femenino?

   "En principio, sería garantizar la igualdad de derechos. El Poder Judicial debería tener una composición más igualitaria en los cargos jerárquicos porque se supone que lo integran hombres y mujeres de Derecho, que deberían ser luchadores por la igualdad en todos los ámbitos. Asimismo, una mayor presencia de mujeres en cargos jerárquicos incrementaría la probabilidad de garantizar políticas de género desde el Poder Judicial", dice.

   En ese sentido, marca dos antecedentes: la creación de la Oficina de la Mujer de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, promovida por Carmen Argibay, y la creación de la Oficina de Violencia Doméstica, impulsada por Elena Higthon, que cumplen roles muy importantes en casos de violencia de género.

   “Además implicaría una mayor diversidad de criterios de decisión y mayor probabilidad de aumentar la perspectiva de género en las decisiones judiciales. Si consideramos que los justiciables son hombres y mujeres, ampliar la diversidad de argumentos y la perspectiva de género parece razonable. Sin embargo, la sola presencia femenina no garantiza la inclusión de perspectiva de género. El machismo no solo es cosa de hombres”, advierte.

   Por último, destaca el rol de la universidad en la formación con perspectiva de género, como espacio de capacitación y reflexión sobre los derechos de las mujeres.

   El departamento de Derecho de la UNS, junto con los colegios de Abogados y de Magistrados y la Secretaría de Extensión, implementó el Programa Género, Igualdad y Derecho, que apunta a la formación interdisciplinaria y a la reflexión. Participan estudiantes, graduados, magistrados y docentes.



Un vértice que es claramente masculino

   Los máximos órganos de la justicia bonaerense en Bahía Blanca son las Cámaras de Apelación en lo Penal y en lo Civil y Comercial. Cada una cuenta con dos salas y en total 10 jueces (6 en lo Penal y 4 en lo Civil). Son todos hombres.

   Apenas dos mujeres llegaron a esa instancia, ambas en el fuero Civil. Se trata de las doctoras Hilda Selva Vázquez de Fortunato y Cristina Castaño, quien se jubiló hace algunos años.

   Se equilibra la balanza, aunque con prevalencia masculina, en los tribunales y juzgados de primera instancia de todos los fueros, con la presencia de 20 jueces y 17 juezas. En el área de Familia hay preeminencia femenina, aunque solo 2 cargos están con titulares.

   En los juzgados de Garantías, encargados de regular los procedimientos durante la etapa de instrucción de las causas penales -como la conversión de aprehensiones en detenciones, la orden de allanamientos o el dictado de prisiones preventivas y/o sobreseimientos-, también prevalecen las mujeres, con 3 juezas en 4 cargos.

   Los tres tribunales en lo Criminal, dispuestos a juzgar los delitos más graves, están conformados, en total, por 5 hombres y 2 mujeres y hay 2 cargos vacantes, mientras que están parejos los 4 juzgados en lo Correccional (2-2), que resuelven hechos con penas de menos de 6 años de prisión.

   En el fuero de Trabajo también hay paridad (3-3), mientras que en los 8 juzgados en lo Civil y Comercial figuran 5 hombres, 2 mujeres y el restante está vacante.

   Lo más llamativo es cómo se invierte el posicionamiento femenino cuando se baja de categorías jerárquicas y se pasa a las de secretarios y auxiliares: las mujeres son casi el doble (80-45).

   Desde el Consejo de la Magistratura de la provincia de Buenos Aires -organismo encargado de la selección de las ternas de postulantes a magistrados que son elevadas al Ejecutivo- una fuente confirmó que no existe una estadística sistematizada sobre la cantidad de concursantes según el género, aunque especuló que es "bastante parejo" el número de hombres y mujeres que rinden.

   Sin embargo, el Consejo de la Magistratura lo integran 19 personas (presidente, vice y consejeros de los tres poderes y del Colegio de Abogados), de los cuales apenas 2 son mujeres.

La misma tendencia

Una de cada cuatro en el fuero federal

   En la órbita federal de la justicia bahiense hay dos jueces de primera instancia, un hombre (Walter López Da Silva) y una mujer (Gabriela Marrón), que está de licencia.

   Sin embargo, la Cámara Federal de Apelaciones solo tiene presencia masculina. El único titular de los 5 cargos es el doctor Pablo Candisano Mera, aunque las subrogancias son cubiertas por otros magistrados varones.

