Tras la última crisis económica, uno de cada 6 hogares de clase media entró en situación de pobreza, y muchos de ellos no se han recuperado hasta la fecha. Ello implica que cada vez hay un número mayor de familias que se intervienen desde los Servicios Sociales, creando una compleja y preocupante radiografía de la pobreza en España.
Pero si analizamos los datos exhaustivamente, vemos que la pobreza es predominantemente femenina. En este 2019, por primera vez la tasa de pobreza femenina supera a la de los hombres: 6,4 millones de mujeres en riesgo de pobreza frente al 5,9 millones de varones.
¿Cuáles son los factores que explican esta situación?
Son varias las causas que explican ese sesgo de género. Los profesionales que intervienen con familias en riesgo de exclusión social cada vez se encuentran con un mayor número de familias monomarentales a las que atienden individualmente. El 83% de ellas se encuentra en riesgo de exclusión social, lo que hace que la intervención social con familias sea clave como factor de prevención para evitar que sus integrantes puedan terminar viviendo en las calles.
Pero si además atendemos a otros factores que influyen en los procesos de exclusión de estas mujeres, vemos que en cualquier metodología de intervención social con ellas es clave entender el peso de la violencia de género, que sufren o que han sufrido muchas de ellas, además de que entendemos que la violencia económica es una forma más de violencia de género:
– Porque ejercer tareas de cuidados y que no sean reconocidas, es una manifestación de violencia de género sobre las mujeres que empeñan su tiempo, su trabajo y su dedicación, en esos cuidados (cuidar de sus hijos, cuidar de sus mayores, cuidar de sus hogares)
– Porque la existencia de una brecha salarial, de una división sexual del trabajo y la falta de una mejora en los derechos laborales en el terreno de la maternidad es una manifestación más, de la violencia de género.
– Y porque, por todo ello, las mujeres nos volvemos cada vez más precarias y más pobres; por el simple hecho de ser mujer; es decir, por procesos específicos derivados de nuestro género.
Por lo tanto, la violencia de género influye en los procesos de exclusión social y más concretamente, en los de las mujeres, de ahí que la intervención individual con ellas que se pueda llevar a cabo desde el trabajo social siempre tenga que tener presente un enfoque de género específico.
¿Y qué sucede con las mujeres que sufren más exclusión, las mujeres sin hogar?
Cuando hablamos de mujeres sin hogar hablamos de aquellas que pernoctan en la calle y también de las que tienen una vivienda inadecuada o insegura (chabola, pisos con orden de desahucio, pisos okupas…).
Y no, no podemos hablar de un perfil específico, pues son de todo tipo: mujeres que han sufrido violencia de género, jóvenes, estudiantes, con familias de origen de clase media, alta y baja, con adicciones, con discapacidad, trabajadoras, en paro, con formación universitaria…
Sin embargo, el común denominador que tienen todas ellas es que su “sinhogarismo” es mucho más sombrío y oculto que el de los hombres. Son mujeres invisibles e invisibilizadas. Sobre ellas se ejerce una doble violencia: la de su condición de mujer y la derivada de su situación de exclusión.
Las mujeres sin hogar en España solo representan el 11% sobre el total, pero los datos no son reales, porque las estadísticas generalmente las ofrecen los recuentos nocturnos o la red asistencial de personas sin hogar, y muchas de estas mujeres ni se encuentran durmiendo en la calle ni acceden a estos recursos de la red. Por tanto, la cifra real podría ser notablemente superior.
¿A qué se debe la poca presencia de las mujeres sin hogar en los recursos?
Hay una clara falta de feminización de estos recursos, y por tanto, las mujeres no se encuentran cómodas en ellas y a menudo deciden no emplearlos. Los albergues y los recursos residenciales están masculinizados y no están pensados para la atención integral de ellas.
Por eso, es necesario incluir la perspectiva de género desde todas las áreas de acompañamiento social. Ya no solo es preciso repensar los espacios incluyendo la mirada feminista, sino que la atención integral, se lea, se piense y se actúe con perspectiva de género y de cuidado.
fuente: Periféricas - Por Marina Granizo.
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