viernes, 30 de noviembre de 2018

IMPOSIBLE VIOLAR A UNA MUJER TAN VICIOSA

Las sentencias judiciales se analizan por lo que dicen pero también por lo que omiten. Ileana Arduino y Leticia Lorenzo leyeron el fallo del femicidio de Lucía Pérez y explican por qué está más cargado de prejuicios que de fundamentos. Las preguntas enfocadas en la víctima (“autónoma, libre e independiente”, una chica superpoderosa), el uso anticuado de la idea de consentimiento y la ratificación del mito de que el abuso sexual no tiene que ver con personas conocidas. Un análisis a fondo de la sentencia del caso Lucía Pérez.



- La subordinación de la mujer es una cuestión histórica- dijo a los jueces Laurana Malcalza, coordinadora del Observatorio de Violencia de Género de la Defensoría de la Provincia de Buenos Aires, durante una de las audiencias.



- ¿A qué se refiere con que es histórica? ¿De dónde saca eso? ¿Es una teoría suya? -respondió Pablo Viñas, presidente del Tribunal Oral en lo Criminal 1 de Mar del Plata.

- Acá hay una defensora que es mujer, una secretaria de juzgado que es mujer. Acá hay mujeres que lograron acceder a lugares de poder. Está usted, que tiene un montón de títulos. Tuvimos una mujer presidente, tenemos una Gobernadora. Esa brecha hoy no existe- agregó Aldo Carnevale, otro de los jueces.

La argumentación del fallo del tribunal que juzgó cómo murió Lucía Pérez se inscribe en una rutina interpretativa, un guión atávico que avala las ficciones más recurrentes del orden jurídico y político en las relaciones sexo–afectivas: los varones proponen, las mujeres disponen dice el refrán.

Un denominador común de estos casos es que parece no ser tan relevante lo que efectivamente hizo la persona acusada (que se supone que es la razón por la que llegamos a juicio: porque alguna persona es acusada de haber hecho algo) y lo relevante pasa a ser lo que hizo o dejó de hacer a lo largo de toda su vida (sexual) la víctima.

En los casos de abuso, el acusador tendrá una doble obligación: probar que una persona lo cometió y probar que tiene una víctima sumisa y adecuada. Porque aunque la ley no exige dar con el piné de una buena víctima, lxs jueces habitualmente sí. Donde aparezca algún atisbo de autonomía, ejercicio de libertad, etc., estamos perdidas. Eso se valorará en sentido de “no se puede pensar que podría forzarse a una persona así a hacer algo que no quisiera”. Si queremos ejemplificar con el caso en concreto basta con ver las preguntas de las que parte el voto inicial para valorar si pudo o no haber consentimiento.


-¿Estaba Lucía en una situación de vulnerabilidad?

-¿Se encontraba Lucía en una situación de dependencia a los estupefacientes de tal magnitud que le imposibilitaba dirigir su voluntad hasta el extremo de mantener relaciones sexuales a cambio de ellos?

-¿Era Lucía una adolescente que podía ser fácilmente sometida a mantener relaciones sexuales sin su consentimiento?

-¿Existió una relación de subordinación entre Lucía y Farías que le hicieran mantener relaciones sexuales no consentidas?

-¿Las conductas previas y posteriores de Farías se corresponden a las de una persona cuya intención es abusar sexualmente de una menor y proporcionarle drogas hasta su muerte?

 Recién en las últimas dos preguntas se refiere a uno de los acusados (el otro ya desapareció del mapa) y obviamente lo que se dice de él se interpreta desde lo que ya se valoró sobre ella. Vemos un esquema de análisis puntilloso sobre la vida de ella, respecto del que es increíble tener que seguir argumentando que es inválido y  carente de razonabilidad por prejuiciado. Y luego la contracara: la ponderación de que él haya comprado facturas y una chocolatada como un indicio que corrobora que no responde a lo que habitualmente se presenta en un abusador. También ahí se sella el esquema prejuicioso de análisis y fundamentación.


Es evidente que esa concepción del perpetrador del abuso, que ni siquiera define pero deja entrever cuando apunta que no se corresponde con lo “habitual”, también es estereotipada, indisimulablemente lombrosiana. En una lectura de buena fe, que se haga cargo de todo el sesgo sexista que exuda ese voto, esa ponderación que estipula un “tipo” de abusador es en sí misma descalificable por las mismas razones.


Es un estereotipo consistente con el mito extendido de que el abuso sexual no tiene nada que ver con las personas cercanas entre sí, que es un asunto de sátiros agazapados en el callejón de la vuelta, entre desconocidos. La experiencia, la investigación y la teoría con perspectiva desterraron hace rato el mito del sujeto protagónico de la experiencia de la violación, invitando a comprender que la confianza previa, sobre todo cuando no todes les involucrades son adultes, es condición de posibilidad de los abusos y no garantía infalible de exclusión.

Es bastante evidente que la estructura de la decisión no es neutral. El pretendido uso “objetivo” y/o “técnico” de la dogmática, oculta concepciones que de todas maneras saltan a la vista.


La sentencia comienza con una estructura de preguntas centradas en la conducta de la víctima y se la construye “autónoma, libre e independiente”: una chica superpoderosa.  ¿Y el acusado? se lo construye con apoyo especular en la autonomía que le adjudican a ella por su vida privada, como prescindente en el juzgamiento ni más ni menos que de hechos que se le imputaban a él, como un pasivo proponente que gozó de un consentimiento gestado por ella durante toda su vida, porque en lo referente a ese día, no abundan pruebas para afirmar que lo hubo como categóricamente se afirma al decir no pudo no haber consentido.

En el campo del derecho ocurre algo similar a lo que ocurre en la política: eso es feminismo, no es análisis jurídico; eso es opinión, no es teoría; eso es pura emocionalidad, esto es conocimiento racional. 

Desbaratada esa operación disfrazada de argumento, a menos que alguien insista en que en pleno siglo XXI vale la pena insistir con la argamasa argumental que se construyó al  calor de considerar los delitos sexuales como delitos contra la honestidad y no contra la libertad de las personas, no queda más que aceptar que en el mejor de los casos esa intencional indiferencia tiene implicancias jurídicas específicas.   

 Estamos ante la reivindicación de prejuicios, una forma de intervención  excluyente en un contexto donde el reconocimiento de las identidades de género no se limita a respetar documentalmente y en el trato el género de las personas. También implica considerar en toda circunstancia y tiempo, procesos penales incluidos, que una mirada que prescinde de esa diversidad contrariamente a lo ancestralmente aprehendido, no es neutra: es parcial y es machista. 