   La única mujer que ocupó la Cámara Federal de Apelaciones de Bahía Blanca es Elena Cora Gómez Martínez, quien ejerció entre septiembre de 1974 y marzo de 1976.

   En todo el fuero -contando las cámaras del interior, Seguridad Social, Contencioso Administrativo Federal, Penal Económico, Electoral y Federal de Casación Penal, entre otras- son 97 mujeres y 302 hombres.

   Es decir que de cada cuatro jueces federales, solo una es mujer. Lo informó la Asociación de Mujeres Jueces de la Argentina (AMJA).

Fuente: La Nueva - Por Juan Pablo Gorbal.

viernes, 5 de mayo de 2017

GLADYS CUERVO: ES UN GOLPE TERRIBLE A LA DEMOCRACIA, A LA HUMANIDAD

Tras el fallo de la Corte Suprema, que extendió el cómputo del 2x1 a los genocidas, una de las víctimas del represor Luis Muiña recordó que tiene "cicatrices en el cuerpo pero fundamentalmente en el alma”.



SOBREVIVIENTE DEL POSADAS, GLADYS CUERVO


Pasan los días y el dolor se profundiza. El dolor y la desesperanza. El fallo de la Corte Suprema me dejó anonada”, dice Gladys Cuervo, ex enfermera del Hospital Posadas y una de las víctimas del grupo de tareas Swat, que integraba el represor Luis Muiña.

-¿Qué fue lo que más le dolió del fallo?

-No me llama la atención de (Carlos) Rozenkrantz y (Horacio) Rosatti, que son abogados corporativos, pero sí de Elena Highton de Nolasco, que siempre falló de otra manera. Borró con el codo lo que había escrito con la mano. Me llama aún más la atención por ser mujer, que no se haya sensibilizado con las madres, las abuelas, las hermanas, todos los que no tienen adónde llorar a sus seres queridos. Que no se haya sensibilizado con la tortura que me propiciaron.

-¿Cree que es una amnistía encubierta?

-Es un indulto encubierto, de eso no tengo duda. Es un golpe terrible a la democracia, a la humanidad, pero además abre la puerta para que 752 represores pidan lo mismo que Muiña. Yo no quiero encontrarme con el Tigre Astiz, con (Jorge) Radice, en un bar. Sería una cosa horrible. 

-¿Es un regreso a una etapa de impunidad?

-Para mí era un orgullo ser un país emblema de los DDHH, pero “aquí no ha pasado nada”. A pesar de que tengo 77 años, no voy a bajar los brazos, vamos a seguir luchando. Me había relajado en los últimos años porque había políticas que estaban en lo correcto, pero ahora voy a levantar la guardia: me tocó a mí recibir el primer golpe que lamentablemente no me afecta sólo a mí, sino a toda la sociedad.

La historia

El 28 de marzo de 1976, cuatro días después del golpe, el Hospital Posadas fue ocupado militarmente, con Reynaldo Bignone al mando del operativo. Gladys Cuervo se enteró por la noche de ese mismo día, cuando ya se había retirado del hospital, donde trabajaba como enfermera en el área de traumatología.

Al día siguiente, Gladys, quien tenía cierta actividad gremial, decidió que si ella iba a ser detenida, sería mejor que sucediera en el Posadas y no frente a sus hijos. Se subió al colectivo y fue a trabajar. Se encontró con una escena de película: tanques de guerra apostados en las inmediaciones, helicópteros sobrevolando el lugar, soldados trepados a los árboles. Y dos retenes en los ingresos, con listas que se modificaban hora tras hora: de allí salieron los nombres de los 50 trabajadores detenidos y torturados, de los cuales 11 permanecen desaparecidos.

- ¿Cómo fue ingresar al hospital aquel día?

-Había mucho miedo, tratábamos de avisarles a compañeros que no estaban y hubo algunos que no fueron nunca más al hospital. Los compañeros que ya habían sido detenidos, estaban sentados en el piso en el comedor de médicos, muy golpeados. Yo vi a tres. Recuerdo que en un momento vimos que los iban a trasladar en los carros de asalto, sin identificación. Subimos al primer piso para intentar ver a quiénes se llevaban. Nos dieron la orden de que nos retiráramos, pero comenzaron a disparar contra los vidrios y las paredes para asustarnos. 

Gladys siguió yendo al hospital, donde el miedo provocaba un silencio permanente, sepulcral. Un oficial de apellido Di Benedetto quedó al mando del operativo, que si bien se había reducido en número, seguía siendo estrictamente militar. 

En abril de 1976, la dictadura designó al coronel médico Julio Esteves como Director Interino del Posadas. “Esteves veía guerrilla en todos lados, estaba alucinando”, recuerda Gladys. Pidió refuerzos para la guardia arguyendo que sucedían “cosas incontrolables”. 

La realidad era bien distinta. “El hospital era un cementerio, ni nos animábamos a hablar en el ascensor, mucho menos en los pasillos. Era un temor superlativo, extremo”, describió Gladys.  

En ese contexto se puso en marcha un sistema de vigilancia paramilitar coordinado por el Subcomisario de la Policía Federal, Ricardo Nicastro. El grupo de tareas se autodenominó SWAT y profundizó la persecución y represión en el hospital.

- ¿Qué recuerda de ese momento?

- Cuando aparecen estos personajes constituyeron una guardia paramilitar, como una banda del far west. Se metían adentro de las habitaciones, amedrentaban a los profesionales y pacientes. A los pacientes de traumatología, donde yo trabajaba, les levantaban las sábanas para ver qué tenían y pensaban que los aparatos que usábamos eran artefactos de guerra. Yo discutía mucho con ellos.

- ¿Cuándo y en qué contexto la detuvieron?

- El 25 de noviembre me llaman de dirección, a las 10 de la mañana. Pensé que era un tema trivial. Me llamó la atención que no había presencia de nadie en el hall central, sólo un portero del hospital, un personaje desagradable, a quien llamábamos “puente roto” porque nadie lo quería pasar. “Vos sí podés ir a la Dirección”, me dijo. Cuando voy a golpear la puerta, me toman de atrás, me golpean, me tapan la boca, me ponen arriba de una mesa y me empiezan a golpean, a torturar. “Esto es la aceituna del vermut”, me dijeron. 

- ¿Cómo reconoció a Muiña?

- Era una banda que se paseaba por el hospital impunemente, a cara descubierta. 

- ¿Y el resto de los integrantes del SWAT?

- El más sádico, Juan Cocteleza, estuvo prófugo un largo tiempo pero fue detenido en 2006. Hizo un infarto masivo antes de llegar a juicio. Muiña y el ex brigadier Hipólito Rafael Mariani fueron los únicos juzgados. Argentino Ríos se descompuso y zafó del juicio, quedó en libertad.

Luego de que la torturaran en el mismo hospital, Gladys fue paseada en una camioneta durante 15 minutos. La bajaron encapuchada y la llevaron hasta El Chalet, el centro clandestino que funcionó dentro del propio hospital. Sin embargo, le mintieron: “Estás en Campo de Mayo”, le dijeron.

“Me acuerdo que, primero, estaba tirada sobre un piso de parquet y luego me metieron en un placard. Yo no terminaba de entender por qué estaba detenida. Había tenido un poco de participación gremial, pero las preguntas que me hacían… yo no sabía nada”. 

- ¿Ahí la torturaron?

- Me hicieron cosas que nadie normal podría imaginar. Me metieron picana, me hicieron el  submarino varias veces, me rompieron huesos, me quemaron con colillas de cigarrillos. Tengo cicatrices en el cuerpo pero fundamentalmente en el alma.

- ¿Qué le preguntaban?

- Cualquier cosa, siempre con la cara tapada. Con qué médico me acostaba, si era la mujer de Vaca Narvaja, dónde estaba Galimberti, dónde Firmenich, dónde estaba el escondite de Montoneros, si era oficial del ERP... Yo les respondía “pero me preguntan por Montoneros y ahora me dicen que soy del ERP...”. Luego me trasladaron a la Base Área de Palomar, siempre sola. De allí me liberaron, el 22 de enero de 1977, así sin más, me dijeron que en la guerra siempre caían inocentes.

Fuente: Página 12 - Por Franco Spinetta.-

INSTITUTO PRÓVOLO: MONJA FACILITADORA DE ABUSOS

La "monja abusadora": radiografía de la cómplice de los curas en el Instituto Próvolo
Se trata de la japonesa Kumiko Kosaka, quien fue acusada de ponerles los pañales a los chicos abusados para disimular los sangrados y de seleccionar a los más “sumisos” para entregárselos a los curas abusadores. Será trasladada a la cárcel de mujeres de El Borbollón.