En definitiva, si la escena judicial es la de la contienda, si el objetivo de un juicio es comprender, quién, cómo cuándo, dónde y porqué, pero se renuncia a otras formas de conocimiento, se reivindica como perspectiva epistemológica privilegiada, para usar de ejemplo el fallo reciente, la de varones husmeando y haciendo suposiciones sobre las conversaciones privadas de una joven de 16 años que, como murió, no las puede contradecir. El sexismo es una decisión institucional.

En ese punto, no deberían pasar tan cómodamente como argumentos “opinables”, cuestiones “culturales”: porque en el mismo dispositivo jurídico que dicen honrar, existen obligaciones específicas que esa sentencia, así fundamentada, omite escandalosamente.

 No es que somos “quisquillosas” o “susceptibles” con las palabras. Sencillamente es que están violando la ley y las convenciones internacionales de derechos humanos que establecen especiales garantías en razón de género, enjuiciar a las víctimas bajo la excusa de reivindicarlas insumisas y convalidando con su historia sexual un hecho posterior, es uno de los prejuicios más habituales, tanto así que en los lugares donde se custodia no introducir información de mala calidad para decidir, esta prohibido usar ese tipo de argumentos parra discutir consentimiento sexual.  No porque sea un privilegio, sino porque esos mismos instrumentos parten de reconocer la experiencia de la subordinación sexista entre otras.

Se trata de discutir en cada caso concreto cómo funcionan las opresiones. Lo que ocurre es que cuando se pretende que se lo hace, se renuncia a herramientas teóricas y conceptuales que harían de la perspectiva una revolución y no una cita elegante y vacía en los textos.  
¿O alguien puede afirmar que reivindicar a Lucía como un sujeto consintiente encuentra sustento racional en el hecho que se invoquen sus conversaciones privadas, que databan de seis meses antes a que el hecho ocurriera?. Curiosa aseveración del consentimiento, bien distinto a decir que no se puede probar que no lo hubo. Irrefutable por cierto, porque además de referirse a circunstancias que debieron ser ajenas al juicio público, la víctima está muerta. Luego el reduccionismo de limitar vulnerabilidad de una adolescente frente a dos adultos, indicando que materialmente no estaba en problemas porque no vivía en situación de calle, es cuanto menos, una visión un poco estrecha de lo que vulnerabilidad en las subjetividades adolescentes puede ser.  

Ese es el debate que creemos hay que dar en el campo jurídico. La exigencia de juzgar perspectiva de género no es obstinación por la condena a toda costa, es compromiso con decisiones justas. No es un debate de las feministas: es un cuestión crucial para el derecho, así sea normas, discursos, doctrina o jurisprudencia. Para que la intervención del poder judicial provea algún sentido, en lugar de provocar estallidos porque se dicen cosas que ya no son homogéneamente audibles para unas sociedades en un momento determinado. 

La línea argumental que propone no ponernos susceptibles con el fallo y asumir que las opiniones sobre la vida de Lucía la muestran como libre y determinada, con la piba ya cadáver, para ser explícitas, nos resultan incomprensibles. Ser reconocida como libre en una sentencia penal no honra mucho la lucha feminista y, la verdad, no se trata de opinar “bien” o “mal” de la vida sexual de la víctima, sino de no opinar, así de sencillo (tan sencillo que la misma sentencia se lo recuerda a la acusación al recordarle que el historial web de uno de los acusados “debe quedar comprendido en el principio de reserva del Art. 19 de nuestra Carta Magna,  ya que se tratan de situaciones de carácter íntimo que no constituyen prueba de cargo y que deben quedar exenta de la autoridad Judicial”). El juicio es sobre lo que pasó un día, y lo que hicieron o no otros, no sobre todo el año 2016. Para meterse en su vida el contexto lleva hasta el mes de abril y para valorar los hechos no pasa de la mañana en que el acusado compró chocolatada. Todos problemas que ese fallo tiene por haberse metido donde no debía.

No podemos pasar por alto la barbaridad que significa dar vuelta la vida de alguien para asumirla consintiendo un hecho, valiéndose de sus consentimientos pasados. En este punto el argumento es no tan veladamente violento: ofrece una lectura de la libertad sexual para excluir la responsabilidad del otro. Subliminalmente nos dividen en honestas o deshonestas; por más que ahora nos llamen “determinadas”.

Es una ostentación de ignorancia limitar el juicio sobre el consentimiento a las categorizaciones que ya las revisiones teóricas de la ciencia política han puesto en discusión largamente, por lo menos desde “El contrato sexual” de Pateman en adelante. Y quien quiera sugerir que la lectura no es pertinente, ignora que el discurso jurídico en su conjunto está asentado en las ficciones de libertad y responsabilidad que se nos adjudican como atributos universales en los relatos de la teoría política.

Solo el derecho puede inventarse una noción propia de consentimiento que, además, en lo medular, fue traficada de la escena del contrato matrimonial o el derecho privado, a la compleja trama de las vinculaciones sexualizadas. La reivindicación de un concepto “jurídico” de consentimiento es la opción preferente por la naturalización, deshistorización e invisibilización de las dimensiones socioculturales en juego, para decirlo con Yoliliztli Pérez Hernández en su didáctico texto sobre la necesidad de considerar el género, también cuando hablamos de consentimiento. Y da en el clavo: “No se trata solamente de consentir o no, sino fundamentalmente de la posibilidad de hacerlo (…) La pretensión jurídica formal y universal del derecho a la libertad sexual choca con las estructuras de género”.

El segundo eje argumental de peso es que la investigación fue un mamarracho, como cientos de investigaciones de las que se juzgan a diario, machacando una y otra vez sobre la sobreimpresión de horrores que significa haber dicho prematuramente que Lucía había sido empalada, su cuerpo lavado y demás elucubraciones. Una barbaridad con todos los involucrados. Pero esa grosería o exageración tiene resortes para ser resueltos, y es un deber del control de los jueces sobre las investigaciones comprometerse con que el control de calidad sea oportuno. Nadie va a dar explicaciones respecto de por qué dos años después, en el juicio oral, todo se limite a apuntarle a la fiscal, sobre quien debieron funcionar muchos otros mecanismos institucionales. Y antes.


Existe una etapa preliminar en los procesos judiciales en la que los jueces DECIDEN si un caso pasa a juicio, CÓMO pasa a juicio y CON QUÉ PRUEBA pasa a juicio. Si era tan evidente que esto era un mamarracho, la responsabilidad de los jueces era frenarlo. Si era tan evidente que los peritos eran impresentables, la obligación de los jueces era no admitirlos. Lo mismo ocurre con las conversaciones de Lucía privadas no referidas al hecho y referidas a su vida sexual pasada.

Si los jueces hubieran controlado con eficacia y perspectiva de género no podrían haber admitido esa información que no está sujeta al juego de la litigación y al espadeo de versiones, sino alcanzada por las prohibiciones de decidir con estereotipos que figuran en CEDAW y en las observaciones Generales del Comité Onu que interpreta esa convención. También en las leyes de violencias contra las mujeres y en todos los instrumentos de derechos humanos que exigen que todos los poderes del Estado tienen obligación de no sucumbir ante sesgos de raza, nacionalidad, género, edad, entre otros .

Aquí, sin embargo, no tuvieron empacho en hacer preguntas cuestionadoras a quien fue a declarar como testigo experta por la querella acerca de lo que la violencia de género es, pero dejaron pasar sin tensiones una cantidad de información inadmisible que contaminó de prejuicios la decisión.

Aún situándonos en el escenario de que todo haya sido un mamarracho, que la investigación haya sido horrible y no haya existido una sola prueba en contra de los acusados, han sido jueces quienes admitieron que llegara un caso así a un momento tan sensible como es un juicio. Y aparece al menos un poco sobreactuada la posición que asumen, de tarea titánica y heroica de decir “la” verdad, apoyándose en responsabilizar a la víctima y a la fiscal. Para olvidarse en la sentencia de un aspecto central: que están decidiendo para quienes están vivos y son parte en el conflicto. Los imputados, claro está, pero también la familia de la víctima.

Las formas importan. Un juicio no es una obligación de resultado: puede terminar con una absolución o puede terminar con una condena. Es difícil pero es así, lo justo o no justo se limita al camino recorrido, al proceso, a las oportunidades de ofrecer argumentos, a la calidad de la información que se produce y se deja entrar.

Es probable, incluso, que en algunos casos la solución no sea materialmente justa, porque la prueba se pierde, los acusados mueren o pierden la razón o no se logra convencer a quienes damos el poder de decidir. Alguien siempre va a vivir como total o parcialmente injusto el resultado de procesos que existen porque hay versiones en contradicción.

Pero cuando la decisión se salda centralmente a fuerza de prejuicios, cuando los jueces se atajan con expresiones del tipo “sin ánimo de juzgar la vida privada de la víctima” para acto seguido afirmar que le gustaba coger -si, además la sentencia confunde sencillez con vulgaridad- con personas de 26, 27, 28 y hasta 30 años, y por lo tanto dar por sentado que consintió una relación con una persona de 23 años (la versión sexista de la máxima “quien puede lo más, puede lo menos”), hacen a la decisión en sí misma violenta; se deja de hablar de los hechos para hablar de la víctima.  

Una sentencia de jueces técnicos basada en prejuicios, sea de condena o absolución, es arbitraria. Una exigencia elemental para la justicia en manos de jueces abogados es que deben dar razones legítimas y los prejuicios sexistas no lo son. Nos hablan de la opinión de los jueces sobre Lucía, pero no del hecho.

No reivindicaríamos inventar responsabilidades, pero lo cierto es que los fundamentos dados no avalan nada en ese sentido, ni se puede defender esa sentencia por los errores de otros o por lo que se sabe pero “no se dijo bien”. El problema aquí son las cosas dichas ante todo, que hablan centralmente de otra cosa, construyen libertades arbitrariamente para decidir arbitrariamente. Hagan la prueba: tachen los renglones dedicados a hablar de Lucía, los adjetivos sobre los fiscales – que no resuelven las obvias carencias de control que hubo durante todo el caso-  y vean cuánto queda de fundamento.

Las decisiones en algunos casos que involucran distintos niveles de violencia sexual y/o basada en el género de las personas, provocan estupor y tensión.  Según el tiempo social en que son dichas, como ahora y aquí en Argentina, pero hace meses en España con el juicio de “la manada” o recientemente en Irlanda donde se utilizó una bombacha como prueba de que el consentimiento había sido dado, desconciertan. Sentencias que se reciben como sopapos ante el nivel de reflexividad, revisión e incesante discusión respecto de las asimetrías de género y las violencias que la expresan.  

En otros momentos, o ahora mismo para otros casos, pasan completamente desapercibidas. Ya sea porque se transitan momentos en que las violencias sexistas de cada día están naturalizadas y no se está debatiendo el orden de género como en estos tiempos.

O, quizás de manera más dolorosamente frecuente, aún en plena efervescencia feminista hay víctimas que no encuentran ecos ni sus causas se vuelven amplificadores sociales que les provean atención sensible. Sobre esto último, siempre es bueno retomar la pregunta butleriana acerca de cómo se constituye la diferencia entre las vidas que importan y las que no, en el sentido de cuáles generan indignación, nos movilizan y se subliman en articulaciones colectivas y cuáles se pierden en la marea de violencias sin registro alguno.

En todo caso, no deja de ser un signo de la densidad vital de la movilización colectiva que una decisión judicial, que se supone cataliza y devuelve “decididos” los conflictos que atraviesan una comunidad, genere movilización, debate y (ojalá!) desate luchas.

Al fin y la cabo, las sentencias son actos de enorme poder, sustraídas de la mirada social, resguardadas bajo las llaves del oscurantismo gramático y el esquive de los conflictos reducidos a “causas”. Cuando son externamente interpeladas, suelen repeler las preguntas y las impugnaciones a fuerza de superioridad moral de (algunos) saberes jurídicos y el desprecio cuando no la indiferencia ignorante de otros a los que ni siquiera reconocen como tales, básicamente porque nos los conocen.   

Les invitamos a que detengan ahora la lectura de este texto y se den una vuelta por las curriculas de las facultades de derecho, la organización de los tribunales, los tratados de derecho penal, los debates de los congresos donde se discuten cosas importantes, los modos en que se usa el genérico masculino en las resoluciones judiciales. Van a ver qué lugar ocupan los saberes feministas, las formaciones en género.  

Por fuera de algunos corralitos con forma de áreas específicas que nos lleva años defender, de las materias especiales, de la “buena onda” de algunos cool hunter del debate que meten un poquito de género o hablan de “gafas violetas” como si en lugar de cuestiones de poderes solo fuera un detalle de la luz con la que miramos, está la nada. Estructuralmente no saben nada, ignoran. Si a eso le sumamos desinterés, las cosas empiezan a transitar por el lado de las complicidades.

De hecho los debates informales que han surgido sobre esa sentencia, están atravesados por un notable cisma conceptual que impide escucha. Claro que muches de les que criticamos ese fallo no ignoramos las operaciones ideológicas del discurso jurídico en el que está apoyado. Es precisamente porque reconocemos ese horror argumentativo que reaccionamos.