Llegó desde Japón. Su rostro reflejaba humildad, paciencia, empatía, condescendencia. Desde su arribo a Mendoza, en 2007, parecía ser el apoyo que necesitaban los niños sordomudos estudiantes del Instituto Próvolo. Pero su imagen nunca terminó de responder a su comportamiento. Todo lo contrario: la monja Kumiko Kosaka era la representación femenina del infierno en el centro de estudios de Luján de Cuyo.

La mujer se entregó hace unos días ante la Justicia en la provincia de Buenos Aires, luego de mantenerse prófuga durante más de un mes y medio. Este jueves llegó a Mendoza capital, donde el fiscal Gustavo Stroppiana la imputará por ser partícipe de los abusos en la entidad religiosa educativa y después quedará detenida en la cárcel de mujeres El Borbollón hasta la celebración del juicio.

Kosaka acudió al Próvolo hace diez años y vivió allí hasta el 2013. No pertenecía a la propia congregación del instituto sino que formaba parte de la llamada Nuestra Señora del Huerto. Desde su arribo, era una de las encargadas de cuidar a los alumnos, fuera del horario de clases. De hecho, en ningún momento ejercía funciones docentes.






Una vez que estalló el escándalo por el que quedaron presos los sacerdotes Nicola Corradi (82 años), Horacio Corbacho (56), el celador Luis Ojeda (50), el monaguillo Jorge Bordón (55) y el jardinero Armando Gómez (46), la figura de Kosaka parecía representar un papel secundario en la terrible historia.

Sin embargo, la historia dio un vuelco a inicios de marzo, cuando se realizó la ampliación de la declaración de una de las chicas abusadas en el instituto. Fue entonces cuando se destapó la pesadilla por la que la monja nipona hacía pasar a los alumnos del colegio.

"Es paradójico, pero representaba la imagen de un verdadero demonio para el Próvolo. Según lo que contaron las víctimas, fue partícipe de los hechos más aberrantes que se registraron en el lugar", le afirmó a Infobae Carlos Lombardi, el abogado civil de varias víctimas del caso.



El famoso testimonio que disparó el infierno de la monja fue el de una joven que aseguró haber sido violada por varios sacerdotes a sus cinco años y que afirmó que la propia Kosaka era la encargada de ponerle los pañales a ella y a otros alumnos abusados para intentar así disimular los sangrados.


El caso salió a la luz de manera rápida en la provincia de Mendoza y su difusión en los medios locales despertó nuevos testimonios sobre las aberraciones.

"Cuando mi hijo vio su rostro en la televisión, comenzó a golpearse la cara. Allí le contó a su padre que le había golpeado y había hecho lo mismo con otros chicos", afirmó la madre de una de las víctimas al diario Uno.

De acuerdo con los testimonios de los damnificados, no se comprobó que la japonesa fuera partícipe directa de las vejaciones sexuales contra los alumnos, pero sí se reveló que cumplía un rol principal en todo el sistema de los abusos.

"Era tan siniestra que esta mujer era la encargada de seleccionar y 'entregar' a los alumnos más débiles a esos curas para que cometieran los abusos", describió Lombardi. Según los abogados de las víctimas, la japonesa era responsable de tantear la resistencia de los niños mediante golpes y así poder identificar a los más "sumisos".



Como si fuera poco, en las últimas semanas se sumó el testimonio de otra joven, que aseguró que Kosaka la obligaba a ella y a sus compañeros a comer hasta vomitar en su propio plato.





El comportamiento violento de la monja japonesa no sólo se reducía al trato con los estudiantes, sino también con los mismos padres: "Maltrataba a los propios papás de los chicos. La violencia psicológica también era con ellos. Les decía que sus hijos eran un desastre con los estudios y que necesitaban más disciplina. A otros, les aseguraba que sus hijos eran 'anti fe'", relató Lombardi a Infobae.

La lucha contra la propia Iglesia

La causa contra la monja japonesa recién ahora parece poder encaminarse según lo esperado por el fiscal. Hasta el momento, tanto los abogados de las víctimas como el propio Stroppiana criticaron la falta de ayuda de los representantes de la Iglesia argentina para poder dar con la mujer, mientras se encontraba prófuga.