En cambio, quienes lo defienden ignoran bastante la historia de debates que el feminismo viene planteando en relación con categorías tales como la violencia, la sexualidad, el consentimiento, junto con los estragos que produce ignorar las asimetrías de género cuando los análisis reducen todo a la lógica del contrato en abstracto, ahistórico y patriarcado al margen.

No hablamos aquí de un debate novedoso, del último momento del cual las editoriales jurídicas o las casas de estudio no han podido aún hacer un up date a la altura del vértigo del debate. Solo por considerar las versiones más liberales por cuyas aguas navegan los juristas locales en otros asuntos, es importante destacar que al menos desde la década del ‘70 -segunda ola feminista mediante- la conciencia respecto de las violencias en aquel momento giraba bastante en torno a la cuestión de cómo los sistemas de justicia penal procesaban el abuso sexual.

De 1981 es el Manifiesto contra la Violación de Catharine MacKinnon, más aquí en el tiempo asesora del órgano persecutor de la Corte Penal Internacional para temas de género. Ese manifiesto fue pronunciado en un campus universitario -Stanford-  tras las habituales violaciones que los pueblan desde que existen. Ya por entonces planteaba cuestiones obvias aunque no saldadas. Como suelen ser indiferentes con estos debates, ignoran que llevan casi medio siglo y así resulta fácil, desde la ignorancia, acusar impaciencia en los demás.  Si bucearan en las arenas del feminismo lesbiano y afro encontrarían reflexiones muchos más profundas al respecto.

Y no es cierto que la cerrazón del discurso jurídico sea absoluta. Sólo que, como los errores de gobierno de derecha que “espontáneamente” siempre perjudican a los sectores populares, esas filtraciones son precisamente para contener los avances que conseguimos frente a las violencias sexuales.

Es así que el sello suele mantenerse firme y a distancia de las interpelaciones teóricas feministas cuando se trata de comprender más cabalmente la victimización en razón de género, repelidas bajo subestimaciones tales como colocarnos a todas el mote de “punitivistas”, mientras otras lecturas son convalidadas sin que nadie se sienta ultrajado en sus dominios técnicos.

Así ocurre por ejemplo, cuando esa sacralidad del saber jurídico es suspendida y jueces, fiscales y defensores echan mano de informes como los del Síndrome de Alienación Parental, que no existe científicamente pero aún circula en auxilio de varones denunciados por abuso sexual infantil por innumerables despachos judiciales. ¿Será que hay perspectivas y perspectivas? O que mamarrachos como el SAP se ensamblan perfectamente con los estereotipos de la madre mala, la loca vengativa, la especuladora mentirosa, mientras que la interpelación feminista al modo macho de pensar el consentimiento pone en crisis los estereotipos sexistas que el sistema de justicia ha ayudado a perpetuar?
La decisión, la práctica o la maña de ignorar un campo enorme de saberes que permitiría generar mejores conectores entre los sistemas de justicia y las realidades sobre las que deben decidir es dañina cuando es ejercida por les jueces.

Por más engolado que sea el esquive permanente a considerar siquiera alguna de las objeciones que la teoría feminista viene haciendo en el campo jurídico judicial, ese ninguneo judicial se lee socialmente y, por fortuna, produce reacciones. Es que, como canta Susy Shock con Sudor Marika, “ya no nos fumamos más tu violencia interpretativa”.



Fuente: Anfibia - Fotos: Gentileza Diario La Capital de Mar del Plata
*El título replica el título de uno de los capítulos de “Teoría King Kong”, de Virginie Despentes.


EL ACOSO COMIENZA EN LA INFANCIA

Título original: Un estudio de la UVigo constata que la violencia sexual empieza en la infancia.

-La autora del informe, María Lameiras, alerta de la impunidad de los agresores y de la cronificación de esta lacra -Concluye que las víctimas desarrollan sentimientos de miedo, culpa y vergüenza "porque son educadas para ello"


Cerca de 2.924 tuits y unos 326 comentarios en Facebook centraron el balance de participación en la campaña #PrimAcoso iniciada en noviembre de 2016 por el Concello de Pontevedra para denunciar a través de las redes sociales las experiencias vividas por mujeres desde la infancia. El hashtag hacía referencia a las palabras "primeiro acoso" o "primer acoso".

Los datos fueron analizados por el grupo de investigación Salud, Sexualidad y Género de la Univesidade de Vigo dirigido por María Lameiras, junto a Yolanda Rodríguez y María Victoria Carreira y que presentó junto a la concejala de Igualdade Carmen Fouces y la directora del CIM, Rosa Campos.

Entre las conclusiones destaca que el 76% de los casos relatados en esta campaña corresponden a la infancia, y su gran mayoría, un 65%, refieren abusos y agresiones sexuales. El 90% de los casos sitúan antes de los 16 años su primer recuerdo de acoso.

"La violencia contra las mujeres es un fenómeno generalizado y va a tener impacto en su vida. Se trata de una violencia interiorizada en la sociedad y por las propias niñas y mujeres que en muchos casos frente a la agresión sienten culpa y vergüenza", esta es una de las conclusiones del estudio, según indicó María Lameiras.

Añadió que estos sentimientos surgen porque las mujeres son educadas para pensar que ellas tienen "algún tipo de responsabilidad si son víctimas de alguna situación vinculada con el acoso".

Destacó el papel "sanador y terapéutico" que tiene para una víctima el poder compartir y "liberarse" de una experiencia de estas características, de ahí el respaldo a una campaña que alcanzó 1,5 millones de cuentas y tuvo más de 4 millones de impactos en las redes sociales.

Familiares o personas cercanas a las menores son los responsables de estos acosos. Entre los ejemplos de relatos compartidos a través de twitter destacan los que se refieren a profesores que aprovecharon su situación de poder para realizar tocamientos a alumnas, o los de adultos anónimos que utilizaron la indefensión de las menores para ejercer una actitud de violencia sexista.

Estudio a nivel europeo

Para la coordinadora del estudio, María Lameiras, los datos reflejan una concordancia con las conclusiones recientes de un estudio de la Comunidad Económica Europea, que sitúa los casos de acoso en una de cada dos mujeres, lo que supone el 50% de la población femenina.

"El acoso es una forma de frenar el avance de las mujeres; unha forma de deixarnos claro que estamos nun lugar que non nos corresponde", apunta María Lameiras. Por ello, hizo un llamamiento social a que no se consienta la impunidad de los agresores y a impedir la cronificación de la violencia de género.

María Lameiras divide el estudio #PrimAcoso en tres grandes categorías: las violencias múltiples que sufren a las niñas (abusos y agresioes sexuales, bullying y violencia en las relaciones de pareja adolescentes); las violencias múltiples que sufren las mujeres y la acogida de los micro-relatos compartidos en las redes (por parte mujeres y hombres).

El 76% de los casos denunciados a través de twitter son violencias múltiples contra menores.

Las situaciones de abusos y agresión sexuales a menores aglutina el 65 % de los casos, el bullying de tipo sexual el 10 % de las situaciones denunciadas y el 1 % corresponde con la violencia en las relaciones de pareja de adolescentes.

Fuente: Faro de Vigo

SOMOS MALTRATADAS,SECUESTRADAS Y HASTA VENDIDAS POR NUESTROS COMPAÑEROS DE VIAJE




Con solo 28 años, Danielle Nicole Mboume lleva millones de vidas vividas y millones de oportunidades de perderlas todas por su orientación sexual. Es lesbiana y, en Camerún, amar a una persona del mismo sexo es un delito, razón por la cual, decidió escapar.

Desde entonces, ha pasado más de una década en la que le han sucedido muchas cosas: ha sobrevivido a una peligrosa ruta de migración que concluyó al llegar a las cosas europeas  en patera; por el camino se cruzó y enamoró de la persona con quien más tarde se casaría, convirtiéndose en la primera pareja de mujeres africanas en contraer matrimonio de España; puso en marcha una asociación para ayudar a personas con experiencias similares y acaba de presentar su novela autobiográfica La única esperanza.

¿Qué ha supuesto para ti ser lesbiana en tu país?

En Camerún, ser lesbiana es sinónimo de adorar al diablo, ser satánica o estar poseída. También se considera una enfermedad o algo así como una maldición traída por los occidentales...

Un día decidiste dejar Camerún y venir a Europa, ¿te pudiste despedir de tu familia o saliste con lo puesto?

Yo no decidí nada, tuve que irme corriendo debido a las amenazas que recibí y a las agresiones físicas de las que fui víctima. No me dio tiempo a despedirme de mi madre y era menor, solo tenía 16 años. Si me escapé fue para salvar mi vida. Salí de mi hogar familiar hace 12 años, Justo el tiempo que llevo sin verla cara a mi madre, tocarla o disfrutar de ella, como todas las niñas hacen con sus madres.

¿Cuál fue el catalizador que provocó que te fueras?

Nada en concreto y todo. Ser mujer y que me gusten las mujeres. La homosexualidad en África, en general, está reprimida en muchos sitios. Lo sé porque he vivido en varios países del continente. Las mujeres somos las más perseguidas porque la cultura es patriarcal. Nuestra obligación es casarnos y tener muchas niñas y niños para ser bien vistas por la sociedad. Aquellas que no son madres, a partir de cierta edad, no son consideradas mujeres y empiezan a resultar sospechosas.

¿Cuánto tiempo tardaste en llegar a Europa y qué sucedió en ese trayecto?

Invertí más de 2 años en mi trayectoria migratoria y tuve terribles experiencias que cuento en mi libro. Para ser sincera, debo decir que este camino no está destinado a las mujeres. Lo cierto es que los hombres también sufren, pero en nuestro caso es peor porque somos maltratadas, secuestradas y hasta vendidas por nuestros propios compañeros de viaje, por varones que, como nosotras, son migrantes y, por si eso no fuera suficiente, también por los nativos de cada nación que atravesamos.

Pero por el camino conociste a la que hoy es tu mujer...

Sí, ella  es de Congo. Cuando abandoné mi tierra, busqué refugio en el país vecino y es allí donde nos conocimos y nos enamoramos, cosa que provocó que volviéramos a tener problemas por nuestra orientación sexual. Finalmente, optamos por irnos juntas a buscar algún espacio en el que estar a salvo.

Mi mujer y yo hemos vivido auténticas pesadillas, pero aquí estamos, vivas. Somos supervivientes.

DURANTE LA TRAYECTORIA MIGRATORIA NO ES POSIBLE RECONOCER, ABIERTAMENTE, QUE ERES LESBIANA

¿Cómo es la ruta de la migración para una pareja de mujeres?

Durante la trayectoria migratoria no es posible reconocer, abiertamente, que eres lesbiana. Si sufrimos por el simple hecho de ser mujer, imagina lo que nos hubiera sucedido de haber dicho que somos lesbianas... Probablemente, nos hubiéramos convertido en un plato de comida muy rica, rentable y que proporciona muchos beneficios para algunos hombres.

¿Tu destino final era España?

No lo escogí, lo que sucedió fue que aquí decidieron protegerme con el estatuto de refugiada. En la actualidad, continúo siéndolo pero pronto conseguiré la nacionalidad.

Y una vez llegaste aquí, ¿cómo te desenvolviste?

No fue fácil establecerme en España, pero luché y me sacrifiqué muchísimo. Creo que mi experiencia y mi testimonio, que está contenido en el libro, pueden ser útiles para muchas mujeres que me ven como un ejemplo de superación y de independencia.

Precisamente  por eso, pusiste en marcha una asociación en tu barrio, Villaverde (Madrid), que cuenta con una rama que se dedica, específicamente, a trabajar con la comunidad LGTBI africana.

Sí, se llama "Asociación Día-Día África Libertad”. Está formada por activistas que hemos padecido experiencias similares. Cuantas más personas nos sumemos a la lucha, más objetivos podremos cumplir.

En el tema LGTBI, de momento, estamos centradas de forma exclusiva en gente que viene de África porque en nuestro continente hay una profunda falta de respeto a la orientación sexual del otro/a y una fuerte vulneración de derechos.

Por otro lado, me gustaría añadir que no solo trabajamos con colectivos LGTBI, también lo hacemos con grupos de mujeres africanas que viven en situación de marginación, puesto que esa era la situación en la que yo me encontraba. Mi objetivo es que denunciemos las injusticias, que no nos quedemos calladas.

Aquí, en España, me siento en total libertad, ya que estoy protegida, por eso grito cada día más alto para lograr que seamos más visibles y escuchadas.

¿Por qué decidiste escribir una novela autobiográfica?

Porque he leído muchos libros y, hasta ahora, no he encontrado ninguno escrito por mujeres que hayan llegado en patera a España. Siempre los han escrito hombres, mientras nosotras, que también hemos llegado por esa vía, continuamos invisibilizadas. Ni quiero ser ni me considero la portavoz de las mujeres que han llegado de esta forma al país, simplemente, pretendo sumarme al hilo narrativo que ya existe y comenzar otro, en femenino, que espero que tenga continuación. Mi libro habla de  mi experiencia real, de mi historia y no es más que el principio. Tengo previsto escribir una segunda parte.

¿Y después, qué?

Me encantaría que mujeres que hayan tenido vivencias parecidas a la mía se animaran a contarlas y a librarse así de sus pesadillas. Por otro lado, deseo poder gozar del apoyo de los y las occidentales en mi lucha por la igualdad en África.