"El arzobispado de Mendoza no hizo nada para que la pudiéramos encontrar antes. Pero la cosa va más allá, la Comisión que envió el Vaticano y el papa Francisco para investigar el caso también sabía dónde estaba escondida y no nos ayudó en nada. Ninguna monja puede salir de la provincia sin permiso de la Madre Superiora. ¿Cómo no iban a saber que ella se encontraba en la provincia de Buenos Aires?", se quejó Lombardi.

En la mañana de hoy, la defensa de Kosaka pidió la prisión domiciliaria para la japonesa. De todos modos, después de haber pasado un mes y medio prófuga y tras un pedido de captura internacional por parte de la fiscalía, se estima que la Justicia desestimará esa solicitud.

"El pedido de captura lo pedimos por el riesgo procesal que implicaba que estuviera libre. Existe un peligro de fuga y de que se entorpezca la situación", afirmó el fiscal Stroppiana por la mañana.

Fuente: Infobae - Por Joaquín Cavanna.-

EL MANDATO DE MASCULINIDAD Y SUS CONSECUENCIAS

TÍTULO ORIGINAL: Por qué la masculinidad se transforma en violencia







La reconocida antropóloga es referente internacional en el estudio del machismo y de los violadores. Habla de los mandatos sociales que se vuelven un búmeran contra las mujeres.

Rita Segato es una antropóloga argentina que trabaja en el campo del feminismo y que ha producido material esclarecedor sobre la ideología del macho y la mentalidad de los violadores. Esto último como resultado de un extenso trabajo de investigación que realizó en la Penitenciaría de Brasilia. Hace pocos meses se jubiló como profesora en la Universidad de Brasilia y como investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones de Brasil.

Está en Córdoba invitada por el Centro de Intercambio y Servicios para el Cono Sur Argentina (Ciscsa), para participar del Seminario-Taller “Mujeres y Ciudad: (In) Justicias Territoriales”, que se desarrolla hoy y mañana en la Ciudad Universitaria.

–¿Cómo es la ideología del macho?

Aquello que hace pensar al hombre que si él no puede demostrar su virilidad, no es persona. Está tan comprometida la humanidad del sujeto masculino por su virilidad, que no se ve pudiendo ser persona digna de respeto, si no tiene el atributo de algún tipo de potencia.





–¿Cuáles son esas potencias masculinas?

No sólo la sexual, que es la menos importante, también la potencia bélica, de fuerza física, económica, intelectual, moral, política. Todo esto está siendo concentrado por un grupo muy pequeño de personas y hoy el hombre es una víctima también del mandato de masculinidad.


–¿Cómo se relaciona esto con la violencia hacia las mujeres y el aumento de femicidios?

–En el brote de violencia que tenemos (en Argentina, el mes de abril ha sido tremendo) la primera víctima son los propios hombres, pero no lo saben porque no consiguen verse o colocarse como víctima, porque sería su muerte viril. Lo que llamo mandato de masculinidad, es el mandato de tener que demostrarse hombre y no poder hacerlo por no tener los medios. El paquete de potencias que les permite mostrarse viriles ante la sociedad lleva a la desesperación a los hombres, que son victimizados por ese mandato y por la situación de falta absoluta de poder y de autoridad a que los somete la golpiza económica que están sufriendo, una golpiza de no poder ser por no poder tener.

–¿En dónde se restaura la potencia?

En la violencia contra las mujeres. Es un problema de toda la sociedad, no sólo de las mujeres. No hay espacios donde se pueda pensar cómo se podría restaurar de otra manera la autoridad, la potencia, la moralidad, la soberanía de las personas –muy fundamentalmente la de los hombres– frente a la golpiza económica. La situación es tan inestable, tan azarosa, que hay que ser alguien con gran riqueza, con grandes medios para no percibir esa precariedad de la existencia. Y la precariedad de la existencia lleva a la violencia.

–Una forma masculina de restaurar esa potencia es la violencia contra las mujeres, pero hay otras, se ve en las canchas de fútbol.

–Sí, el hecho de tirar por la borda a un hombre en un estadio, es violencia de género en el sentido de violencia viril y no pasó sólo en Argentina, en Perú hubo un caso igual. Cuando se ve esa regularidad de los síntomas, es que hay un mal instalado en la sociedad. Lo llamo violencia de género porque tiene que ver con el mandato de masculinidad, que es un mandato de violencia.