Fuente: CTXT- Por Lucía Mbomio 

CIFRAS DEL FEMICIDIO EN AMÉRICA LATINA

Título original: armas legales no frenan todavía el femicidio en América Latina



LA PLATA, Argentina, 28 nov 2018 (IPS) - Ciega tras una golpiza de su exmarido, Susana Gómez se libró de sumarse a la lista de los cerca de 2.800 feminicidios cometidos anualmente en América Latina, pero  su caso evidencia porqué las políticas públicas y leyes están lejos de alivianar  la violencia de género en la región.

“Hice muchas denuncias (13 penales y cinco civiles) y la justicia jamás me dio bolilla (me hizo caso)”, resumió Gómez a IPS en un diálogo en una plaza de su barrio en Lisandro Olmos, un suburbio de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires.

Pese a que en Argentina ya existían en 2011, cuando se produjo el brutal ataque contra ella, comisarías de la mujer, no fue suficiente para protegerla de su agresor.

Lo que la salvó de la muerte fue La Casa María Pueblo, una organización no gubernamental (ONG) que como otras  en América Latina tratan, con recursos  propios, suplir las deficiencias del Estado para proteger y asesorar jurídicamente a las víctimas de la violencia machista.

Gómez, sus cuatro hijos y su madre, también amenazados por su expareja, fueron rescatados y cobijados en esa institución.

“No teníamos nada. Entramos con lo que teníamos puesto, con el documento y nada más porque estábamos de aquí para allá. Todos nos cerraban las puertas, la justicia, la policía no hacían nada, la fiscalía tampoco”, recordó Gómez, quien ahora tiene 34 años.

“Si no hay organizaciones como esta yo no estaría aquí para contarlo, no hubiese llegado a juicio. Si no tienes un acompañamiento jurídico, un refugio con identidad reservada, tratamiento psicológico, yo no podría haber enfrentado esto que no es fácil”, destacó.

En abril del 2014, un tribunal de La Plata condenó a ocho años de prisión a su exmarido, Carlos Goncharuk. Ahora Gómez reclama judicialmente al gobierno de la provincia de Buenos Aires una reparación económica.

“La vista no me la va a devolver nadie, pero es para que la justicia, el Estado tengan más conciencia para prevenir un antes y un después”, subrayó Gómez que se siente nuevamente amenazada porque el victimario será liberado el año próximo.

Según el abogado y fundador de la ONG, Darío Witt, Gómez no quedó ciega por accidente o enfermedad sino por las repetidas palizas del entonces su marido. La última vez le golpeó la cabeza contra una pared de la cocina.

“Este resarcimiento no contiene un objetivo económico de por sí. Lo que queremos intentar demostrar para Susana y todas las otras víctimas como ella es que el Estado, que los Estados en general sean nacionales provinciales o municipales y de distintos países, tienen una altísima responsabilidad para que esto ocurra. El Estado no es inocente en estas cuestiones”, argumentó Witt a IPS.

“Cuando quedé ciega y vi que no vería más a mis hijos dije basta”, recordó.

Cifras que horrorizan

Según el Observatorio de Igualdad de Género (OIG) de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), al menos 2.795 mujeres fueron asesinadas en 2017 por razones de género en 23 países de esta región, en lo que varias legislaciones nacionales de la región tipifican ya como feminicidio o femicido.

La lista de feminicidios difundida este mes por OIG la lidera Brasil (1.133 víctimas registradas en 2017), en cifras absolutas, pero en términos relativos, de la tasa de crímenes de género por cada 100.000 mujeres, es El Salvador el que alcanza una cota sin parangón en la región, con 10,2 feminicidios por cada 100.000 mujeres.










Tabla de número en términos absolutos de feminicidios por país en América Latina y el Caribe, así como la tasa de asesinatos por razones de género por cada 100.000 mujeres. Crédito: Observatorio de Igualdad de Género de la Cepal

Honduras (en 2016) registró 5,8 feminicidios por cada 100.000 mujeres y en Guatemala, República Dominicana y Bolivia también se observaron altas tasas en 2017, iguales o superiores a dos casos por cada 100.000 mujeres.

OIG detalla que los asesinatos de mujeres por razón de género son parte muy mayoritaria de los homicidios intencionales de mujeres en la región, donde los feminicidios son cometidos por parejas o exparejas de la víctima, con excepción El Salvador y Honduras.

“El feminicidio es la expresión más extrema de la violencia contra las mujeres. Ni la tipificación del delito ni su visibilización estadística han sido suficientes para erradicar este flagelo que nos alarma y horroriza cada día”, dijo Alicia Bárcena, secretaría ejecutiva de la Cepal al dar a conocer las nuevas cifras de OIG.

La guatemalteca Ana Silvia Monzón, socióloga y comunicadora del Programa de Estudios de Género y Feminismos de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), recordó que su país cuenta desde 2008 con una Ley contra el Femicidio y otras Formas de Violencia contra la Mujer y desde un año después con una Ley contra la Violencia Sexual, Explotación y Trata de Personas.

“Ambas constituyen instrumentos importantes porque contribuyen a visibilizar una problemática que es grave en Guatemala, y son una herramienta para que las víctimas puedan iniciar el camino a la justicia”, señaló a IPS desde Ciudad de Guatemala.

Sin embargo pese a esas leyes que contemplaron la creación de un modelo de atención integral a las víctimas y de tribunales especializados, “no se asignan los recursos necesarios a las entidades y programas que deben promover esa prevención, menos aún la atención especializada a las víctimas que denuncian esa violencia”, sostuvo.

Además “persisten prejuicios y prácticas sesgadas de género entre quienes aplican la ley” y “poco se ha hecho para introducir contenidos educativos o programas que contribuyan a cambiar el imaginario social que asume como normal la violencia contra las mujeres”, en especial a las indígenas, acotó.

#NiUnaMenos, #NiUnaMás

Fuente: IPS

jueves, 29 de noviembre de 2018

MUJERES, CIENCIA E INNOVACIÓN: LA LUCHA CONTRA LA DESIGUALDAD LABORAL




El pasado 23 de noviembre, a propuesta del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, el Consejo de Ministros aprobó un Real Decreto por el que se creó el Observatorio “Mujeres, Ciencia e Innovación” para la Igualdad de Género en el Sistema Español de Ciencia, Tecnología e Innovación como órgano colegiado interministerial.

Presidido por Ángeles Heras, secretaria de Estado de Universidades, Investigación, Desarrollo e Innovación, el Observatorio cumplirá la función de promover políticas de igualdad, no discriminación y accesibilidad universal en el ámbito científico, así como el fomento de la participación de las mujeres en el ámbito universitario, investigador e innovador en un plano de igualdad.