–¿Cómo es la ideología ­feminista?

–Es aprender a respetar lo que nos enseñaron a no respetar. O sea, aprender a ver en la otra mujer un sujeto moral sin que tenga que demostrar que lo es. Nosotras, cada día que salimos a la vida, a la calle, que salimos a circular bajo la mirada del otro, tenemos que hacer un esfuerzo cotidiano por demostrarnos ante el mundo como sujetos morales. Nuestra moralidad es siempre, siempre, sospechada.

–¿Cuál es la sospecha?

La sospecha es que somos sujetos inmorales. Nosotras lo hacemos de forma automática: cuando nos miramos al espejo y pensamos si nos ponemos una blusa ajustada o suelta, a eso lo hacemos de manera indolora e incolora porque no nos damos cuenta de todos los cálculos que realizamos todos los días sobre cómo nos vamos presentar bajo la mirada del otro, para que el otro nos vea como sujetos morales. En cambio, el hombre lo hace para ser visto como sujeto potente y esa es una gran diferencia.

–¿Qué es ser una mujer?

–Ser una mujer común y normal, es ser una mujer que es consciente de todo lo que la constriñe, porque esos automatismos no son conscientes. Las feministas tienen una visión política de este constreñimiento y quieren deshacerlo, quieren liberar a las más jóvenes. Muchas de las fotos de víctimas de violación y femicidio representan la feminidad y esto es percibido como un desacato por el sujeto que necesita probar su potencia.

Por eso digo, después de años de entrevistar a violadores en la Penitenciaría de Brasilia, que el violador es un moralizador: es alguien que percibe en la joven libre un desacato a su obligación de mostrar capacidad y control. Ahí está el nudo de la cosa.

Ese nudo debe ser deshecho y esto tiene que suceder en la sociedad, con el trabajo de hablar, de conversar, de entender lo que nos está pasando. No puede ser solamente trabajado en el campo jurídico y mucho menos con jueces que no tienen la menor noción.

El cerebro violador

Conclusiones de Segato luego de trabajar con violadores en Brasil.




- La violación es un acto de moralización: el violador siente y afirma que está castigando a la mujer por algún comportamiento que él entiende como un desvío, un desacato a una ley patriarcal.

- El violador no está solo, está en un proceso de diálogo con sus modelos de masculinidad, está demostrando algo a alguien que es otro hombre y al mundo a través de ese alguien. 

- El problema no es un violador como un ser anómalo. En él irrumpen determinados valores que están en toda la sociedad.


- El violador es el sujeto más vulnerable, más castrado de todos, el que se rinde a un mandato de masculinidad que le exige un gesto extremo, un gesto aniquilador de otro ser para sentirse hombre.

Espacio público opresor

Rita Segato entiende que “la calle es entrar en el espacio de la mirada del otro sobre mí, es ofrecerse a la mirada pública. Desde que somos chicas hay una incomodidad en ese espacio, el hombre se ve presionado a violar con la mirada, con piropos incómodos”.

“A las mujeres nos oprimen en el espacio público, siempre fue y es así. Lo que pasa ahora con este brote de femicidios, es que eso se ha transformado en un peligro de muerte. Es un proceso que fue creciendo gradualmente, las condiciones fueron dadas para esa escalada que transformó una incomodidad de la vida de las mujeres en peligro de muerte”, explica.

Propone que “hay que reducir el caldo de cultivo, revisar lo cotidiano, se tiene que combatir con un diálogo abierto en la sociedad, en todos los espacios, no solamente en las escuelas”.

Fuente: la voz - Por  Josefina Edelstein .-

miércoles, 3 de mayo de 2017

CULTURA DE LA VIOLACIÓN: COMPLICIDAD Y SILENCIO

Título original: Cultura de la violación: complicidad y silencio en torno a la violencia sexual





“Se mantiene y ampara porque nuestros gobiernos y estados incumplen de forma sistemática sus responsabilidades en materia de prevención, protección, asistencia y reparación a las víctimas y supervivientes. Condonan la violencia sexual y arropan la impunidad de quienes agreden”.


La historia de la humanidad podría relatarse en relación constante con la historia de la violencia sexual, tal y como venimos investigando desde diferentes disciplinas en los últimos años. El matiz es importante, aunque también muy doloroso, porque nos aboca irremediablemente a escarbar en las cloacas de un patriarcado aún más tenebroso de lo que podríamos sospechar. Parece insoportable imaginarse que todas las mujeres han sufrido alguna forma de violencia sexual en su vida (acoso, abuso, agresión…). Sin embargo, así es, aunque la sociedad niegue tal evidencia.


No hay mujer que no haya sido asaltada por exhibicionistas, manoseada sin quererlo, o burdamente acorralada con repugnantes "piropos" de contenido sexual nada agradable. Otras, aunque permanezcan en silencio, fueron abusadas en la infancia, agredidas o acosadas sexualmente por conocidos o amigos y, en algunos casos, por desconocidos.

Pese a la magnitud de los datos que ofrecen los organismos internacionales de derechos humanos y las organizaciones feministas, convivimos con normalidad en todos los contextos políticos y sociales, con una de las formas de violencia machista y vulneración de derechos humanos más extremas.  Todo ello gracias a dos culpables: quienes agreden sexualmente, pero también a la cultura de la violación.

La expresión cultura de la violación, acuñada por el discurso y práctica política feminista, hace referencia a toda la estructura —lo que Galtung ha considerado en denominar como violencia estructural y cultural—, que justifica y alimenta, y que acepta y normaliza la existencia de la violencia sexual. Es una forma de violencia simbólica, como diría Bordieu, que tiene un efecto sedante, porque, al estar tan aceptada, pasa desapercibida por la inmensa mayoría. Sin embargo, es la que permite que la violencia directa se produzca (las violaciones, los acosos, los abusos, la tortura sexual…). La conforman un conjunto de creencias, pensamientos, actitudes y respuestas basadas en prejuicios y estereotipos de género relacionados con la violencia sexual.

La cultura de la violación, que se expresa mediante dogmas patriarcales, crea machos varones violentos que utilizan los cuerpos de las mujeres, las niñas y los niños, y se apropian de ellos imponiendo sus deseos a través del miedo, mientras generan un daño extremo en las víctimas y supervivientes. Se sostiene porque existe todo un sistema, el patriarcado, que considera que todos los cuerpos de las mujeres y aquellos cuerpos no normativos pertenecen a los hombres por contrato, por un contrato sexual, como diría la teórica feminista de Carol Pateman. Un contrato sagrado e intocable. Es decir, pueden ser cuerpos violados o agredidos sexualmente cuando las circunstancias lo requieran: en la guerra de forma innata, en periodos de paz, en democracia o, incluso, si un régimen político establece que es conveniente.

Es una obviedad invisible —o mejor dicho, invisibilizada intencionadamente—, por acción o por omisión, gracias a un sistema consentidor que, desde sus estructuras patriarcales, ofrece un escenario impune donde se desarrolla, y entre cuyos actores —no los únicos, pero sí los culpables directos— se encuentran los hombres que la ejercen. 

En este sentido, mucho se ha escrito falsamente sobre la naturaleza depredadora del hombre devorador sexual, cuyos instintos justifican los delitos sexuales. De igual manera que aquellos que siguen apuntalando la impunidad del violador, al considerarlo un loco incapaz de controlarse, o un chico perfectamente normal incapaz de violar. “Mi hermano no se hace violador de un día para otro”, afirmó la hermana de uno de los agresores sexuales del conocido caso de Pamplona. Como si ciertamente alguien se hiciera violador de un día para otro.

Cada víctima tiene un nombre propio, una vida, un futuro que, de repente, se ve truncado y sumido en una espiral de consecuencias graves y devastadoras a corto y largo plazo. Consecuencias que afectan a su proyecto vital, generando secuelas físicas, emocionales, psicológicas, conductuales, sexuales y sociales, y que atentan contra todos los derechos humanos básicos, cuya titularidad debería estar protegida por los estados. Nombrarlas implicaría asumir responsabilidades y dar luz a uno de los rincones más oscuros de nuestra sociedad, pero no nombrarlas nos hace cómplices de este sadismo.





La cultura de la violación transforma a las víctimas en culpables: “El juez me violó otra vez”, nos contó una mujer con la que las expertas intervinieron en un recurso especializado. Normaliza la violencia sexual como innata a los deseos sexuales, convirtiendo la violencia en erotismo: “Todas las mujeres tienen la fantasía de la violación”. Omite una educación sexual en las aulas que, por efecto desencadenante, promueve la alternativa de la pornografía mainstream patriarcal y violenta adulta como única escuela de aprendizaje: “Nos tenemos que poner todas a cuatro patas y el primero que se corra, pierde”, nos narró una chica en un instituto en relación a un juego recurrente entre grupos de adolescentes.