Las vicepresidencias del OMCI se corresponderán también a las personas del mismo ministerio titulares de la Subsecretaría de Ciencia, Innovación y Universidades, de la Secretaría General de Universidades y de la Secretaría General de Coordinación de Política Científica.

Por otro lado, el Observatorio contará, además, con representación de otros ocho ministerios a nivel de dirección general: Presidencia, Relaciones con las Cortes e Igualdad; Defensa; Trabajo, Migraciones y Seguridad Social; Sanidad; Consumo y Bienestar Social; Educación y Formación Profesional; Industria, Comercio y Turismo; Economía y Empresa; y Agricultura, Pesca y Alimentación.

Las competencias del Observatorio

De entre todas sus funciones, las más relevantes se resumen en la realización de un seguimiento de las actuaciones de los Departamentos ministeriales, las Administraciones públicas y, en general, de todos los actores del sistema español de ciencia, tecnología e innovación en materia de prevención y lucha contra el acoso laboral, sexual y por razón de sexo en el trabajo.

Además, evaluará también el impacto de las políticas y medidas de igualdad de género, la situación de las mujeres y la actuación de los agentes públicos en el sistema español.

Mediante la formulación de recomendaciones y propuestas para mejorar la situación de las mujeres, propondrá la adopción de medidas y la realización de actuaciones para la igualdad de género, incluidas las de acción positiva.

De este modo, el OMCI permitirá hacer un diagnóstico fiable, válido y exhaustivo de los avances en igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres y, en consecuencia, evaluará las políticas planeadas con este fin en el ámbito de ciencia e innovación correspondiente.

A su vez, dispondrá de información para adoptar las medidas adecuadas para combatir cualquier tipo de discriminación por sexo, garantizando la igualdad de oportunidades y aumentando la presencia de las mujeres en todos los ámbitos de la vida científica, tecnológica y universitaria.

“La presencia de mujeres en universidades y centros de investigación, plantillas de personal y equipos investigadores en el sistema español de ciencia, tecnología e innovación se ha ido incrementando en los últimos años, pero dista de ser igualitaria”, aseguran desde el gobierno.

“La presencia de mujeres en la universidad es ya mayor que la de los hombres, y no sólo en España, sino en general en todo el mundo. Pero a lo largo de sus carreras profesionales, las mujeres abandonan sus carreras académicas, y cuanto más alto es el nivel de los puestos de trabajo y responsabilidades, menor es la presencia de mujeres”; continúan.

Por ello, la iniciativa busca hacer frente a esta situación, promoviendo medidas, estudios, análisis y diagnósticos que dejen ver la efectividad de la labor realizada y por realizar en este ámbito de la vida.

Datos relevantes

La estadística de resultados del alumnado universitario, elaborada por la Subdirección General de Coordinación y Seguimiento Universitario del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, muestra que las mujeres en general obtienen mejores resultados en su paso por la universidad que los hombres: mejores tasas de rendimiento, éxito y evaluación, notas medias y tasas de idoneidad y graduación.

Sin embargo, se produce una concentración importante de estudiantes mujeres en las carreras de artes y humanidades, ciencias sociales y jurídicas, y ciencias de la salud, mientras que su presencia es mucho menor en las ingenierías.

Según el informe de la Comisión Europea She Figures 2015, en la mayor parte de los países europeos las mujeres representan menos del 45% de la comunidad científica e ingenieril. Y según la estadística sobre actividades de I+D del INE, en España las mujeres sólo representaban en 2016 el 40,4% del total del empleo en investigación y desarrollo, y un 39,1% del total del personal investigador.

En España, en el curso 2016-2017 la mayor parte del alumnado universitario de Grado eran mujeres (54,67%), pero al pasar a estudios de doctorado disminuye al 49,67%. Su tasa de empleo al ingresar en el mercado de trabajo es menor que la de los hombres.

El informe de la Comisión Europea She Figures 2015 revela una fuerte segregación vertical en la carrera académica. En 2013, la proporción de mujeres estudiantes (55 %) y graduadas (59 %) en el primer nivel de la educación superior excede la de los hombres, pero los hombres superan a las mujeres en el nivel superior de máster (46 % estudiantes y 47 % egresadas).

En la carrera académica, las mujeres representan sólo el 45 % del equivalente al profesorado ayudante doctor en las universidades, el 37 % del profesorado titular y el 21 % del profesorado catedrático de universidad. En España los porcentajes son similares: 48,9%, 39,5% y 20,9%.

Fuente:  AmecoPress.

NECESITAMOS REFERENTES QUE CONTRADIGAN LA MASCULINIDAD HEGEMÓNICA


A menudo, cuando se habla de violencia, emergen vocablos como machismo, sociedad patriarcal, o roles hegemónicamente construidos desde lo femenino o masculino. Pero, ¿qué hay detrás de esos conceptos, cómo nos ayudan a explicar los ciclos de la violencia y la telaraña de la desigualdad?
El punto de partida para entender el modo en que se estructura la violencia es desentrañar los imaginarios, esos relatos colectivos, ficciones, narraciones sociales que intentan construir una realidad específica, modelar unos sujetos y crear consensos en relación con una sociedad determinada. Tienen el poder de instituir ideologías y, por consiguiente, de sustentar un modelo social sobre otro”, apunta Ulises Padrón Suárez, fundador y coordinador de la Red de jóvenes por la salud y los derechos sexuales, del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex).
Para el entrevistado, este es el motivo por el cual están en constante cambio y pueden convivir varios imaginarios de una misma institución a la vez, según las diversas cosmovisiones que se sostienen en un contexto histórico. 
Sobre esa movilidad, el poder de transformación que emerge de los imaginarios sociales para articular el sentido de trascendencia y la comunidad humana, y su rol en la construcción de la masculinidad hegemónica, SEMlac diálogo con el joven activista, filólogo de formación.

¿Cómo los imaginarios de la masculinidad hegemónica se relacionan con la violencia?

La masculinidad constituye la construcción histórica y social del sujeto en su devenir como hombre. Sucede que, por lo general, este convertirse en hombre se ha configurado de manera negativa, al distinguirse que la masculinidad no se asocia con las mujeres, los ancianos, los niños ni los homosexuales. La masculinidad hegemónica es entonces una compleja red de simbolizaciones, prácticas y negociaciones cuyo rol se constituye en legitimar un único ideal de masculinidad, a través de los imaginarios sociales, e invisibilizar otras posibles masculinidades.
Sus características suelen ser excluyentes, (es decir, se identifica con un hombre blanco, heterosexual, citadino, joven, sano) y allí radica en alto grado la violencia de la cual emana. Debido a que expropia los significados de ser hombre a otras identidades, la masculinidad hegemónica está configurada desde la violencia que se asienta en las estructuras e instituciones, donde encuentra cuerpo precisamente en los imaginarios sociales. Si ha sido tan difícil de destituir es porque sus discursos se han internalizado en los sujetos, ya sea hombres o mujeres.