Es una cultura en la que las mujeres sienten la amenaza continua de la violencia sexual desde que toman conciencia, que ampara el silencio entre iguales —en la familia o en la sociedad—, que considera que las mujeres provocan la agresión sexual, o que muestra una gran tibieza en torno al consentimiento.

La cultura de la violación se mantiene y ampara porque, igualmente, nuestros gobiernos y estados incumplen de forma sistemática sus responsabilidades en materia de prevención, protección, asistencia y reparación a las víctimas y supervivientes. Condonan así la violencia sexual y arropan la impunidad de quienes agreden.

La única vía para cambiar el rumbo de la Historia pasa por tomar conciencia de cómo se construye y mantiene, desenmascarar sus estrategias —al tiempo que señalamos y denunciamos a los culpables—, investigar los delitos, educar y sensibilizar a la sociedad, atender las necesidades de las víctimas y supervivientes, y adoptar las medidas que sean necesarias para erradicarla. De lo contrario, permanecerá vigente una cultura de la violación que cuestiona e invalida los valores democráticos, de ciudadanía y de igualdad, condonando así a todos los responsables directos e indirectos de semejante atrocidad.

Fuente: La Marea.com - Por :

1 - Bárbara Tardón Recio es consultora internacional experta en violencia de género y derechos humanos. 
2 - Jesús Pérez Viejo es doctor en Trabajo Social y psicólogo experto en violencia de género y violencia política.

RECURSERO PARA DENUNCIAR ABUSO SEXUAL DE NIÑXS Y ADOLESCENTES

TÍTULO ORIGINAL. ¿ Cómo se denuncia un abuso sexual ?

Una mamá, una docente, una tía, una prima o una amiga pueden detectar que una niña o niño está siendo abusado. ¿Qué hay que hacer? En el informe  “Abuso sexual contra niños, niñas y adolescentes, una guía para tomar acciones y proteger sus derechos”, Unicef recomienda: “Es crucial realizar una escucha adecuada: permanecer calmado, escuchar cuidadosamente y nunca culpar ni juzgar al niño. La información inicial revelada por la víctima ayudará a determinar la dirección a seguir. En todos los casos se deben tomar recaudos para proteger al niño o la niña. Esa protección implica, entre otras medidas, procurar que reciba contención y atención inmediatas y dar intervención a la Justicia. Los niños, niñas y adolescentes no deben ser interrogados bajo ninguna circunstancia. Sólo se debe procurar la información mínima sobre el hecho que permita determinar qué paso, cuándo, dónde y quién lo hizo. Es importante asegurarle que no es su culpa y reforzar en él la idea de que fue muy valiente al atreverse a develar lo sucedido, ya que representa el inicio de su recuperación. Después de agradecerle por haberlo contado, garantizarle que se le proporcionará asistencia y protección. Inmediatamente y buscar ayuda.” 

La Guía fue escrita por Virginia Berlinerblau y editada por Unicef, en noviembre del 2016 y subraya: 

“Cuando sugerimos adoptar una actitud de escucha adecuada nos referimos a dejar que el chico se exprese espontáneamente sin interrumpirlo ni callarlo. Nunca se debe obligar al niño a hablar en el ámbito familiar frente al adulto sospechado y, mucho menos, enfrentarlo con él”. A las y los más chicos también se les debe prestar atención: “A partir de los 3 años, los relatos de los niños y las niñas podrían parecernos sin sentido debido al empleo de oraciones cortas e incompletas. Sin embargo, la experiencia de abuso sexual está siendo puesta en palabras de una manera concreta”. 

Dónde buscar información y asesoramiento para denunciar abusos sexuales

- Línea 102: Atención a Niños, Niñas y Adolescentes.

- Línea 0800-222-1717: Programa Las Víctimas contra las Violencias del Ministerio de Justicia de la Nación.

- Línea 137: Programa Las Víctimas contra las Violencias Brigada de atención (Ciudad Autónoma de Buenos Aires).

- Línea 144: Consejo Nacional de las Mujeres.

Fuente: Página 12