¿Cuáles son los principales mitos asociados a estas construcciones?

Perviven muchos mitos en torno a la masculinidad hegemónica, pero me interesan esos que aún hoy articulan la violencia que se ejerce y se vive, por la naturalización de prácticas que afectan la salud y no permiten relacionarnos desde los afectos. 
Está muy arraigado en nuestra sociedad que el hombre es siempre el proveedor, independientemente de sus capacidades e intereses. También que debe responder sexualmente en todo momento y ha de ser en sí mismo violento, agresivo. Estos mitos contribuyen a perpetuar un modelo desigual de relación, porque la masculinidad hegemónica no solo la construyen los hombres en su proceso, sino que la configuran, además, el resto de las identidades. 
Desafortunadamente, existe cierta complicidad, por ejemplo, cuando las madres les dicen a los niños que “los hombres no lloran”, “que si te dan, tú das”. Cuando dicen: “mi hijo es varón, allá las madres de las chiquitas y sus barrigas”. Ello ilustra algunas de las situaciones comunes en que esa complicidad con la masculinidad hegemónica intenta perpetuar las desigualdades sociales entre hombres y mujeres.

¿Tienen los jóvenes cubanos de hoy herramientas para desmontar esos mitos?

La juventud cubana resulta muy heterogénea. Tal es así que no se pudiera dar una respuesta unívoca a un fenómeno social como es la violencia, para su erradicación en el país. Sin embargo, muchas pueden ser las propuestas. Lo importante es que se desmonte ese modelo tradicional de masculinidad que afecta a hombres y mujeres y no permite reconocer y visibilizar otras identidades no heteronormativas.
El problema radica en desde dónde ponemos la mirada: si lo hacemos desde el sistema educativo podría decirse que sí. No obstante, la gestión de la enseñanza sigue siendo heteronormativa, bancaria, sexista, donde no se privilegian los temas relacionados con el género, la educación sexual, los derechos humanos. Eso provoca que se perpetúen prácticas violentas que en la sociedad están legitimadas, porque no existen referentes que contradigan esos elementos.
Por otra parte, existen instituciones y organizaciones que se esfuerzan por subvertir el modelo hegemónico. Por solo mencionar algunas, tenemos al Cenesex y su línea de investigación sobre masculinidades, la Red Iberoamericana y Africana de Masculinidades (RIAM y sus aportes en el terreno histórico para entender los orígenes de estas construcciones; el Centro Oscar Arnulfo Romero (OAR) y sus diversas campañas por la no violencia contra las mujeres y las niñas, entre otros expertos e instituciones que generan ciencia desde esa perspectiva. Sin embargo, no siempre están disponibles para los jóvenes y mucho menos les hablan desde sus lenguajes. Hoy ello constituye un desafío.

¿Al interior de las familias, se deconstruyen estos imaginarios? 

En la práctica, se naturaliza la violencia en la vida cotidiana y desde allí es muy difícil desmontarla, ya que no siempre viene acompañada de una agresión física. Por tanto, se silencian o invisibilizan otras expresiones como pueden ser la económica, la psicológica, que generan malestares al interior de la casa. 
Para revertir todo esto se precisa reconocer que se vive en un ambiente violento y mover los espacios de poder y privilegios al interior de las familias. También se tiene que pensar en el concepto familia como elemento más plural, de solidaridad y equidad, y no donde sus miembros cumplen roles y funciones estrictas.

¿Cómo afecta la masculinidad hegemónica a la comunidad LGBTIQ, teniendo en cuenta que puede ser una poderosa barrera para la inclusión?

Las identidades no heteronormativas suelen vivir en la resistencia, debido a que la heterosexualidad legitima la masculinidad hegemónica. Todo lo que no es heterosexual, pocas veces tiene acceso al poder. En nuestra sociedad es fácil percibirlo ahora en la discusión de la Reforma del Proyecto Constitucional, de los artículos 40 y 68, que inciden directamente en la comunidad LGBTIQ y en la posibilidad de ampliar un grupo de derechos a personas que, históricamente, se les ha negado la posibilidad de ejercer su ciudadanía de manera plena. 
El argumento principal esgrimido es que va a desviar, es decir, “homosexualizar” a los más jóvenes y destruir la institución familia; sin pensar en que nuestra sociedad está cambiando y con ella los paradigmas e imaginarios que sustentan los modelos más tradicionales y hegemónicos.
Constituye un reto para la nueva Constitución transformar nuestras instituciones y organizaciones a la luz de la no discriminación por identidad de género. En nuestra sociedad no existe una comprensión cabal de lo que refiere este concepto y, por ejemplo, las personas trans son percibidas de manera despectiva y en muchos casos violenta. 
Habrá que deconstruir el sistema educativo en aras de crear espacios sanos para todas las personas. Asimismo, desde nuestro sistema de salud, elaborar protocolos más inclusivos, menos invasivos; en el espacio laboral contribuir a que las personas puedan ejercer sin limitaciones y trabajar con las comunidades para favorecer la inclusión de las personas con identidades no heteronormativas.
A nivel regional, más allá de las leyes que favorecen a la comunidad LGBITQ en países como Argentina, Brasil o Colombia, el mejor exponente de cambio resulta Uruguay, donde han creado políticas públicas que no solo van a la salud y la educación, sino también a ámbitos como la política y la cultura. 
Para contrarrestar estas desigualdades es necesario comprender que la inclusión de las personas LGBTIQ es una cuestión global y de corresponsabilidad social. No es decir solamente que tienen el espacio, sino enseñarles a estos grupos históricamente marginados del poder a usarlo en beneficios de la sociedad.
Otro gran desafío para nuestra sociedad es repensar la cuestión racial, al lado de las desigualdades que sufren las identidades LGBTIQ, pues se sabe que no recibe el mismo tratamiento una mujer blanca heterosexual de La Habana, que una guantanamera negra y lesbiana. Hay varios índices de discriminación que limitan la actuación social y el peso histórico de la racialidad no se toma del todo en cuenta. 
En la sociedad cubana está anclada la idea de que el racismo es un mal menor, ya que el Estado desde 1959 ha tomado medidas para su erradicación. Sin embargo, su emergencia en momentos de crisis permite ver cuán compleja es esta situación y lo poco resuelta a nivel social y político que se encuentra. Hacen falta acciones afirmativas, pero ante todo reconocer que es una cuestión esencial, que necesita atención desde diversos ámbitos y de manera transversal.

Fuente: SEMlac